Lo histórico suele conservar sus tradiciones. Más aún, cuando tiene casi un siglo de edad y está acostumbrado a navegar cada verano por las aguas turquesas de Formentera. Hablamos de la goleta Creole, el majestuoso velero de 65 metros perteneciente a la familia Gucci. Ya con solo oír uno de los apellidos que más se ha bordado en la moda desde hace más de 100 años, se imagina una embarcación de ensueño, sacada de una película romántica italiana de los años 30. Y no es para nada un error, porque su silueta clásica y refinada supera los 23 millones de euros y más de miles de miradas cada vez que se deja ver por el horizonte mediterráneo.
Fue construido antes de la Segunda Guerra Mundial y utilizado por la Marina Real Británica, el barco fue rebautizado y completamente restaurado tras ser adquirido por Maurizio Gucci en 1983, convirtiéndose en un símbolo flotante de moda, herencia y lujo atemporal.
Exterior
El barco, construido en madera y con un peso de 700 toneladas, cuenta con una superficie de velas de más de 1.200 metros cuadrados. Puede alquilarse por entre 224.000 y 266.000 euros semanales. Actualmente, la propiedad del Creole recae en Allegra Gucci, hija de Maurizio, quien mantiene el barco en memoria de su padre. Su hermana Alessandra también figura como heredera. El Creole representa no solo un bien material de alto valor, sino también una inversión en belleza, historia y estilo que trasciende modas pasajeras.

Interior
El mantenimiento del Creole supera los 1,5 millones de euros anuales, incluyendo personal permanente a bordo, tecnología náutica de última generación integrada discretamente y constantes tareas de restauración artesanal. Con capacidad para 11 invitados y una tripulación de 16 personas, sus interiores combinan maderas nobles, mármol italiano y tejidos exclusivos que reflejan la estética Gucci sin necesidad de logos. Desde hace más de dos décadas, el velero fondea en Ibiza y Formentera, convirtiéndose en escenario de fiestas privadas, sesiones fotográficas y cenas exclusivas con la jet set internacional.


Más que una goleta, una leyenda navegante
Dejando a un lado su belleza y alma sofisticada, el Creole también navega con cargas del pasado. Desde su botadura en los años 20, marcada por una botella de champán que no se rompió en el primer intento, ha sido, en parte, considerado un barco “maldito”. Pasó por manos como las del magnate griego Stavros Niarchos -cuya esposa murió a bordo- y el compositor Maurice Ravel, quien aseguraba sentir “energías extrañas” en su interior. La tragedia alcanzó su clímax cuando Maurizio Gucci fue asesinado tras culminar su restauración, alimentando aún más la mística y leyenda oscura del barco.
No obstante, su historia también incluye momentos icónicos: en 1962, los reyes eméritos Juan Carlos I y Sofía eligieron el Creole para pasar su noche de bodas, inicio de una luna de miel por el Mediterráneo, Mónaco, España, la India, Japón y Estados Unidos, donde fueron recibidos por el presidente Kennedy. Durante la travesía, el rey se fracturó la clavícula y tuvo que llevar un yeso que su esposa acabó quitándole a pedazos. Christina Onassis les ofreció su propio yate, pero eligieron el Creole, ya entonces símbolo de distinción.
A punto de proclamarse como centenario, el Creole es hoy uno de los veleros más valiosos y legendarios del mundo. Su presencia en Formentera no solo es visualmente espectacular, sino también un recordatorio de que el verdadero lujo no siempre es lo más nuevo o ruidoso, sino aquello que resiste al paso del tiempo con elegancia y admiración.
