Ya en 2008, los investigadores Carson Reynolds, Álvaro Cassinelli y Masatoshi Ishikawa hablaban de “entidades robóticas económicamente autónomas”. Imaginaban un robot que, metafóricamente eso sí, era capaz de autofinanciarse; y no tenían inconveniente en citar a Kant para dar consistencia sus trabajos: la autonomía actúa, citaban al genio de Königsberg, como “el único principio de la moral”.
Concebían robots capaces de generar suficientes ingresos para financiar su diseño, fabricación y mantenimiento, en condiciones de emanciparse financieramente y comprar piezas para repararse. Una posibilidad intrigante, admitían los científicos, ya que podría «vivir» indefinidamente. En un momento dado, sería capaz de pagar la mejora de sus capacidades y finalmente podría financiar su reproducción, es decir, la fabricación y el ensamblaje de copias de sí mismo.
En última instancia, ese futuro robot podría demostrar que es funcionalmente equivalente a una persona física, en el sentido jurídico, y fundar una empresa solo o junto a varios autómatas más, con capacidad de firmar contratos comerciales. Tal era la visión ya hace casi 20 años.
De vuelta a nuestros días, Joe Ryu, fundador de Quintet AI, analiza en un completo artículo los cinco niveles de autonomía de los robots. El más avanzado de todos se desarrollaría en el nuevo terreno de juego de la inteligencia artificial (IA) generativa y, sobre todo, de la futura IA física. “Trasciende a las máquinas individuales para orquestar redes completas automatizadas: fábricas, cadenas de suministro e incluso ciudades se convierten en sistemas integrados donde la IA física coordina operaciones complejas sin supervisión humana”.
No extraña que lo defina como un “cambio de la civilización”. Pasaremos “de las máquinas supervisadas por humanos a los ecosistemas supervisados por máquinas”. Es posible, según Ryu, porque muchos de los obstáculos que lo han impedido hasta ahora podrían quedar subsanados con el ascenso de la IA generativa.
Esa visión concuerda con la de la robótica de enjambre, en la que multitud de robots autónomos trabajan con una “conciencia” común guiada por IA generativa. Rinaldo S. Brutoco, presidente fundador y CEO de la World Business Academy, sostiene que podría ser el fin de la cadena de montaje que domina la producción industrial desde hace un siglo.
La robótica de enjambre está reverdeciendo en el panorama tecnológico, pese a que, hasta la fecha, no se ha reportado ningún despliegue comercial o industrial en la que esté implementada por completo. El mercado sigue a la expectativa de los avances espectaculares que se producen en el laboratorio.
Investigadores coreanos han conseguido extender la tecnología de enjambre a sistemas robóticos miniaturizados, sin baterías ni sensores, lo que dificulta la comunicación entre ellos. China, que deslumbra cada día con sus espectáculos de orquestación de miles de drones (no autónomos en sentido estricto), experimenta en enjambres de robots submarinos; y en la Universidad Libre de Bruselas y CISPA (Alemania) han creado un modelo de lenguaje grande (LLM, base de la IA generativa) específico: LLM2Swarm.
Marco Dorigo, uno de los padres de la inteligencia de enjambre, dice que las sociedades humanas han demostrado que la autoorganización completa no es la mejor opción y son necesarias las jerarquías, la agrupación de personas con diferentes roles y responsabilidades. Por eso, ha trabajado durante los últimos cinco años es en una estructura lógica que sigue ese patrón e incentiva el buen comportamiento utilizando la tecnología blockchain. Cuando un robot coopera con otros robots, gana tokens de criptomonedas, y si actúa de forma inaceptable para los demás robots, los pierde.
Tan es así que Michael J. Ahn, de la Universidad de Massachusetts Boston, ha dedicado una amplia reflexión a la posibilidad de introducir un impuesto a los robots para sustentar a la humanidad y los servicios sociales necesarios ante la nueva automatización que se avecina.
En principio, la tendrían que abonar los fabricantes o los usuarios de los robots, o ambos. Pero Ahn abre la posibilidad a “asignar personalidad jurídica a los robots” y crear, de ese modo, “una base estructurada para la tributación, la responsabilidad y las directrices éticas”. El viejo sueño de Reynolds, Cassinelli e Ishikawa, más cerca de cumplirse.
Al igual que la personalidad jurídica que se otorga a las empresas, la propuesta del profesor de Boston implicaría reconocer a los robots y a los sistemas de IA como entidades con un conjunto de derechos y obligaciones legales. Les bastarían para celebrar contratos, demandar y ser demandados y estar sujetos a impuestos. La legislación que lo haría posible no tendría por qué adjudicar a los autómatas ciudadanía, ni derechos humanos ni otras “consideraciones morales indebidas”.
Eduardo Castelló, que reparte su trabajo entre la IE University y el MIT y es responsable del grupo de investigación CyPhy Life que la primera de ellas impulsa junto a Impact Xcelerator Labs, lleva más de una década explorando las posibilidades tanto de la robótica de enjambres como de los robots autofinanciados, a los que llama Robopreneurs. Ya ha conseguido que sean capaces de comunicarse con otras máquinas y de vender productos a personas (obras de arte, en concreto) mediante contratos inteligentes con tecnología blockchain.
Resulta estimulante visitar su laboratorio en la IE Tower, concebido como zona de experimentación en la confluencia del mundo digital y el físico. Su tecnología hace posible un horizonte en el que un robot recoge basura, la deposita en el contenedor inteligente iTrash y es recompensado por ello con unos tokens con los que después puede comprar su carga eléctrica.
Relacionado con esa nueva relación de lo físico y lo digital, en el ámbito doméstico, emergen nuevas formas de interfaces de usuario tangibles (TUI), en las que los cerebros de CypHy Life se sienten como peces en el agua. El certamen SIGGRAPH Real-Time Live! ’25 que se celebra este mes en Vancouver (Canadá) alberga una presentación en directo del sistema DJESTHESIA por parte del propio Eduardo Castelló. Permite la interacción entre el DJ y la máquina que proyecta imágenes sobre el escenario.
En octubre, el SMC 2025 de Viena conocerá time el modelo de proyección SPICE diseñado por el CyPhy Life que reconoce los alimentos sobre una mesa de cocina y sugiere sobre su superficie los pasos para elaborar una receta.Propuestas como los robopreneurs del grupo CyPhy Life que lidera Eduardo Castelló, capaces de financiarse con ayuda del blockchain, y el auge de los enjambres de robots gracias a la IA generativa, llevan a proclamar el fin de la cadena de montaje
