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El auge del turismo gastronómico: cuando el paladar se convierte en brújula

De las estrellas Michelin a los mercados callejeros, la gastronomía se consolida como brújula del turismo global, impulsando destinos, economías y experiencias que trascienden el lujo clásico.

(Pexels)

El turismo contemporáneo ya no se mide en kilómetros ni en monumentos. Cada vez más viajeros trazan su ruta en torno a una mesa: una reserva inalcanzable, un mercado bullicioso, una tradición culinaria que no admite réplica fuera de su lugar de origen. Y es que la gastronomía se ha convertido en brújula, en una forma de leer el mundo a través de sus sabores.

Según datos de The Business Research Company, el mercado global del turismo culinario alcanzó los 850.000 millones de euros en 2024 y crecerá hasta superar los 1,75 billones de euros en 2029, con un ritmo anual cercano al 16 %. Una cifra que habla de apetitos globales y de un fenómeno cultural más profundo que la moda pasajera.

No es casualidad que destinos antes discretos hoy sean nombres de culto gracias a un chef. Girona se convirtió en escala obligatoria para gastrónomos con El Celler de Can Roca, Módena pasó de tranquila ciudad del norte de Italia a epicentro gourmet con Osteria Francescana, y Lima se consolidó en el mapa global a través de Central y la revolución de su cocina andina. La llamada “efectividad Michelin” no solo llena salas, también mueve vuelos, hoteles y economías locales. El turista gastronómico de alto nivel no duda en viajar miles de kilómetros para una cena que durará apenas unas horas.

El mercado global del turismo culinario prevé superar los 1,75 billones de euros en 2029

Pero no todo ocurre bajo la luz de una estrella Michelin. El 70 % de los viajeros internacionales declara buscar experiencias auténticas en sus viajes, según el portal Wifitalents, y lo auténtico puede ser una taberna familiar en Tokio donde se corta el pescado a la vista, o un puesto callejero en Oaxaca donde la tortilla de maíz se convierte en patrimonio vivo. El nuevo lujo no se mide en vajillas de porcelana, se mide en la autenticidad de sentarse donde se lo hace la comunidad, probar lo que se cocina para los locales y descubrir que exclusividad y sencillez no son opuestos.

El auge de las experiencias inmersivas confirma esta transformación. El viajero quiere formar parte del relato. Y ahí el turismo experiencial tiene mucho que decir. Clases de cocina, rutas de mercados, visitas a bodegas o estancias “farm-to-table” —donde se degusta lo que se recoge al momento— han pasado de ser actividades marginales a motor principal de itinerarios.

Tanto es así que, según un informe de GlobeNewswire, el interés en propuestas culinarias sostenibles y orgánicas es uno de los vectores de crecimiento más potentes en los próximos cinco años. Es decir, el turismo del futuro no solo será experiencial, también consciente.

Las cifras lo corroboran. En el Reino Unido, uno de cada cinco viajeros afirma elegir destino en función de su gastronomía, y un 25 % vuelve a un lugar únicamente por lo que comió allí, según una encuesta recogida por The Sun. De hecho, muchos turistas recorren más de 100 kms para acceder a una mesa, como ocurre en Cornualles con St Ives, Padstow o Falmouth, convertidos en imanes para foodies nacionales. Lo que antes era un “ya veremos dónde cenamos”, ahora viene prescrito desde casa.

Y esta tendencia no se limita a Europa. En Estados Unidos, Napa Valley y su cultura del vino han convertido a la región en destino internacional. En Japón, el turismo del sake crece a la par que la búsqueda de ramen auténtico o sushi de barrio, mientras que en América Latina las rutas del cacao en Costa Rica y del maíz en México atraen a viajeros que buscan entender la identidad cultural a través de un ingrediente.

Además, el componente ético también gana peso. Restaurantes como Azurmendi, en el País Vasco, han convertido la sostenibilidad en parte central de la experiencia: huertos propios, aprovechamiento energético, productos de proximidad. Porque la nueva élite viajera ya no busca únicamente placer, busca coherencia. Por eso cada vez son más las experiencias personalizadas y sostenibles que buscan dejar un impacto positivo tanto en el comensal y en el entorno. Una realidad que los propios promotores turísticos conocen y a la que no han tardado en sumarse.

No es de extrañar entonces que cada vez hayan más viajes diseñados para combinar exploración con descubrimiento gastronómico, desde islas volcánicas en el Pacífico hasta desiertos donde la cocina nómada se convierte en patrimonio vivo. Comer deja de ser un paréntesis en el viaje y se convierte en su hilo conductor, un modo de narrar paisajes, historias y comunidades.

Al final, lo que emerge es una certeza: viajar por comida es viajar para comprender. Un plato resume siglos de tradición, ecosistemas enteros y gestos que no se pueden exportar. El verdadero lujo es ese: sentarse a la mesa y descubrir que, a través de un sabor, un país entero se abre ante nosotros. Por eso, como resume la tendencia, el próximo destino no se elige mirando un mapa: se elige leyendo una carta.