Los test de análisis de ADN que comercializa la empresa estadounidense Orig3n cuestan entre 29 y 298 dólares (unos 26 y 269 euros). Supuestamente, los resultados de las prueban ayudan a esclarecer qué tipo de alimentos, ejercicios y productos de belleza son los más efectivos para una persona de acuerdo a su perfil genético. Según la compañía, permiten, incluso, conocer la predisposición de un individuo a desarrollar ciertas capacidades deseables, como una gran inteligencia o fuerza. Promesas con eco científico que, sin embargo, se han deshecho en jirones de humo marketiniano después de que diecisiete exempleados de esta pequeña firma de Boston revelaran en septiembre su mala praxis. Aseguran que los kits no siempre cumplían con las expectativas infladas por la firma, a menudo estaban contaminados o eran inexactos en sus conclusiones. Si se repetían, ciertos test daban resultados radicalmente opuestos a los iniciales para una misma persona.
Según los denunciantes, entre los que se incluyen desde gerentes a técnicos de laboratorio, la compañía había descubierto hacía tres años ciertos problemas en sus pruebas de ADN. Pero en lugar de solventarlos de raíz, se conformaron con aplicar soluciones informáticas rápidas que los enmascararan. Como consecuencia, los resultados eran muchas veces falsos y los análisis no cumplían con los estándares científicos básicos para asegurar su fiabilidad. Los responsables de la empresa se han apresurado a calificar las acusaciones de falsas. Echan la culpa de los posibles errores del pasado a los antiguos trabajadores y aseguran que actualmente cumplen con los estándares para los análisis genéticos fijados por el gobierno y revisan manualmente los resultados para comprobar su veracidad.
Orig3n, fundada en el 2014, ha levantado más de 50 millones de dólares de financiación en los últimos cinco años de manos de grandes nombres del sector como LabCorp, un peso pesado de los análisis clínicos. Nació como una compañía de medicina regenerativa que quería construir el mayor banco de células madre a nivel global. En el 2016, dio un giro de timón hacia el análisis genético en pos de una mayor rentabilidad. Hoy, la empresa es solo una de las numerosas firmas que venden en internet kits de análisis de ADN para responder preguntas sobre genealogía, nutrición o salud, entre otras cuestiones.
Cualquier usuario, con una cartera suficientemente provista, puede contratar sus servicios y tener en cuenta los resultados para programar su próxima dieta, un plan de entrenamiento en el gimnasio o consultar a un médico. El mercado de las pruebas genéticas directas al consumidor, en rápido crecimiento desde 2017, mueve alrededor de 300 millones de dólares (cerca de 271 millones de euros) en todo el mundo. Según la consultora KPMG, el sector, capitaneado por las también estadounidenses Ancestry y 23andMe, alcanzará los 1.000 millones de dólares (905.000 millones de euros) en el 2020.
Ciencia y probabilidad
Un estudio de la publicación MIT Technology Review ha revelado que en el 2018 se batieron todos los récords de ventas de test de ADN de consumo. En doce meses se comercializaron tantas pruebas como en todos los años anteriores desde 2013. Su cada vez más extendida publicidad, una creciente cultura de empoderamiento del cliente y el aumento de la demanda de productos personalizados han servido de combustible para impulsar el motor de un mercado en auge.
El proceso es sencillo. Los interesados en conocer la procedencia de sus antepasados, su dieta ideal o el riesgo de desarrollar algunas enfermedades pueden elegir entre los diferentes test disponibles en las webs de estas empresas. Después de pagar un coste que va de unas pocas decenas de euros a varios cientos, según la prueba y la compañía, reciben en su casa un sencillo kit con todo lo necesario para enviar por correo a la firma una muestra de saliva o del epitelio bucal. Una vez en los laboratorios, los técnicos extraen el ADN de las células –recogidas, generalmente, en un bastoncillo o un pequeño tubo– y llevan a cabo los análisis pertinentes para identificar genes específicos o mutaciones relacionadas, por ejemplo, con el metabolismo de ciertos nutrientes, con enfermedades como el cáncer y la diabetes y con trastornos como la obesidad. Los clientes pueden recibir en casa el informe con las conclusiones o consultarlo directamente en internet.
