No es un terremoto, ni una crisis financiera, ni una pandemia. Es una transferencia. Silenciosa, constante, imparable. Una cantidad de dinero tan abrumadora que ni Wall Street ni el resto de mercados mundiales pueden mirar a otro lado. Y no es que vaya a ocurrir. Ya está ocurriendo.
Se llama la Gran Transferencia de Riqueza y es, sin exagerar, la mayor redistribución patrimonial de la historia moderna. En Estados Unidos, según datos de Morgan Stanley y Cerulli Associates, se espera que alrededor de 84 billones de dólares pasen de los baby boomers a sus herederos antes de 2045. Para hacerse una idea, esa cifra es más de tres veces el PIB de un país como Estados Unidos.
Y esto ya está ocurriendo. Cada semana mueren más de 10.000 baby boomers. Cada testamento, cada cuenta conjunta, cada herencia abre un nuevo capítulo de esta historia. Y la pregunta es: ¿quién está recibiendo todo este dinero? Los protagonistas no son los de siempre. No es Warren Buffett. No es BlackRock. Son familias comunes. Son millennials (nacidos entre 1981 y 1996) que, de repente se encuentran con viviendas heredadas, acciones de empresas que han duplicado su valor en dos décadas, cuentas de jubilación con seis cifras y, sobre todo, el poder de decidir. Nuevos inversores que jamás imaginaron estar tomando a los 35 años.
De Wall Street a YouTube y TikTok
Y aquí empieza lo interesante. Porque esta generación no invierte como sus padres. El 86% de los herederos, según E&Y, cambia de asesor financiero o, directamente, pasa de tener uno. No porque no les importe, sino porque buscan otra cosa. Buscan coherencia. Buscan agilidad. Buscan invertir en lo que creen, no sólo en lo que da rendimiento.
No quieren la clásica cartera 60/40, esa estrategia que divide la cartera entre un 60% de acciones y un 40% de bonos para mantener el equilibrio. Los millennials lo miran y dicen: «¿esto para qué?». Ellos prefieren fondos cotizados (ETF) que les permitan apostar por inteligencia artificial, energías limpias, tecnologías espaciales o blockchain. Y lo hacen desde el móvil, mientras esperan el metro. Y lo quieren ya.
La consultora McKinsey apunta que estamos asistiendo a una transformación hacia carteras con carga emocional. Carteras que reflejan principios personales, no sólo rentabilidad. No se invierte en Tesla por sus ratios o su balance, sino por lo que representa. No se compra bitcoin porque se entienda su arquitectura, sino porque simboliza independencia financiera. Lo mismo con Ethereum y las startups de impacto social.
Y todo este fenómeno está teniendo efectos muy concretos. UBS señala que los millennials rotan su cartera un 50% más que sus padres. Es decir, no se casan con un activo. Se mueven, prueban, salen. Es un dinero mucho más inquieto.
Ahora bien, vayamos a lo tangible. El sector inmobiliario está cambiando. En ciudades como Madrid o Valencia, los notarios están tramitando cada vez más herencias de viviendas urbanas. No se venden. Se heredan. Y muchas veces, los nuevos propietarios no se quedan. Las alquilan, las reforman, o las convierten en activos que alimentan nuevas inversiones.
En Estados Unidos, Zillow estima que una proporción cada vez mayor de operaciones inmobiliarias se realiza mediante fideicomisos familiares. Y no es que eso sea exclusivo de Nueva York o San Francisco. Es una tendencia global. En Japón, por ejemplo, se calcula que 5 billones de dólares en patrimonio cambiarán de manos solo en los próximos cinco años. En Australia, serán 2,4 billones en las próximas dos décadas.
Y atención a Europa. Aunque el tema se habla menos, los efectos ya se notan. El Banco Central Europeo ha alertado de desequilibrios intergeneracionales que podrían alterar los patrones de consumo, ahorro e inversión.
El resultado directo de este vuelco patrimonial es la volatilidad. Porque cuando el dinero lo gestionan personas que han crecido con TikTok y YouTube, los mercados ya no responden igual. El dinero ya no fluye como antes hacia los activos clásicos como el oro, que curiosamente se ha convertido en uno de los activos más rentables en 2025.
«Hazlo tú. Decide tú. Invierte tú”
Los flujos van hacia las criptodivisas, hacia crowdfunding, hacia ETF temáticos que suben o bajan en función de lo que diga un influencer financiero en Instagram. Y eso se traduce en rotaciones sectoriales rápidas, en booms repentinos y en caídas igual de explosivas.
Las fintech, claro, lo saben. Robinhood, SoFi, Coinbase y también Charles Schwab han rediseñado sus productos pensando en este nuevo cliente: joven, digital, impaciente. Ofrecen interfaces intuitivas, acceso a activos alternativos y costes bajos. Pero, sobre todo, ofrecen protagonismo.
Pero no todo es velocidad o tecnología. El capital privado también está de moda. Blackstone y KKR han lanzado fondos pensados para pequeños inversores que quieren entrar en proyectos que generen caja real sin pasar por la bolsa. El ETF PSP de Invesco, por ejemplo, permite esto con una simple orden desde el móvil.
Lo interesante es que esta generación no ha vivido un verdadero mercado bajista. Solo han visto subidas. Crecieron con tipos bajos, con tecnologías disruptivas que se disparaban y con redes sociales que convertían a cualquiera en experto. No conocen el miedo a perder, solo saben ganar. Y eso, guste o no, cambia las reglas del juego.
Mientras los bancos centrales siguen con sus malabares entre inflación y crecimiento, mientras los analistas se obsesionan con la curva de tipos, mientras los fondos tradicionales intentan adaptarse, hay un flujo gigantesco de capital que está reconfigurando todo. Se llama la Gran Transferencia de Riqueza. Y no es el futuro. Es ahora.
