No sé cómo comenzar esta carta, ni cómo dirigirme a ti. Soy incapaz de ponerme en tu piel, de empatizar con tus pensamientos y de llegar a entender qué placer puedes sentir en perder, en robar, en matar y en segar vidas. De ningún modo podría comenzar esta misiva con “querido pirómano”, porque no creo que nadie te estime ahora mismo, ni siquiera tú.
Este verano has prendido fuego a nuestros montes, a nuestros bosques, a nuestro patrimonio y a nuestras casas. Has quemado un país entero y nos has llenado los ojos y el alma de un humo denso, cuyo olor sigue presente. Has reducido a cenizas siglos de biodiversidad y de patrimonio natural y tu particular juego es devastador: más de 400.000 hectáreas arrasadas.
Nunca habíamos visto arder nuestra esquilmada piel de toro en tan poco tiempo con tanta saña. La tuya no es una chispa, es una condena colectiva, y la factura que tendremos que pagar por ello se viste de dolor y de pérdidas.
Somos la peor especie del planeta, la más invasora, la que consume y no aporta, la que deforesta y devora al resto de fauna y flora, pero tú estás en la parte más baja de nuestra cadena, eres el eslabón que nunca debió enlazarse y la muestra de que en nosotros hay algo turbio y oscuro.
A tus espaldas cargas con, al menos, siete fallecidos, 19.000 aves muertas, 526 animales domésticos muertos, 750 vidas de especies protegidas que ya no laten y más de 3.000 colmenas desaparecidas. No podremos nunca cuantificar otras víctimas invisibles: centenares de mamíferos pequeños, reptiles y anfibios calcinados, pero hoy podría decirte que para mí eres el mayor homicida y depredador conocido de nuestra galaxia.
Cada hectárea que has destruido nos ha costado entre 19.000 y 30.000 euros en labores de extinción (sin cuantificar el sudor, sangre y lágrimas de quienes se han ocupado de limpiar tus trampas, poniendo en riesgo sus vidas). El saldo total de tu devastación oscila entre los 7.000 y 8.000 millones de euros, una factura que nos costará 167 euros a cada ciudadano, aunque eso sea “lo de menos”.
¿Teníamos alternativas a tu barbarie? Sí. Aunque quienes nos gobiernan se empeñen en discutir en vez de actuar, hubiesen bastado 2.000 euros por hectárea en prevención. Curioso apellido el de uno de los mayores expertos en este ámbito, Federico Grillo, quien no ha parado de repetir, como una letanía musical que ahora nos duele, que “por cada euro invertido en cuidar el monte, ahorramos 100 en apagarlo”. Tú eres el fuego; la política negligente, la gasolina. El monte abandonado, tu aliado, mientras que los de arriba, desde sus poltronas, olvidan que tu incendio prospera porque el monte está descuidado. Ellos, que enarbolan las banderas de la protección, han confundido este término con el abandono y la prohibición. Solo un 21% de los bosques españoles tienen plan de gestión, mientras que el resto sobrevive, convertido en un polvorín. Ahí encontraste tu oportunidad, sin lo que podría habernos salvado de ti: pastores, biomasa y economía verde. Un monte cuidado da riqueza, turismo y alimentos. Un monte abandonado solo obedece a los negligentes.
La verdad incómoda es que no eres solo un individuo con cerillas. Eres el síntoma de un sistema que prefiere gastar el 70 por ciento del presupuesto en apagar antes que en prevenir. Eres la consecuencia de una política que mide titulares en hectáreas arrasadas, pero olvida que cada hectárea también es agua, oxígeno, suelo fértil y pueblos vivos.
Te escribo esta carta no para hablar contigo, ya que no mereces mi diálogo, sino para recordarle a quienes mandan que tu incendio se apaga en invierno, con cabras en los prados, con biomasa en los pueblos y con gestión en los montes, y para que la próxima factura no la firmemos los ciudadanos, sino la política que te ha dejado ser. Porque mientras haya abandono, tendrás combustible. Mientras haya negligencia, tendrás poder y mientras no entendamos que un monte cuidado no arde, seguirás creyendo que ganas.
Atentamente, alguien que no piensa dejar que el fuego tenga la última palabra.