La fiabilidad de los resultados es casi tan variable como el precio de los test. “Si una persona presenta una variante genética asociada a la obesidad u otra enfermedad, tiene más probabilidades que otra persona de desarrollarla”, explica a Forbes Fermín Ignacio Milagro, científico del Centro de Investigación en Nutrición de la Universidad de Navarra. Pero “no quiere decir que vaya a tenerla indefectiblemente”, salvo en el caso de enfermedades muy concretas donde ese factor genético es preponderante. Además, todavía no se conocen las claves genéticas necesarias para saber con exactitud si una persona metaboliza mejor o peor las grasas o si su cuerpo responde mejor a los ejercicios de fuerza que a los de resistencia. Los resultados de las pruebas de ADN pueden aportar ciertas pistas, pero no son suficientes para proporcionar un asesoramiento riguroso sobre las pautas para reducir el riesgo de enfermar. “Esa información es todavía poco fiable, habría que cogerla con pinzas”, advierte Milagro.
Por su parte, las pruebas genealógicas, como las que ofrecen empresas como 23andMe, MyHeritage, 24Genetics, OneFam y Ancestry, se hacen comparando el genoma del cliente con el de consumidores de otros países y continentes para determinar qué porcentaje del mismo tienen en común y así construir una especie de mapa étnico. “La genética no es exacta, siempre ha habido mucha mezcla, pero se ha estudiado a millones de personas para determinar en qué partes del mundo predominan u otras variantes genéticas”, indica el investigador de la Universidad de Navarra. Según Milagro, los resultados de este tipo de test son más fiables, aunque otros expertos señalan que los perfiles genéticos obtenidos por este tipo de análisis no aportan la suficiente información para localizar con precisión en un mapa los ascendientes de un individuo.
No existen suficientes genomas secuenciados para que las comparaciones sean efectivas y estas se realizan únicamente con los disponibles en la base de datos de la compañía. Las firmas como Orig3n, cuyos servicios no están relacionados con el pronóstico de enfermedades, no se enfrentan a demasiado escrutinio ni deben cumplir medidas regulatorias estrictas. No ocurre lo mismo con otras como 23andMe, que a principios de año recibió la aprobación de la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) para asesorar a sus clientes sobre el riesgo genético de desarrollar cáncer y otras enfermedades. Pero por muy fiables que sean las pruebas de ADN, hay quien duda de los beneficios de que las personas reciban directamente los resultados.
Al fin y al cabo, son los profesionales sanitarios los que verdaderamente tienen el conocimiento para interpretarlas. “Todos los científicos están de acuerdo en que este tipo de análisis deberían estar avalados por el consejo de un profesional con conocimientos en genética y especializado en el área de salud correspondiente”, asegura Milagro. La predisposición genética no lo es todo. El medio ambiente y los hábitos de vida pueden influir enormemente en la expresión de ciertos genes o hacer que estos permanezcan dormidos y, por tanto, no suframos sus efectos. Además, en temas de salud, es importante tener en cuenta otros análisis complementarios para efectuar un pronóstico fiable y actuar en consecuencia.
Bibliotecas genéticas
Según el citado análisis de MIT Technology Review, el sector de las pruebas genéticas de consumo está controlado por cuatro nombres: las estadounidenses Ancestry, 23andMe, Gene By Gene y la israelí MyHeritage. En enero de este año, sus bases de datos acumulaban el ADN de más de 26 millones de personas. Si el número de usuarios que contratan sus servicios sigue aumentando al mismo ritmo, en el 2022 la cifra podría superar los 100 millones. Ancestry y 23andMe, líderes indiscutibles del mercado, poseen las mayores colecciones de ADN humano del mundo, por encima de centros de investigación y hospitales.
