Ya lo decía Steven Tyler, de Aerosmith, en la canción Dream on: “Everybody’s got their dues in life to pay”. Podría, incluso, decirse que el nacimiento del tercer hijo del matrimonio compuesto por Janet Templeton y Martin Sheen fue de por sí tan especial como peligroso, pero no determinante, a posteriori, en su trayectoria, cuando más tarde decidió omitir su nombre y apellidos latinos, igual que su progenitor. “No me levanto con la sensación de ser latino. Soy un tipo blanco en Estados Unidos, nací en Nueva York y crecí en Malibú”, confesaba el propio Charlie, allá por 2012, a la cadena Univisión. Pero ése no es el mayor de sus problemas, si es que para él lo es, sino el dinero. No ya desde un punto de vista moral –cada uno hace lo que quiere con su dinero- sino desde un punto de vista que entraña a la salud.
Desde Amanecer rojo hasta Platoon, pasando por Lucas, y desde Wall Street hasta Hot shots! (recaudó ciento ochenta millones de dólares en taquilla) sin olvidar Major league, la carrera profesional de Charlie Sheen crecía a la misma velocidad que su cuenta corriente, ergo los vicios eran mayores. “Pasé de ganar dos millones por semana a ganar mil setecientos. No se trataba de la masa, sino que se trata de la experiencia, de la gente… se trata de lo que estaba encontrando y de la realidad de cada día”. A los diecinueve años ya había sido padre (fruto de su matrimonio con Paula Profitt), pero aquello duró lo que dura un suspiro, pues la siguiente mujer en aparecer en su agenda era Kelly Preston, también actriz, pero Sheen se encontraba enganchado (todo ello en los últimos ochenta) y las armas, las drogas y el alcohol fueron mejores amantes, para él, que las mujeres. “Llegué a gastar más de cincuenta y tres mil dólares en prostitutas durante quince meses”. En los primeros años de 1990, Sheen era conocido en el entorno como La máquina. “Cuando ganas tanto dinero, ¿dónde está el límite?”, reconocía. Y era cierto que no tenía límite alguno cuando el dinero no se acababa pese a que ya tenía que pasarles una pensión a sus dos ex mujeres.
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Más matrimonios accidentados, denuncias por maltrato, más vicio… y la visita a las cloacas. “Pasé de tener ofertas de varios millones de dólares a estar sin empleo y acostarme con una prostituta mexicana con cicatrices de cesáreas”, reflexionaba el actor teniendo como perspectiva lo pasado. “Esta vida no es un ensayo”, añadía. Sin embargo, la vida le brindó una segunda oportunidad en 2002, cuando el Globo de Oro por su participación en la serie Spin City. “Tener una nueva oportunidad para estar otra vez aquí, con este nivel de exposición, este nivel de calidad, con esta cantidad de talento, es realmente una bendición”. La redención, presente en ese tiempo, se esfumó, otra vez, y las clínicas de desintoxicación fueron más habituales que los platós. Charlie Sheen ya estaba con Dos hombres y medio haciendo un papel tan parecido a la realidad, que asustaba. Empezó cobrando trescientos cincuenta mil dólares por episodio (a partir de la tercera temporada) y unos ochocientos mil dólares en la quinta. En las últimas temporadas ya se embolsaba un millón por episodio, pero la situación se volvió tan insostenible entre el actor, sus compañeros y los productores (con Chuck Lorre, en concreto), que acabó abandonando la seria para ingresar, por enésima vez, en una clínica de desintoxicación. “No me importa si se muere”, declaraba entre risas Sheen sobre Lorre después de su salida de la serie. En su defensa, el productor, guionista y director contestaba: “Yo no bebo, no fumo y no tomo drogas. Tampoco tengo sexo imprudente con extraños. Si Charlie Sheen me sobrevive, me voy a cabrear mucho”. Una pelea verbal –siempre con abogados de por medio- con demandas millonarias (manejando cantidades superiores a los cien millones de dólares) e insultos, siempre con el rumor de la vuelta de Charlie a la serie.
Llegó, tras los escándalos y más cifras económicas desorbitadas que tenían que ver con el sexo (treinta mil dólares podía gastarse con una sola scort en una noche), Anger Management, un último estertor de fama y brillo para Charlie, que ya se arrepentía de lo sucedido: “No todo se trata de la gran fiesta o de coches lujosos. En un momento de reflexión, tuve una epifanía donde pude ver todo lo que estaba mal. Cuando una persona se da cuenta de eso, sabe que existe la verdad”.
¿Habrá sido así? O sea, ¿Charlie Sheen habrá caído en la cuenta de que estar en el filo pudo acabar no ya con su carrera sino con su vida? Lo que está claro es que una mala formación, mezclada con la fama y el dinero, despertaron al humano más oscuro pero no exclusivo de Charlie Sheen, sino de cualquiera que caminara por la cuerda floja. “Estoy enganchado a una droga, y se llama Charlie Sheen. No la tomes o destrozarás tu vida”. Sin duda, esta frase propia de la estrella se antojaría exacta para un auténtico epitafio.