Hoy, 6 de agosto, el mundo recuerda el primer bombardeo atómico: Hiroshima, 1945. Pero en medio del dolor, rescatamos la historia de una de las mujeres que luchó por frenar aquella guerra. Fingió ser periodista, se disfrazó de anciana, y hasta cruzó los Pirineos en bicicleta con una pierna ortopédica, literalmente, porque le faltaba una pierna. Esta es la historia de Virginia Hall Goilott (Maryland, Estados Unidos, 1906 – 1982) la espía más buscada por los nazis.
Una espía con 6 títulos universitarios
En un momento en el que el mundo parecía dividido entre héroes de uniforme y villanos de película, Virginia Hall apareció como una anomalía perfecta: mujer, estadounidense, políglota, amante de la acción, y con una pierna ortopédica a la que llamaba “Cuthbert”, una de sus herramientas para convertirse en la espía más efectiva de los aliados en Francia.
Ser espía no estaba en sus planes iniciales. Virginia Hall era una apasionada de la diplomacia, las ciencias políticas, los idiomas, y las buenas calificaciones. Estudió en Radcliffe, la facultad para mujeres de la Universidad de Harvard; en Barnard, la facultad femenina de la Universidad de Columbia, y en la escuela de posgrado de la American University en Washington, donde aprendió francés, italiano y alemán.
Le pareció poco, y viajó por Europa para ampliar su conocimiento en la Escuela de Ciencias Políticas de París, en la Konsularakademie de Viena y para terminar, en Alemania.
Germaine, la buscada dama coja
Comenzó a trabajar en la Embajada de Estados Unidos en Varsovia, Polonia, y desde allí fue trasladada a Izmir, Turquía. Fue precisamente allí donde un accidente fortuito durante una cacería provocó que Virginia Hall perdiera su pierna izquierda. Se dice que
se resbaló y se disparó accidentalmente en el pie con su propia escopeta. «Cuthbert» pronto se convirtió en un impedimento para continuar su carrera diplomática.
El espionaje no le cerró las puertas a la dama coja. Alistada en el SOE británico, fue enviada a la Francia ocupada haciéndose pasar periodista. La palabra eficaz se queda corta para Virginia Hall. Su nombre clave era «Germaine», y cada día se metía en la piel de un personaje: llegó a disfrazarse de anciana, de monja, de vendedora… y así fue como de pastelerías a conventos, organizó sabotajes y envió informes cifrados cruciales a Londres.
Por si era poco, fue lanzada en paracaídas para recopilar información clave sobre la ocupación alemana y abastecer de armas a la resistencia local.
El escape por los Pirineos
Llegó tan lejos que hasta la Gestapo (policía secreta del régimen Nazi) imprimió carteles con su supuesto retrato y una orden clara: «Esta mujer que cojea es una de las más peligrosas agentes de los aliados en Francia. Debemos encontrarla y destruirla». Nunca encontraron a la dama coja.
Sin embargo, Virginia Hall se encontraba acorralada y huyó en bicicleta del país galo. Seguro lo pensaste, y sí, pedaleó con su pata de madera hasta llegar a la costa francesa. Fue detenida en la frontera por falta de visado y pasó 6 semanas en una prisión en Gerona, España. Con la presión de Estados Unidos la liberaron y pasó a formar parte de la Oficina de Servicios Estratégicos de Estados Unidos (OSS), predecesora de la actual CIA.
Por el día granjera, por la noche espía
Si vendedora de pasteles fue un personaje divertido, al unirse a la OSS asumió el papel de Marcelle Montagne, una anciana campesina de un pequeño pueblo francés conocido como Crozant. Vivía en una granja cuidando vacas y haciendo queso. Mientras tanto, recopilaba información sobre los movimientos de las tropas alemanas durante las semanas previas al Día D, día inicial de la invasión aliada de Normandía.
La resistencia comandada por la dama coja se encargó de sabotear líneas ferroviarias, puentes y carreteras para retrasar el avance alemán hacia las playas de Normandía. Al principio nadie dudó de ella… pero poco a poco comenzaron a interrogarla y a sospechar. Agricultores de su entorno fueron asesinados, y antes de que fuera muy tarde, Virginia Hall escapó. O más bien, desapareció.
La leyenda silenciosa
Años después siguió trabajando discretamente en la CIA. Recibió condecoraciones de Francia, Reino Unido y Estados Unidos, pero nunca buscó la fama, todo lo contrario. Murió a los 76 años en 1982 y aún no tiene una buena película como se la merece.