Existen amplias bases de datos genéticas públicas, alimentadas por proyectos y trabajos científicos, pero “están fragmentadas”, dice Milagro, por lo que la información que contienen es más difícil de estudiar. Sin embargo, estas compañías “poseen bases de datos cada vez más extensas y aplican siempre los mismos procedimientos, por lo que tienen más ventajas a la hora de avanzar en su investigación”, señala el experto. “Esto es un valor enorme para estas empresas, que podrían venderlas en el futuro”, añade. Pero estas nutridas bibliotecas genéticas plantean serias cuestiones relacionadas con la protección de los datos y la privacidad. Porque ¿cómo deben custodiar la valiosa información que guardan de sus clientes y con quién pueden compartirla? “Los datos genéticos son especiales porque no solo codifican nuestra impronta, también la de nuestra familia e hijos”, explica Caroline Rivett, directora del área digital, de seguridad y privacidad de KPMG para Reino Unido.
Aunque las pruebas genéticas llevan décadas empleándose en entornos médicos y científicos, su comercialización directamente al consumidor es una práctica relativamente nueva. La información contenida en el ADN de una persona se considera altamente sensible. De acabar en manos de terceros, podría tener efectos negativos sobre diferentes áreas de su vida. Una empresa aseguradora podría denegar o aumentar el precio de una póliza de salud a un solicitante con predisposición a desarrollar una enfermedad. Por el mismo motivo, podría ser descartado de un proceso de selección de personal para un puesto de trabajo.
A nivel europeo, el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) obliga a las compañías a proteger los datos de sus clientes. Los de salud, además, son considerados especialmente delicados, de ahí que la regulación aplicable sea todavía más estricta y el nivel de protección superior al de otras categorías. En la UE, esta información no puede sufrir ciertos tratamientos, ni ser transferida a terceros sin el consentimiento explícito del usuario. Pero la misma UE estipula algunas salvedades para proyectos de “interés público, científico o de investigación histórica o estadística”. Sus responsables pueden, por ejemplo, pedir consentimientos a personas para utilizar sus datos sin especificar el tratamiento que recibirán y almacenarlos por si pueden ser de utilidad en estudios posteriores, siempre que se garantice su protección. En sus políticas y pliegos de condiciones, las empresas de test genéticos directos al consumidor dejan la puerta abierta a algunas prácticas. La firma 23andMe, por ejemplo, estipula que no comparte información genética sobre sus clientes a nivel individual. No ocurre lo mismo cuando esta ha sido “anonimizada o agregada”, es decir, cuando se utilizan grandes volúmenes de datos (big data) procesados de manera que no pueda identificarse a las personas de las que proceden.
¿Quién controla?
A la hora de elegir una u otra compañía, los expertos aconsejan decantarse por las más grandes, ya que dispondrán de una política de privacidad más desarrollada y estarán sometidas a un control más exhaustivo. Según Ancestry, los consumidores “mantienen siempre la propiedad de su ADN y de los datos relacionados” y pueden “gestionarlos y borrarlos”. Advierten en sus condiciones que las empresas con las que trabajan, como los laboratorios, tendrán acceso a los mismos. Solo los compartirán con objetivos de investigación si obtienen el consentimiento explícito del cliente.
Las compañías también piden permiso para conservar las muestras con el fin de realizar nuevos análisis más sofisticados en el futuro. Más del 80% de los más de cinco millones de clientes de 23andMe han accedido a participar en los proyectos de investigación de la empresa, contribuyendo a incrementar su biblioteca genética. También ofrece a los usuarios la opción de borrar sus datos, pero es difícil asegurar su eliminación definitiva. Sobre todo en el caso de que estos hayan sido ya utilizados por otras entidades, como instituciones científicas o empresas. “Una vez los datos se han compartido con terceros, es muy difícil controlar que no se continúen compartiendo”, recalcaba a The New York Times James Hazel, experto en privacidad genética de la Universidad de Vanderbilt (EE UU). Y las alianzas son ya tendencia. 23andMe ha anunciado recientemente su colaboración con Airbnb para ofrecer un servicio de ‘turismo de herencia’ (genética) y cuenta con la farmacéutica GSK entre sus inversores. Hay quien ya habla de monopolio para 23andMe y MyHeritage, que operan en Europa. Su posición de ventaja competitiva como líderes del sector dificulta a las pequeñas empresas y a los nuevos actores hacerse un hueco en el mercado. Una brecha que, junto con las dudas sobre la privacidad de los datos que manejan, aumentará en el futuro a medida que estas firmas ofrezcan nuevos tipos de análisis y ahonden todavía más en nuestros secretos genéticos.