Una de las artimañas para no salir airosos del email es la que utilizaba Abraham Lincoln para responder a emisores de cartas maleducados era frustrar toda su ira sobre un papel, donde lanzaba sapos y cualquier improperio que le apeteciese. Al día siguiente, cuando ya estaba más calmado, redactaba una carta con un tono más amable y conciliador. ¿Funcionará en pleno siglo XXI?
Un consejo añadido para redactar nosotros mismos un correo sería no olvidar que, aunque sea un ente online, no deja de ser una persona.
Otra forma de canalizar nuestra ira pasa por entender al emisor, ¿habremos malinterpretado el mensaje?, ¿tendrá un mal día? Para ello debemos de aplicar nuestras dotes de empatía. Quizá el tono no sea tan áspero a través del teléfono, prueba a llamar e intercambiar información vía oral.
Lo importante es no mantener la “cadena de agresión” y responder en el mismo tono, no llevará a nada. Por eso, tomarse un tiempo y razonar la respuesta será la opción más acertada.
Además, si ninguno de los consejos no funciona, antes de crear un conflicto innecesario, omitir el mensaje si no es de relevancia sería la opción más conciliadora. Ya se sabe, el mayor desprecio es el no aprecio.