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El riesgo de recesión y una crisis de deuda se cuelan en el corazón de América

Para los economistas, la preocupación no es nueva. Desde 2022 se han acumulado falsas alarmas sobre una recesión inminente, pero ahora algo ha cambiado.

Todo el mundo habla de ella, pero pocos se atreven a ponerle nombre. El riesgo de recesión en Estados Unidos vuelve a estar en boca de los economistas, de los mercados y de los ciudadanos, aunque esta vez, viene con matices. En lugar de un colapso abrupto, lo que preocupa es una desaceleración progresiva, cada vez más contaminada por el fantasma de la deuda y la amenaza de estanflación. Estados Unidos, la economía más grande e innovadora del mundo, comienza a mostrar grietas serias justo cuando su liderazgo global parecía intocable.

Las señales no son pocas. En las últimas semanas, tanto empresas como consumidores han emitido señales claras de preocupación. Las previsiones de crecimiento han sido recortadas, las expectativas inflacionarias van en aumento, y el consumo comienza a dar síntomas de fatiga. Los datos duros que incluyen el empleo, las minoristas y el gasto todavía resisten, pero los indicadores de confianza y sentimiento han caído en picado.

Por esto tiembla Wall Street

Para los economistas, la preocupación no es nueva. Desde 2022 se han acumulado falsas alarmas sobre una recesión inminente, pero ahora algo ha cambiado. Las expectativas se han deteriorado de tal forma que muchas firmas, entre ellas Goldman Sachs y JP Morgan, ya han revisado al alza las probabilidades de recesión. Goldman ha elevado esa cifra al 35% y JP Morgan al 40%, en un entorno marcado por el endurecimiento de la política comercial estadounidense y la persistencia de una inflación que no da tregua.

Las políticas arancelarias impulsadas por Donald Trump han contribuido decisivamente a este cambio de panorama. Aunque aún no se sabe con certeza qué pasará realmente después del 2 de abril, la sola expectativa del anuncio ha sido suficiente para sembrar el desconcierto.

Goldman estima que los aranceles recíprocos podrían situarse en torno al 15%, lo que supondría un aumento considerable respecto a rondas anteriores. UBS calcula que esta nueva batería tendría un impacto fiscal comparable con una subida generalizada de impuestos equivalente al 2% del PIB estadounidense. Los efectos macroeconómicos no se harían esperar como el aumento de hasta 3,5 décimas en la inflación para 2025-2026 y un impacto similar en el crecimiento. Las previsiones para el PIB del cuarto trimestre ya han sido recortadas al 1%, y las expectativas del S&P 500 se han ajustado a la baja.

Por otra parte, la confianza de los inversores y consumidores se resiente. Según el índice de confianza de la Universidad de Michigan, solo el 37% de los hogares cree que las acciones subirán en los próximos 12 meses, una caída de 20 puntos desde noviembre.

El fantasma de la deuda

A esto se suma el problema de la deuda. Ray Dalio, fundador de Bridgewater, ha advertido que Estados Unidos podría estar al borde de una crisis crediticia sin precedentes. Los intereses de la deuda ya ascienden a 1,2 billones de dólares anuales y el déficit sigue aumentando. Desde 2009, el gasto público se ha duplicado, incluso en periodos de bonanza. El coste de la deuda ya representa cerca del 15% del presupuesto federal anual.

El riesgo, según Dalio, es que una pequeña crisis pueda descontrolarse muy rápidamente, generando una dinámica difícil de revertir. Las herramientas para gestionar esa situación son ahora más limitadas que nunca. El modelo predictivo de la Fed de Atlanta ha revisado el crecimiento del primer trimestre. De un 3% anterior, se ha pasado a una previsión negativa del -2,1%, que podría llegar al -2,8%.

Incluso sin los efectos distorsionadores de las importaciones de oro, que se han disparado en lo que se interpreta como una señal de refugio frente a la incertidumbre, la economía apenas crecería. Además, el presidente de la Reserva Federal (Fed) Jerome Powell ya ha recortado sus previsiones al 1,7% anual.

El mercado teme ahora la estanflación, un escenario incluso más difícil de gestionar que una recesión convencional. Altos niveles de inflación junto con crecimiento estancado y posible aumento del desempleo. En este entorno, cualquier intento de estimular el crecimiento podría alimentar aún más la inflación, dejando a la Fed entre la espada y la pared. De hecho, el índice de precios PCE, el preferido por la Fed, subió un 0,4% mensual, por encima de lo esperado, mientras que el gasto real apenas creció un 0,1%. Los expertos temen que este deterioro de la confianza lleve a un freno del consumo, que representa el 70% del PIB estadounidense.

Oxford Economics alerta de que la economía podría entrar en recesión por la vía del sentimiento, puesto que los hogares que se convencen de que viene una crisis reducen el gasto, creando así la propia recesión que temen.

Tipos de interés

Las previsiones para los tipos de interés también han cambiado. Goldman Sachs, que no esperaba movimientos hasta 2026, ahora anticipa tres recortes en 2025, mientras que los mercados descuentan incluso dos rebajas antes de julio. El problema es que, aunque los bancos centrales estén dispuestos a bajar tipos, los tipos de interés a largo plazo no han cedido, lo que encarece la refinanciación de la deuda y complica aún más el panorama fiscal.

En resumen, las cartas están sobre la mesa, pero no está claro si son ganadoras. La recesión, aunque todavía no es un hecho, ya ha empezado a instalarse en la mente colectiva. Y eso, para una economía basada en la confianza, puede ser el primer paso hacia un desenlace no deseado.

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