Obituario

Ozzy Osbourne, el legendario cantante británico de heavy metal, fallece a los 76 años

El músico, famoso por su voz y sus excesos (y por haber decapitado de un mordisco un murciélago vivo en un concierto), vendió más de 55 millones de álbumes a lo largo de su carrera musical.

El músico Ozzy Osbourne firma copias de su álbum 'Patient Number 9' en Fingerprints Music el 10 de septiembre de 2022 en Long Beach, California. (Foto: Scott Dudelson/Getty Images)

John Michael Osbourne (Marston Green, Inglaterra, 3 de diciembre de 1948–Birmingham, 22 de julio de 2025),​​​ conocido popularmente como Ozzy Osbourne y autocalificado “Príncipe de las tinieblas”, fue uno de los auténticos “inventores” del heavy metal, como cantante y principal compositor de la banda británica Black Sabbath. Osbourne ha fallecido este martes a la edad de 76 años, según anunció su familia a través de su cuenta oficial de X, aunque sin especificar las causas concretas de su muerte: «Con una tristeza que las palabras no pueden expresar, tenemos que informar que nuestro querido Ozzy Osbourne falleció esta mañana. Estaba con su familia y rodeado de amor. Les pedimos a todos que respeten la intimidad de nuestra familia en este momento. Sharon, Jack, Kelly, Aimee y Louis».

Hacía tan sólo quince días que el cantante, que padecía la enfermedad de Parkinson, enfisema y otros problemas de salud acrecentados por años de consumo de drogas, había actuado el 5 de julio en un concierto de despedida con Black Sabbath en su ciudad natal de Birmingham, que Osbourne había anunciado que sería su último concierto. El cantante interpretó primero algunas canciones en solitario, permaneciendo sentado en un trono durante toda la actuación. El cantante ya había hablado en el pasado de sus dificultades para caminar relacionadas con sus problemas de salud, que empeoró tras un accidente de coche casi mortal en 2003, cuando volcó con un vehículo todoterreno en una finca de su propiedad de Inglaterra.

«No sé qué decir –gritó Osbourne a sus fans desde el escenario–. Llevo seis putos años en cama. No os podéis imaginar cómo me siento», dijo, visiblemente emocionado, antes de tocar Mama, I’m Coming Home, uno de los mayores éxitos de su carrera en solitario, compuesto a medias con el también fallecido Lemmy Kilmister, de Mot{orhead, que fue interpretado en esta ocasión por la formación original de Black Sabbath, reunida por primera vez en 20 años: el guitarrista Tony Iommi, el bajista Geezer Butler y el batería Bill Ward, que tocaron, entre otros muchos de sus éxitos conjuntos más famosos, canciones como War Pigs, N.I.B., Iron Man o Paranoid.

El concierto, que tuvo lugar en Villa Park, el estadio de fútbol del equipo local de Birmingham, el Aston Villa, formaba parte del festival benéfico Back to the Beginning, en el que numerosas leyendas del rock rindieron tributo al legado musical de Black Sabbath, entre ellas Metallica, Guns N’ Roses, Slayer y Tool, además del actor de Hollywood y gran seguidor de la música de Black Sabbath Jason Momoa, que ejerció como anfitrión de la jornada, a la que asistieron alrededor de 40.000 personas.

Un mito del rock de los setenta

Black Sabbath se formó en 1968 y publicó su primer álbum, Black Sabbath, dos años después. La banda está considerada como la pionera del heavy metal y otros géneros derivados de este. Sus pesados y distorsionados riffs de guitarra, su temática satánica y y la inconfundible voz de Osbourne (y su siniestro maquillaje) eran radicalmente distintos de todo lo que se hacía en el rock de la época y crearon un mundo sonoro que nunca antes había existido. Ozzy estuvo en el grupo hasta 1979 y la banda siguió adelante hasta 2006 con una serie cambiante de cantantes, entre los que destacan el fallecido Ronnie James Dio e Ian Gillan. En 2011 el grupo se reformó pero se separó nuevamente en 2017 y no volvió a reaparecer hasta el concierto del pasado 5 de julio.

Son infinidad los músicos que han señalado la influencia de Black Sabbath a la hora de decidirse a crear una banda y a seguir su estela musical. Pero fue aún mayor la fama que logró Ozzy Osbourne por sus hábitos y sus excesos. Como escribió en su autobiografía, I Am Ozzy (Confieso que he bebido) (2009), «durante los últimos cuarenta años he consumido alcohol, cocaína, LSD, metacualona, pegamento, jarabe para la tos, heroína, Rohypnol, Klonopin, Vicodin y muchas otras sustancias fuertes que no cabrían en una lista». A lo largo de su carrera anunció con frecuencia que había abandonado sus malos hábitos…, para recaer en la adicción poco después.

