Opinión Kiko Fuentes

Villancicos sietemesinos, fastos non-stop y luces LED

Luces en la ciudad de Vigo. Foto: Getty

Como buen prejubilado, holgazaneaba plácidamente en las postrimerías de septiembre, mientras con un ojo semiabierto supervisaba los últimos compases de las noticias del mediodía, solo segundos antes de arrojarme de cabeza a los abismos episcopales de la siesta.

Ante mis sentidos embotados por la digestión, aparecióse de repente David Bisbal anunciando el lanzamiento de un villancico. Esta visión desconcertante me sacó violentamente de mi letargo. Pensé en principio que alguien había aliñado mi gazpacho con alguna sustancia lisérgica pero, sobresaltado y en un ejercicio rápido de zapping, pronto encontré en otra cadena al crooner giratorio almeriense, proclamando una vez más la buena nueva. Villancicos en septiembre, lo que nos faltaba. ¿Una nueva evidencia del cambio climático?

En realidad, nada tengo en contra de David Bisbal, honrado estajanovista del hit que viene demostrando su valía desde hace más de dos décadas. Admiro, además, su entrega y entusiasmo siempre que colabora en campañas publicitarias, siendo a mi juicio la celebrity más profesional de España en ese terreno. Yo aún diría más, le alabo el gusto con lo del villancico, toda vez que incorporar un éxito navideño al repertorio es probablemente la mejor de las decisiones para un artista con trayectoria. Las canciones pop que se escuchan recurrentemente cada diciembre constituyen verdaderos planes de pensiones para sus autores, intérpretes y causahabientes: Mariah Carey ingresa una lana con su celebérrimo All I want for Christmas is you, los herederos de George Michael (Last Christmas) o Shane McGowan (Fairytale of NewYork) reciben pingües aguinaldos cada año, y hasta los macarruzos de Slade, baluarte del glamrock setentero, llenan las alforjas puntualmente con su Merry Xmas Everybody. Todo apunta a que el villancico de Bisbal, que finalmente fue presentado completo a mitad de noviembre, con su toquecito Motown y todo, nos acompañará mucho tiempo. Ole por él y por los que manejan su barca.

Hechas estas consideraciones de disquero trasnochado, tengo que decir que la Navidad y sus daños colaterales me producen una infinita pereza. Más aún cuando, a la manera de marquetiniano enema, la mano invisible del mercado introduce la cánula sin piedad y, lo que es peor, cada vez antes. La cosa navideña, con la edad, va gustando cada vez menos. Cuando empieza a haber sillas vacías, y supervillanos como Papa Noel, los Reyes Magos, e incluso el Ratoncito Pérez han visto ya desmontadas sus tapaderas, el turrón ya no sabe igual, y está uno deseando que el simulacro colectivo de Paz y Amor pase cuanto antes.

Además, la Navidad ha quedado para traca final de una mascletá de celebraciones importadas que te dejan exhausto y, al incauto que entre a todos los trapos, en bancarrota. Halloween a primeros de Noviembre provoca que honestos padres de familia accedan a disfrazarse de mamarracho, para escoltar a sus retoños en busca de chuches, y evitar en lo posible que caigan en las redes de conciudadanos pervertidos . Últimamente empieza a sonar el Día del Soltero, 11/11, que es invento chino para festejar el celibato y pasar disciplinadamente por caja… Te cagas. No tardaremos en celebrar Acción de Gracias, que ni nos va ni nos viene, y reunir a la familia alrededor de un pavo amojamado. Y además está el Black Friday, para que podamos comprar aún más gadgets que no necesitamos a precio de ganga, o eso nos dicen.

Agotador. Aunque peor lo tienen nuestros hermanos venezolanos, que empiezan la Navidad en octubre por decreto del iluminado que rige sus destinos. Eso sí que es triste.

Por si acaso alguien no se enterara, está además el asunto del alumbrado callejero navideño. Siempre existió, engalana nuestras calles y se supone que es una especie de Viagra para el consumismo en las zonas iluminadas, pero con el auge de la tecnología led, está llegando a extremos delirantes. Hasta hace no tanto, se hacía a base de bombillas incandescentes y, claro, las posibilidades de dar rienda suelta a la creatividad y la horterada cósmica eran sensiblemente menores. Hoy muchos regidores municipales compiten por ver cuál de sus ciudades exhibe más colorines, en una espiral de contaminación lumínica y mega-abetos cónicos. El ejemplo cumbre lo tenemos en la ciudad de Vigo, cuyo alcalde directamente ha enloquecido con este asunto, aunque también hay que decir que atrae a miles de visitantes, para horror de muchos vigueses, imagino yo.

El pueblo llano, azuzado por el esfuerzo municipal, no se queda atrás. Corre a los bazares orientales a adquirir todo tipo de guirnaldas centelleantes y decora sus balcones y ventanas. Y no son pocos los paisanos, todos tenemos algún vecino así, que en una mezcla de pereza y eficacia, mantienen encendidas las luces navideñas todo el santo año.

Por no hablar de esos Papá Noeles rampantes que, involuntarios ninots indultats, se pasan los doce meses escalando infructuosamente balcones de nuestras ciudades, mientras su uniforme de trabajo se decolora bajo el sol. Menos mal que David Bisbal decidió sacar la zambomba en verano, habrán pensado los pobres.