Hay historias que piden a gritos que las cuenten dos veces. Hay historias que nacen con el sello de la tragedia, pero reviven con una segunda parte marcada por el regreso triunfal. Hoy les traemos la del Recluta, un velero que nació en Inglaterra a principios del siglo XX, naufragó en el Atlántico Sur, vivió 80 años sumergido en planos y diseños fantásticos, y finalmente volvió a la vida en los recientes tiempos de la pandemia.
El océano siempre ha sido un escenario implacable, donde la valentía de los navegantes se mide no solo en en el número de millas náuticas que dejan por la popa, sino en el temple que se les impregna en el ADN. Entre las muchas embarcaciones que han surcado las aguas del Atlántico Sur, pocas historias resuenan con tanta fuerza como la del Recluta, un velero que zarpó de las costas de la Gran Bretaña con rumbo sur en los años 40 del siglo pasado para encontrar su destino final en las costas argentinas de Buenos Aires.
El Recluta original fue construido en 1901 en los astilleros británicos de Camper & Nicholsons, conocidos por crear embarcaciones robustas y elegantes, capaces de afrentar los desafíos más duros del océano. Con 67 pies de eslora y un casco de madera noble, este velero era una obra maestra de la carpintería naval, diseñado para combinar velocidad y estabilidad en alta mar. Navegó más de treinta años en aguas del hemisferio norte hasta que fue vendido a un empresario argentino. El destino comenzaba a mostrar sus garras.
La travesía desde Inglaterra hasta Buenos Aires fue en sí misma una aventura épica. La tripulación, compuesta por experimentados marineros europeos, tuvo que lidiar con varias tormentas en el Atlántico Norte, vientos cambiantes y semanas de navegación sin ver tierra. Los barcos, como los seres humanos, tienen esa enorme capacidad para asomarse despreocupadamente a nuevos horizontes, sin pensar demasiado en lo que vendrá. Las aguas heladas de la Gran Bretaña, cuna de El Recluta, cambiaron su registro para transformarse en las dulces, cálidas y ocres aguas del Río de la Plata.
En Argentina, el velero fue adquirido por el empresario Charlie Badaracco. Bajo su mando, y con el diseño de Germán Frers (padre), el Recluta fue adaptado para las regatas locales. La modificación de su aparejo a un diseño bermudiano le dio una nueva vida, haciéndolo competitivo en las difíciles aguas del Río de la Plata. Frers, que se había negado a aprobar la última asignatura de Ingeniería para evitar que lo llamaran “ingeniero” y mantener su aura de artista, ya había fundado su estudio de diseño naval junto a su primo, Ernesto Guevara Lynch, el padre del Che Guevara. La dinastía naval Frers estaba en marcha y el rediseño del Recluta vería en los tableros de dibujo de ese estudio el nacimiento de una leyenda.
La Regata Buenos Aires-Mar del Plata: El inicio del fin
El verano de 1942 trajo consigo la oportunidad de competir en la prestigiosa regata Buenos Aires-Mar del Plata. Un recorrido de unas 260 millas, partiendo desde la sede del Yacht Club Argentino, en la entrada al puerto de Buenos Aires, para bajar buscando la desembocadura del gran Río de la Plata. Esta regata de dos días, conocida por las sorpresas que siempre traían los repentinos cambios de clima, era un verdadero reto para cualquier embarcación. El Recluta zarpó con confianza, sabiendo que tenía sus opciones de llevarse el triunfo.
El estuario del Río de la Plata está plagado de bancos de arena y algunos de piedra, como el Banco Inglés; sus fuertes corrientes pueden hacer tediosa la navegación en horas de vientos suaves y, por si fuera poco, en el verano boreal nunca desaparece el temor a que entre un “pampero”, ese viento repentino y brutal que llega desde el oeste o sudoeste como una tromba y puede levantarse hasta los 70 nudos cuando el frente frío desplaza al calor del verano bonaerense.
La Buenos Aires-Mar del Plata siempre ha sido una regata sencilla en los papeles y complicada en el agua. El Recluta seguramente navegó pegado a la costa de la provincia de Buenos Aires hasta llegar a la Bahía de Sanborombón, principio de la desembocadura del Río de la Plata, donde el rumbo apunta más al sur, hasta Punta Rasa y los bajos y cangrejales son la pesadilla de los navegantes.
El Recluta navegó sin problemas, pero, al caer la noche, el clima cambió de forma abrupta. El cielo se cerró en un manto negro, y el mar, antes inquieto, se transformó en mar bravo. El viento, que soplaba con fuerza constante, se convirtió en una serie de rachas erráticas que sacudían el velero de proa a popa.
Las crónicas cuentan que el Recluta encalló cerca del cabo San Antonio, comenzando a surcar el Atlántico, con un rumbo sur ya definido. Tras una primera varada cerca de la rompiente, El Recluta pudo escapar de la arena, pero en esa maniobra un tripulante cayó al agua. Una segunda maniobra logró su rescate, pero el coste fue elevado. La quilla tocó fondo, dejando al velero atrapado en la arena y el casco a merced de las olas. Los marineros del Recluta lograron alcanzar la costa, dejando atrás el casco varado, que durante años sería testigo mudo de aquella tragedia. Salvaron sus vidas, pero no la del barco.

El final de la primera vida del Recluta había llegado. Tristes publicidades de la época ofrecían a los turistas de San Clemente del Tuyú visitas al “barco hundido por 2 pesos”. El casco destrozado del Recluta se pudo ver durante años hasta que las olas terminaron su tarea de demolición y la arena se tragó los restos.
Charlie Badaracco, el patrón de El Recluta, rescató varias piezas del barco, aparejos, bronces y otros restos y encargó a Germán Frers padre el diseño de un nuevo Recluta, uno que renacería de las cenizas de esos restos, pero que por el apogeo de la Guerra y la imposibilidad de importar de Europa plomo, bronces y maderas, nunca llegó a construirse. Esos planos y diseños de Frers padre dormirían ochenta años hasta renacer en una segunda versión la historia, la de la epopeya.
(Continuará…)