Opinión Jesús Mardomingo

Tú a Baku, yo a Cali.

Foto: Getty

Banda sonora: Cali Flow Latino – La Salsa Caleña

Película (en esta ocasión, mini serie) recomendada: Extrapolations — Official Trailer | Apple TV+

“El mundo está sumido en una vorágine. Estamos viviendo una época de transformación sin precedentes, lo que nos obliga a afrontar desafíos inauditos, que exigen soluciones globales”. Lo dijo hace escasas semanas Antonio Guterres ante la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York. Unas frases después, anunció su convencimiento sobre dos verdades: en primer lugar, que “la situación en que se encuentra el mundo es insostenible” y, en segundo lugar, que “los problemas tienen solución”.

La primera afirmación no me siento capaz de debatirla, ni siquiera confirmarla, con el jefe de la mayor organización internacional de la Tierra. Su segunda sentencia sobre la actualidad del planeta sí podría llegar a compartirla. Hasta Joaquín, “el Chapo” Guzmán siempre decía que nunca había que rendirse, que siempre hay una salida…

Y todo esto el mandatario lo afirmó en unos meses de sucesivas COPs (Conferencias de las Partes) y de INCs (Comités Intergubernamentales de Negociación); la de Dubai, la de Cali, la que ahora comienza de Baku, y la INC 5 de diciembre en Busan, confirman que los países en desarrollo, expuestos al cambio climático y asolados por crisis guerreras recurrentes, la destrucción de la biodiversidad y el aumento de la contaminación necesitan soluciones financieras para avanzar hacia un desarrollo sostenible. Unas medidas que, además de innovadoras y eficientes, pasan a ser también radicales de financiación.

La COP16 de Cali acabó sin un acuerdo mundial para financiar la protección de la naturaleza. Un importante grupo de estados representados, no solo no avanzaron presentando sus planes nacionales para conservar la biodiversidad, sino que NO alcanzaron avances en cuanto a la aportación de los llamados países ricos para financiar su conservación. A pesar de las malas noticias, se acordó algo muy novedoso en el ámbito financiero: la creación del llamado Fondo de Cali para el reparto de los beneficios de los recursos genéticos. Un fondo que, a pesar de su creación, también ha suscitado muchas dudas sobre su eficacia.

El Fondo de Cali establece que las empresas que utilicen la Información de Secuencia Digital (DSI) de los recursos genéticos de la biodiversidad en sus productos deberán pagar una parte de sus beneficios o ingresos al fondo. Ahora bien, queda por ver cómo y quién lo hará.

Ahora comienza la COP29 de Baku. Conocida ya como la “COP de las finanzas”, se centrará en la negociación de la financiación climática y cómo apoyar a los países en vías de desarrollo para lograr los objetivos y salvaguardar la economía mundial. Una nueva oportunidad para que, especialmente los llamados países desarrollados incrementen sus aportaciones económicas, hoy totalmente insuficiente para conseguir los objetivos de financiación de la acción climática. Un objetivo muy similar al marcado (y fracasado) en Cali de aumentar hasta 200.000 millones de dólares anuales.

En efecto, mientras el mundo se enfrenta al cambio climático y a otros retos medioambientales, y los países en desarrollo aumentan drásticamente sus necesidades energéticas, la financiación pública parece insuficiente para colmar las lagunas. Diferentes jurisdicciones y entidades supranacionales han hecho grandes esfuerzos por establecer un marco institucional sólido para las inversiones “sostenibles”, pero esto no se ha traducido en un cambio drástico de las inversiones “marrones” a las “verdes”.

Sin duda, resulta necesario trabajar duro en la búsqueda de modalidades de la financiación de la transición a la sostenibilidad, identificar el papel de los diferentes actores, y armonizar las mejores prácticas que permitan implementar las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, por cierto, preocupantemente retrasadas en su consecución en todo el mundo. Esta situación añade un elemento de urgencia a las peticiones de reforma de la estructura financiera mundial, que cada vez cuentan con más apoyo. Volver al camino aprobado por la mayoría de los estados del planeta (veremos si Trump también) requiere un aumento de la financiación para la Agenda 2030 y el Acuerdo de París. Ojalá en Baku (capital de un país petrolero) cambien la dinámica y el encuentro no sirva para definir nuevos propósitos y objetivos tras confirmar que los marcados en la sesión anterior no se cumplieron.

Pero me voy de nuevo a Cali, la capital de la salsa. Porque allí confirmé también que el problema no es solo un asunto de las élites, ni de unos habitantes concretos del planeta. Como europeo, confieso que la Cumbre de la Biodiversidad de Cali (Colombia) me inspiró, mucho. Y coincidiendo mi regreso a España con la catastrófica DANA de Valencia, mucho más. Con luces y sombras, me inspiró, me abrió los ojos y me hizo sentir, más que nunca, lo que significa la deforestación, la sobreexplotación, el cambio climático, la presión de los lobbies, la contaminación…

Cali no habrá conseguido totalmente los objetivos financieros, pero ha demostrado algo muy relevante: no es posible lograr las metas que los estados proponen sin contar con la gente. La COP de la GENTE la llamaron muy acertadamente los colombianos. La de Cali reconoció especialmente la contribución de las comunidades indígenas, afrodescendientes y comunidades locales al cuidado y la preservación de la biodiversidad, pero debería exigirse la misma contribución al resto de los que habitamos la Tierra (y el Mar).

Dejemos a los gobiernos hablar y hablar, planificar y legislar con expertos y funcionarios (ojo, iniciativas también necesarias) pero convenzámonos que resulta igualmente urgente que llenemos nuestras agendas, las de la gente, promocionando conceptos y proyectos creativos de auténtico valor añadido que contribuyan a cambiar la tendencia de la humanidad. Promocionemos el emprendimiento, incluido el tecnológico, de la gente comprometida con la realidad y las necesidades de financiación más inmediatas. Que las ideas de financiamiento público alcancen pronto el éxito, pero urge apoyar otras medidas de naturaleza privada que nos ayuden, económicamente también, a cambiar nuestros hábitos de producción y de consumo, a acabar con los conflictos armados, a reducir las desigualdades.

En Cali descubrí que hay otras formas de hacer las cosas, que hay más colores que el de la economía verde. Que el azul, el color del planeta, del huito, de la jagua, y de aprovechar la abundancia que nos da la naturaleza, el naranja, el del cacao maduro, del achiote y de las industrias creativas, y el amarillo, el de la cúrcuma, de la tecnología y el emprendimiento digital son colores que representan nuevas visiones de la economía que pueden aportan soluciones, entre otras, en las tierras más ricas en biodiversidad, y donde viven los humanos que la cuidan.

Parafraseando a William Ospina: “La humanidad está necesitando una inmensa revolución de las costumbres”.

Jesús Mardomingo es abogado de largo recorrido. Defensor de la economía naranja, el color del cacao maduro, como modelo de desarrollo en el que la diversidad cultural y la creatividad son punto clave para abordar con éxito la actual transformación social y económica que el planeta demanda.