Partiendo de la base de que toda decisión implica una acción y una consecuencia, hay que estar preparado para todo. Y más en grupo. Si te adelantas al resto, llevas la iniciativa y las cosas salen mal, todos te lo reprocharán. Si por el contrario, pasa lo mismo pero las cosas salen bien, posiblemente todos se apunten tantos ajenos. ¿Y existe el equilibrio entre estas dos situaciones? Existe, pero es difícil encontrarlo y te vamos a contar cómo se puede conseguir.
Lo primero que hay que hacer antes de tomar cualquier decisión es identificar el problema. Si no hay ningún problema, ¿para qué vas a mover las cosas de sitio? Aunque a veces es necesario moverlas, lo normal es que si algo está bien no se toque. En definitiva, a lo que íbamos, identificar el problema es lo primero que hay que hacer. “¿Qué pasa? ¿Lo tenemos todos claro? ¿Sí? Pues bien, ahora a pensar la solución”.
Ya tenemos el problema, ahora viene la parte complicada: darle solución. Se supone que en un equipo todo el mundo tiene que aportar. Si no hay iniciativa, trata de que la haya. Varios ojos siempre van a ver mejor que dos y no es bueno que uno solo se cargue la responsabilidad de dar ideas y proponer soluciones. Si se es un equipo, se es para lo bueno y para lo malo. Escuchad todas las propuestas, tratar de que todos los miembros den su opinión y participen, eso es muy importante para que nadie pueda reivindicar después la decisión tomada por mala que resulte.
Una vez escuchadas todas las posibles soluciones, llega el momento quizá más complicado: elegir una solución. Al igual que en el punto anterior, es importante escuchar los ruegos y preguntas de todos, así como las opiniones y los posibles peros. Además, hay que recordar que la experiencia es un grado, pero que hay que escuchar a todos por igual porque las cabeza más jóvenes e inexpertas también tienen buenas ideas y otra visión, posiblemente, más fresca y lúcida, de las cosas.
Lo importante a la hora de escoger la soluciones que ésta de verdad represente lo que quiere la mayoría del grupo. Si crees que están muy equivocados, trata de convencerlos, pero no de imponer tu idea. Un equipo, es un equipo al fin y al cabo y se tiene que hacer lo que decida la mayoría. Míralo por el lado bueno: en el caso de que saliera mal la decisión tomada, la responsabilidad no recaería solamente sobre ti, sino sobre todos que sois los que la habéis decidido ejecutar. En definitiva, lo importante es tener en cuenta a todo el grupo en todas las partes de la toma de decisiones. Ser un equipo de principio a fin, vaya.