Pero, sobre todo, Ozzy se hizo famoso por un curioso incidente que tuvo lugar en directo, el 20 de enero de 1982, en el Auditorio Conmemorativo de los Veteranos de Des Moines, cuando el cantante le arrancó de un mordisco la cabeza a un murciélago vivo en el transcurso del concierto. El acontecimiento, que duró apenas unos segundos, se malinterpretó y dio a los partidos de la derecha religiosa estadounidense un nuevo y poderoso argumento para sus críticas contra el heavy metal.

Osbourne llevaba más de un año de gira cuando llegó a Des Moines. Durante ese tiempo, desarrolló un ritual en el que lanzaba carne cruda al público y este le devolvía cualquier cosa descabellada que pudiera colarse en el recinto. «Siempre me gustaron las películas antiguas en las que había peleas con tartas de crema –explicaba años después Osbourne en el documental Biography: The Nine Lives of Ozzy Osbourne, estrenado en 2020–. Eso me dio la idea de lanzar al público, en lugar de tartas, trozos de carne y partes de animales. Me parecía muy divertido. Ellos lanzaban de vuelta testículos de oveja, serpientes vivas, ratas muertas, todo tipo de cosas. Una vez alguien lanzó una rana viva al escenario. Era la rana más grande que había visto nunca, y cayó boca arriba».

Esa noche en Des Moines, alguien lanzó un murciélago de verdad. «Pensé que era de goma –dijo Osbourne–. Lo cogí, me lo metí en la boca, lo mordí y lo aplasté, como el payaso que soy». Mientras la sangre le llenaba la boca y la multitud asistía estupefacta al suceso, se dio cuenta de que había cometido un terrible error. «Los murciélagos son los mayores portadores de rabia del mundo –explicaba–. Y después tuve que ir al hospital y me empezaron a poner vacunas contra la rabia. Me pusieron una en cada nalga y tenía que ponérmelas todas las noches».

La persona que lanzó el murciélago en Des Moines nunca se ha dado a conocer públicamente, pero quienquiera que fuera le proporcionó a Osbourne más atención mediática de la que había recibido en toda su vida. «Llegó un punto en el que la gente esperaba que hiciera cosas cada vez más locas –decía en el documental–. Os diré una cosa, chicos: no es divertido que te pongan vacunas contra la rabia». El incidente del murciélago salió a relucir en casi todas las entrevistas que Osbourne concedió a lo largo de los años ochenta y, aunque se hartó de dar explicaciones una y otra vez, aprendió a aceptar su extraño papel en la historia del rock, y terminó vendiendo en sus conciertos peluches de murciélagos decapitables.

Después de aquel incidente, unos días más tarde, el 19 de febrero de ese mismo año, la gira llegó a San Antonio, Texas. Allí, después de beber más de lo debido en un bar (y vestido con ropa de la que sería su futura segunda esposa, Sharon Arden, hija de su mánager, Don Arden), salió a orinar a la calle y lo hizo contra una estatua de 18 metros de altura, el Cenotafio de la batalla de El Álamo, un monumento construido en 1939 por la Comisión del Centenario de Texas para honrar a los muertos que se enfrentaron contra el ejército de México para alcanzar su independencia. Ni que decir tiene que las autoridades locales no vieron con buenos ojos la profanación pública que suponía orinar sobre él y fue encarcelado y se le prohibió tocar en la ciudad durante la siguiente década.

Para contrarrestar su escandalosa fama, la MTV le propuso en 2002 protagonizar un reality show, The Osbournes, que duró cuatro temporadas, hasta 2005, mostrando escenas de la vida real de una típica estrella de rock y padre de dos hijos adolescentes (tenía una tercera hija, Aimee, que se negó a aparecer, y otros tres hijos mayores, Jessica, Louis y Elliott, fruto de su primer matrimonio con Thelma Malfayr, nacidos a principios de los setenta), con una esposa adicta a las compras (la verdadera cabeza de familia) y numerosos gatos como mascotas. En la serie se asistía a situaciones como el tatuaje en secreto que se hizo su hija Kelly, los encontronazos con vecinos ruidosos o los preparativos para una gira de conciertos. En una entrevista para The New York Times en 1992 ya había advertido que «todo lo que ocurre en el escenario, la locura, es solo un papel que interpreto, mi trabajo. No soy el Anticristo. Soy un padre de familia».