1. En la sencillez está la belleza: cuanto menos ostentoso y sencillo sea, muchísimo mejor.
2. Se debe poder memorizar de manera fácil e inmediata.
3. Debe reflejar los valores de la marca a través de la tipografía, los colores… jugar con lo que se tiene entre las manos para lograr un reflejo de lo que somos.
4. Cuando más “adaptable” mejor, es decir, que sea versátil para poder plasmarlo y reproducirlo en diferentes formatos y soportes (en papel, en muebles, en vehículos, en uniformes…)
5. No debe tener más de tres (como muchísimo cuatro) colores. Y como en el punto 1: cuanto menos, mejor.
6. El consumidor debe reconocerlo con un simple golpe de vista.
7. Debe ser perdurable en el tiempo, estable, en cierta medida atemporal. Los logotipos no se cambian todos los años, de hecho las grandes empresas pasan décadas sin apenas introducir cambios en ellos.
8. La tipografía utilizada (si es que se utiliza una) debe ser clarísima. Debe poder leerse a la primera y sin ningún tipo de complicación.
9. Nos tiene que permitir diferenciarnos de la competencia más directa.
10. Debe ser reconocible al hacerlo más pequeño, al voltearlo e incluso al pasarlo a blanco y negro.