Este mes de enero, muchos medios y cuentas de redes sociales se han hecho eco de los 26 años del estreno de Los Soprano, la serie que cambió la forma de entender la ficción televisiva. No es una cifra redonda, pero cada cierto tiempo Los Soprano vuelven a la primera línea de la actualidad, porque el alcance de su influencia, como el de los Beatles en la música, no deja revitalizarse con cada nueva generación.
Como ya ocurriera con El Padrino, Los Soprano sirvió para proyectar una imagen de los italo-americanos que resultó agridulce para dicha comunidad. Por un lado, tenían que volver a sufrir la lacra de la identificación de su colectivo con el crimen organizado –como denuncian varios personajes en la serie, especialmente la familia de la doctora Melfi, la psiquiatra de Tony–; por otro, al centrarse en la vida privada de los hampones, la serie supone todo un fresco de la cultura italo-americana, donde el aspecto gastronómico queda reflejado en un recorrido por una amplia gama de platos, técnicas y tradiciones.
La atención detallada que pone la serie creada por David Chase a las peculiaridades de la cultura italo-americana alcanza un caso extremadamente curioso en el gabagool. No cabe duda de que las charcuterías italianas de todo el mundo deben estar particularmente en deuda con el impacto de Los Soprano, siendo las carnes curadas o los fiambres un bocado recurrente en sus distintos episodios. Y uno de los protagonistas es la capicola o gabagool.
Todo el mundo conoce el salami, el prosciutto y la mortadela. Los alimentos básicos del gran mostrador de carnes y quesos italoamericanos se han vuelto tan conocidos como el aceite de oliva virgen extra. Pero cuando comenzó a emitirse la serie, hubo un nombre que desconcertaba al público. ¿Qué demonios es el gabagool? Su nombre correcto es capicola, y según The Daily Meal es un “cruce entre prosciutto y salchicha”. Al igual que sus “hermanas” curadas con sal, la capicola, que también puede llamarse simplemente “copa”, se sazona con una variedad de sabores como vino, ajo y pimentón, se embute en una tripa a base de carne, luego se ahúma y se deja curando hasta seis meses. Es rojo y blanco, no tan picante como la soppressata –otro de los bocados favoritos de Tony–, pero tampoco tan suave como, por ejemplo, la mortadela. La capicola no es en absoluto el fiambre italiano más moderno o popular, sin embargo, es el más divertido de pronunciar. Y aquí está la cuestión clave: cómo la serie Los Soprano representa la peculiaridad de la comunidad italoamericana de Nueva Jersey a través de la pronunciación de un alimento.
En el artículo How capicola became gabagool: the italian New Jersey accent, explained, publicado en la web atlasobscura.com, Dan Nosowitz lleva a cabo una profunda inmersión en el origen del fenómeno gabagool. Después de hablar con algunos expertos en lingüística, Nosowitz descubrió que, al igual que las reinterpretaciones estadounidenses de las recetas italianas, la palabra gabagool resulta ser tan italiana como la tarta de manzana.
Alrededor del 80% de los italo-americanos descienden de italianos del sur, una zona en la que los dialectos de las regiones son muy diferentes. Del mismo modo, el idioma italiano que llegó a Estados Unidos en la época de la gran emigración es muy diferente al que se habla hoy. El idioma que puede escucharse en lugares como Nueva Jersey, Staten Island o Nueva York es, en realidad, el resultado de antiguos inmigrantes que se aferran a su dialecto nativo y transmiten elementos de este a través de generaciones de estadounidenses que tal vez ni siquiera tengan idea de lo que es el italiano contemporáneo real.
En el caso de gabagool, Nosowitz concluye que se trata de una combinación de las vocales finales que se eliminan, los sonidos “oh” se elevan y lo que los lingüistas llaman “consonantes sordas”, es decir, los sonidos “k” y “c”, se convierten en consonantes “sonoras”, que, en este caso, equivale al sonido “g”. Así pues, si queremos dar nuestra primera lección de “Lenguaje Soprano para principiantes”, empecemos con capicola: suelta la vocal final, convertimos las “c” en “g”, y enfatizamos el sonido “o”. Y llegamos así a gabagool.
Todo lo bueno y todo lo malo que nos ocurre tiene de algún modo su reflejo a la hora de comer. A veces sucede entre un plato y otro, o a veces es en ese momento cuando comentamos lo ocurrido, lo vivido o lo que planeamos hacer. Y recordamos entonces a Sonny Corleone cortando un trozo de hogaza de pan para mojar en la olla de salsa de tomate como un niño travieso, antes de iniciar una guerra contra los Tattaglia.