En verano no puede faltar la tópica historia de un tanque de tiburones en alta mar. Desde la aparición de las inmensas fauces del animatronix en el clásico de Tiburón (1975) de Steven Spielberg los gritos, el agua salpicada y las remadas desesperadas han pasado a ser una necesidad en el folclore veraniego. De la mano del director australiano Sean Byrne -su primer proyecto después de 10 años, su último fue Los caramelos del diablo (2015)-, ha llegado este pasado 14 de agosto a las pantallas Dangerous Animals como una continuada respuesta a la llamada de advertencia del sheriff Brody de la obra de Spielberg.
La cinta consta de ser un cubo de subgéneros de terror que sirven de cebo para todos aquellos fanáticos del horror: desde el cine de tiburones y el psycho-killer hasta el abduction horror, el survival y ciertos toques de slasher. Todo ello se presenta con humor negro y un amor descarado por la serie B, poblada de personajes arquetípicos y giros de guion tan previsibles como efectivos. La dirección consigue mantener una atmósfera claustrofóbica que sostiene la tensión a lo largo del metraje, navegando por aguas ya conocidas: la final girl traumatizada frente al secuestrador psicópata.
Concebida en principio para televisión bajo el sello de Shudder, la película ha encontrado su hueco en cines en un momento estratégico. No pretende revolucionar el género ni conquistar a las élites cinematográficas, pero sí funcionar como un estreno ligero para el verano. Su mayor atractivo está en los guiños al cine de culto, desde Trampa mortal hasta El fotógrafo del pánico, además de un sinfín de películas de explotación con escualos como protagonista de las pesadillas de los más pequeños.
En el reparto destacan Hassie Harrison como una surfista nómada que se cruza con un aparente buen tipo (Josh Heuston), cuya relación deriva en secuestro, y un villano carismático encarnado por Jai Courtney, coleccionista de imágenes macabras de tiburones devorando a sus víctimas. Su personaje aporta lo más inquietante y divertido de una cinta que ofrece momentos gore, humor macabro y escenas submarinas convincentes, a través de la reflexión de que los verdaderos «tiburones» caminan entre nosotros, no nadan en el océano.
Dangerous Animals no oculta sus intenciones: ser un pasatiempo sangriento que cumple con la premisa de hacer pasar un buen mal rato al espectador.
