Una caña con unos espetos mirando al mar; un coctel al atardecer mientras un Dj ameniza la tarde, una paella de domingo con los pies en la arena. Todo esto y mucho más es lo que entraña el lugar favorito de los españoles en época estival: el chiringuito. Porque este espacio conocido por todos es un motor económico de las zonas costeras del país, pero, a su vez, un termómetro de la hostelería. ¿Y cómo se está comportando últimamente?
La salud de la hostelería de playa es un engranaje que en 2024 ya facturó cerca de 50.000 millones de euros. Según Hosteltur, 20.300 millones procedían de hoteles, que crecieron un 9 %, y 29.100 millones de restaurantes, que aumentaron un 5 %. Unos datos que en 2025 se espera que sigan al alza con una previsión de 22.000 millones de euros en ingresos hoteleros, lo que supone otro incremento del 5 % en un escenario general de crecimiento moderado del 3-4 % en el sector hostelero español, tal y como auguró la Escuela de Hostelería.
Este músculo económico encuentra su reflejo en la playa. No obstante, una cuestión es esencial: ¿quién lo potencia? Sin duda el turismo extranjero ha sido el artífice de sostener el consumo y disparar los precios hasta niveles históricos, con la tarifa media diaria de los hoteles que alcanzó en junio de 2025 los 129,5 euros, un 5,5 % más que el año anterior, y un RevPAR —un indicador que mide los ingresos reales por cada habitación disponible, combinando el precio medio y la ocupación— de 97,2 euros, que supone un aumento del 7,8 %, según datos del INE, lo que convierte a España en uno de los mercados hoteleros más rentables de Europa.
Este fenómeno se siente en el bolsillo de los viajeros, ya que un estudio publicado en El País señala que el verano de 2025 es uno de los más caros de la historia, con subidas de hasta un 63 % en los vuelos y un 26 % en los hoteles desde 2023, situando destinos nacionales como Mallorca a la par de lugares exóticos como Bali o Punta Cana.

El ejemplo de Alicante resulta paradigmático: la provincia ha visto cómo el mayor gasto de los turistas internacionales, especialmente británicos, ha compensado la caída del gasto del viajero nacional, que ha bajado entre un 10 y un 15 %, y gracias a este comportamiento la hostelería de playa ha logrado un verano más rentable que el anterior, con expectativas de mantener el ritmo hasta noviembre.
Esta dinámica, sin embargo, no borra las tensiones internas del sector: el calor extremo vacía terrazas, la falta de personal cualificado obliga a cerrar cocinas y los costes energéticos estrechan márgenes, mientras que en Baleares y Canarias, donde el alquiler se califica como desorbitado, muchas cadenas hoteleras han tenido que ofrecer alojamiento a sus trabajadores para atraer plantilla, una medida que los pequeños chiringuitos y restaurantes no pueden imitar, lo que deja en evidencia la desigualdad en la capacidad de respuesta.
Aun con esas tensiones, el turismo español sigue batiendo registros laborales: en julio de 2025 la Seguridad Social contabilizó 2,98 millones de afiliados vinculados al turismo, con más de 82.800 cotizantes nuevos respecto al año anterior y 40.157 empleos añadidos solo en hostelería, una cifra que supone el segundo récord histórico del sector.
No obstante, tras los años de euforia postpandemia, este verano se percibe como una fase de corrección, con un crecimiento menos explosivo y un reacomodo natural de la demanda, según describía Hosteltur al analizar la temporada 2025 como el final de la “euforia” pospandemia y el inicio de una etapa más contenida. Eso no impide que los inversores sigan apostando fuerte: solo en el primer trimestre del año se inyectaron 564 millones de euros en el sector hotelero español, el 17 % de la inversión inmobiliaria nacional, tal y como apuntan desde CBRE.
Así, el chiringuito, con su combinación de caña fría, salitre y caja registradora, se convierte en el espejo más fiel del turismo español: una industria que en cifras luce más fuerte que nunca, con ingresos récord, precios disparados y empleo en máximos, pero que en su día a día lidia con la falta de personal, los costes crecientes y un cliente cada vez más exigente, porque la economía del chiringuito no se mide solo en facturación, sino en la capacidad de resistir las olas de un mercado tan brillante como inestable.
