La vela clásica está experimentando un auge espectacular en España. El resurgimiento de esta disciplina, palpable en regatas en las que participan algunos de los mejores especialistas del circuito internacional, convierte cada regata en un escaparate donde los veleros de época funcionan como museos vivientes y escenarios de duelos deportivos memorables. Ningún barco concentra más mitos ni suscita tantas miradas como el Manitou, la célebre “Casa Blanca flotante” de John F. Kennedy, hoy revitalizada por una tripulación mayoritariamente española que continúa añadiendo páginas al mito.
En Nautik Magazine contactamos con el caña y el trímer de mayor, las dos principales posiciones a la hora de gobernar un velero, del Manitou, que son Gonzalo Romagosa y Eloy Herrero, recién aterrizados de la Copa del Rey de barcos clásicos de Mahón. Para la actual tripulación, cada bordo es un privilegio acompañado de enorme responsabilidad. “Nunca me había temblado la pierna como patrón, hasta que me vi con la caña del Manitou en la mano sabiendo todo lo que representa —confiesa Gonzalo Romagosa—. Sobre todo cuando compites cuerpo a cuerpo con barcos como el Baruna o el Santana, y los llevas tan cerca que cualquier error puede tener consecuencias históricas, y nunca mejor dicho”. Eloy confirma las sensaciones de Gonzalo. “Las maniobras aquí te devuelven a otra época. Nada que ver con los barcos modernos: los winches originales tienen 80 años y no ayudan, hay que ganarse cada metro con sudor, coordinación y mucha paciencia.”
Diseñado en 1937 para la alta competición en los Grandes Lagos y convertido en velero privado por JFK, el Manitou es tiene una dimensión que va más allá de las regatas. “Es imposible no sentir respeto al pisar la misma cubierta que pisó un presidente de Estados Unidos”, resume Eloy Herrero. El barco se dotó en su día de avanzados equipos de comunicación y fue escenario de reuniones históricas, pero “lo que más impresiona es el aura de privacidad, la mezcla de poder institucional y vida personal”, admite Herrero. Entre sus maderas nobles y bajo su famosa chimenea, han germinado desde decisiones políticas hasta algunos de los romances más sonados del siglo XX: “Los regatistas tenemos ese punto granuja… siempre nos llama la atención el camarote donde se rumorea que JFK y Marilyn Monroe vivieron algunos de sus encuentros. Es una mezcla de historia, morbo y fascinación”, señala Eloy.
El contraste es brutal con la vela contemporánea: “Aquí no solo cuenta la técnica, sino el temple, la humildad y el saber rendir homenaje a quienes navegaron antes. Sentir que llevas treinta toneladas de historia al límite, rozando rocas en Mahón o Palma, es algo que no tiene precio”, añade Gonzalo. Las regatas más igualadas acaban con gestos de nobleza. “Recuerdo aquel cruce en Mahón con el Santana llegando a la isla del Rey… acabamos a aplausos y tres hurras entre tripulaciones. Eso es clásico de verdad”.
El impulso actual del Manitou es mérito de la colaboración entre el armador británico Hamish Easton y la legendaria velería Ratsey & Lapthorn, fundada en 1790 y gestionada por Romagosa en España. “Ratsey es un museo vivo, con todos los planos y archivos, algunos salvados de incendios”, explica Gonzalo. El acuerdo permite a la velería usar el barco como imagen en sus campañas y, a cambio, Ratsey aporta tripulación y logística en regatas: “Aquí lo más bonito es que mezclamos generaciones, traemos gente joven y les enseñamos la cultura y el oficio de la vela clásica. Ver cómo un chico como Quique Díaz sale de esta cubierta y meses después aparece haciendo un papelón en la Sydney Hobart es un orgullo”, cuenta con satisfacción. La alineación española del Manitou se ha completado a lo largo de los últimos años con nombres como Nacho Alemany, Marcos Ruiloba, el campeón olímpico Kiko Sánchez Luna y Lino Pérez.
El espíritu del Manitou es feroz en el agua y caballeroso fuera de ella. “Aquí no hay espacio para el romanticismo fácil ni el conservadurismo inútil. Los profesionales estamos aquí para ganar, pero también para abrazar un código antiguo de respeto. Los saludos tras la llegada y la empatía si el otro comete un error marcan la diferencia respecto al deporte moderno,” sostiene Gonzalo. Los retos técnicos tampoco cesan: el inventario de velas se adapta constantemente, y la reciente reparación del mástil obliga a rediseñar el acople de la mayor. “Hasta 25 milímetros de diferencia en la curvatura cambian por completo el carácter del barco; cada ajuste es una odisea”, explica en tono didáctico.
La tripulación del Manitou reconoce disfrutar de los detalles singulares que tiene el velero: la chimenea central, la bañera oculta en el camarote presidencial —“caben justos dos, nunca lo había visto en otro clásico”, señala Eloy—, la pistola de señales y las baldosas con gallardetes históricos. “Navegar aquí es navegar la leyenda. Hay fotos de Kennedy con Jackie, con los Agnelli, y mirarlas te recuerda que este barco fue mucho más que agua y madera: fue política, familia, poder, amor…”, explica.
«Dicen los que conocieron aquella época que hay diversas leyes y proposiciones de ley cuyo embrión surgió a bordo de este barco… Lo que no sabemos son cuáles. No sabemos si la crisis de los misiles pudo pillar al presidente a bordo, eso ya queda para la historia», rematan.
