En una isla moldeada por el viento y la geología volcánica, donde el paisaje parece susurrar historias antiguas y la luz dibuja sombras sobre la la piedra volcánica, emerge Casa Montelongo, una joya arquitectónica donde diseño, arte y cultura insular se entrelazan para ofrecer algo más que alojamiento: una experiencia emocional.
Situada en el corazón histórico de La Oliva, esta casa centenaria ha sido transformada en un santuario contemporáneo donde el respeto por la tradición convive con la sensibilidad estética más actual. El resultado es un espacio que abraza al viajero con la calidez de un hogar y la sofisticación de una galería de arte.
Diseño con raíces: la sensibilidad como principio

Detrás del proyecto están Borja y Raúl, anfitriones y visionarios, que supieron desde el principio lo que querían: rescatar el alma del antiguo casino de La Oliva sin renunciar al confort contemporáneo. Para ello contaron con el arquitecto Néstor Pérez Batista, canario afincado en Berlín, cuya propuesta supo leer la memoria del lugar y proyectarla hacia el futuro con una intervención tan sutil como poderosa.
Casa Montelongo se alza sobre un solar cargado de historia, como recuerda el historiador majorero Pedro Carreño Fuentes, y lo hace desde el respeto al entorno: la zona de Conservación Histórico-Artística de La Oliva, donde cada piedra habla del pasado de la isla. Las estancias se abren en torno a un patio central, recreando el espíritu de las casas nobles canarias, mientras que los materiales —madera, cal, piedra volcánica— y la cuidada gama cromática (verde carruaje, blanco nuclear, azul cielo) establecen un diálogo íntimo con la naturaleza.
Belleza habitable: el arte de los detalles
Aquí, nada está dejado al azar. Desde la selección de libros hasta el mobiliario de autor, cada elemento ha sido elegido con un propósito: invitar al descanso, al hedonismo lento, al placer de lo esencial. Las obras de arte —incluida una serigrafía original de César Manrique y una escultura de Óscar Latuag que reina en el patio— no decoran, sino que habitan el espacio. La luz, tanto natural como artificial, ha sido orquestada para acompañar los ritmos del día y las emociones del huésped.
En el corazón de la casa, una piscina de agua salada, líneas puras y colores prístinos se funde con el patio central, creando un oasis privado donde el tiempo parece detenerse.
Fuerteventura, entre lo salvaje y lo sagrado

Pero Casa Montelongo no puede entenderse sin su entorno. Fuerteventura no es solo un destino: es un estado de ánimo. Sus paisajes extremos, esculpidos por la erosión y el silencio, remiten a un tiempo primigenio. En esta isla donde aún perviven pueblos que bordean lo social y lo salvaje, donde las playas se rinden al surf y al viento, y donde la flora parece llegada de otro planeta, el viajero se reconecta con algo profundo, casi espiritual.
Es fácil imaginar qué debieron sentir aquellos primeros bereberes que llegaron del norte de África— qué significa habitar un lugar tan radical, expresivo y bello. Si no conocen la costa afortunada, Casa Montelongo brindará una excusa perfecta para tratar de parar el reloj en un mundo cada día más vertiginoso.

