No tiene ni pies ni cabeza asumir que los que montan una empresa son una especie de genios solitarios que aprenden casi por ciencia infusa y que tropiezan, mágicamente, con ideas excepcionales. Esto es un tópico que los acerca a la imagen, igualmente falsa, de Isaac Newton descubriendo la fuerza de la gravedad a la sombra de un manzano. La mayoría de los que montan con éxito un negocio disruptivo cuenta con formación y experiencia en el sector en el que lo pone en marcha, ha sabido rodearse de un entorno con el que puede compartir algunos de sus desafíos y, probablemente, o recibe o recibió en su momento el apoyo inicial de unos mentores y profesores que creyeron en él o ella y le dieron herramientas y consejos valiosos para afrontar los obstáculos. Aquilino Peña, socio de la firma de capital riesgo Kibo Ventures y profesor de ISDI, aclara que “existe ya un mito consolidado que dice que los grandes emprendedores pierden el tiempo yendo a la universidad y Peter Thiel, fundador de PayPal o Palantir, hasta patrocina una beca para animar a algunos estudiantes a dejar las aulas”.
Se repiten, también y sin descanso, los nombres de Bill Gates, Mark Zuckerberg o Steve Jobs para mostrar sus trayectorias como un ejemplo de lo que deberían ser las vidas de los que deseen montar una empresa revolucionaria. Gates y Zuckerberg abandonaron Harvard y Jobs hizo lo mismo con el Reed College. El socio de Kibo recuerda que su historia personal es bastante más común entre los emprendedores que la de Gates, Zuckerberg o Jobs. En mi caso, apunta, “ir a Harvard me permitió no solo aprender mucho técnicamente, sino también conocer profesores y compañeros que me fueron muy útiles para poner en marcha mi primer proyecto”. Además, por cada Gates, Zuckerberg o Jobs hay un Jeff Bezos que fue a Princeton, un Satya Nadella que estudió en Chicago, un Sergey Brin que hizo lo mismo en Stanford o un Elon Musk, que se graduó en Física y Económicas en la Universidad de Pensilvania. Si las instituciones educativas no fueran importantes para los emprendedores, Google no hubiera inaugurado la suya en Silicon Valley. Miguel Ángel Díez Ferreira, fundador de startups como RedKaraoke y profesor de ISDI, añade que “aunque el emprendimiento es vocacional, las posibilidades de fracasar se incrementan exponencialmente sin formación ni experiencia previas, porque la pasión y las ganas no son suficientes”. Es verdad, sigue, que “la universidad ha sido cuestionada, pero es que sus programas no están pensados para ayudar a emprender… De eso se ocupan las escuelas de negocios”. Los emprendedores pueden acceder a la formación de muchas maneras, pero prácticamente nadie duda que necesitan formarse antes de lanzar sus negocios. Es más, afirma Díaz Ferreira, “hay grandes diferencias en los ratios de éxito/fracaso entre los emprendedores que reciben la formación adecuada y los que no”.
Y esas diferencias aparecen porque “se pueden enseñar técnicas y metodologías que ayudarán a reducir la incertidumbre y los riesgos”. Naturalmente, la receta universal y definitiva para triunfar no existe, pero eso ocurre en todos los órdenes de la vida: aprender a jugar al fútbol en una escuela de élite no garantiza que vayamos a deslizarnos sobre el césped como Cristiano Ronaldo o Leo Messi. Sin embargo, sigue Díez Ferreira, “el networking, los contactos y el formar parte del ecosistema que proporciona una escuela de negocios ayudan enormemente al emprendedor a superar los momentos difíciles y a abrir puertas más fácilmente”.
Oferta abrumadora
Aquilino Peña admite que la oferta de formación a la que acceden ahora los que abren sus empresas en España no tiene nada que ver con el páramo que se encontró él cuando quiso abrir la suya. Ser emprendedor se ha puesto de moda y la palabra startup está en boca de muchos universitarios (y no universitarios) sobresalientes que ya no se plantean solo la gran multinacional o consultora como el mejor destino de su talento. Según un sondeo de la firma de recursos humanos TRIVU, entre 2.500 jóvenes españoles menores de 30 años, el 55% se ve en una década o creando su propio negocio o trabajando como freelance o para una startup. El porcentaje de jóvenes que espera crear su propio negocio es similar al de los que esperan integrarse en una gran empresa. Díez Ferreira asegura que “los nuevos emprendedores, y no solo en España, tienen más conocimientos que antes y eso les permite desarrollar proyectos más potentes y con más ambición global”. En nuestro país, sigue, “vemos muchas startups que reciben inversiones por encima de los 10 o 20 millones de euros, algo impensable hace solo cinco años, y eso no es casualidad: se debe a la maduración del mercado, y a que los emprendedores sabemos mucho más que antes, y por tanto los inversores están más dispuestos a arriesgar”.
Ahora, matiza el experto, “hay un ecosistema potente de escuelas de negocios, aceleradoras, inversores, mentores, consultores, medios, eventos… y muchísima más información que antes. Cuando yo empecé a emprender en el mundo digital en 1997, te buscabas la vida como podías, era todo muy intuitivo, y nadie sabía nada, no había experiencia. El impacto de esta nueva generación de emprendedores, y de los veteranos que seguimos innovando, está siendo bestial en volumen de nuevas empresas, y sobre todo en su tamaño”.
Es verdad que la formación para emprender se ha multiplicado hasta cotas asombrosas… ¿pero qué características deben tener esas instituciones que tanto ayudan a formarse a los emprendedores? ¿Cómo nos aseguraremos de elegir la correcta? Al fin y al cabo, como advierte Miguel Ángel Díez Ferreira, “hay más de 90 aceleradoras en España, una barbaridad, y de hecho, podría contar con los dedos de una mano las que realmente aportan valor y ofrecen una metodología y unos servicios interesantes. Por desgracia, la mayoría solo aportan ruido”.
El primer requisito que deben cumplir las instituciones excelentes es, según Aquilino Peña, “que el claustro se componga de profesionales en activo con experiencia en startups, amplios conocimientos técnicos y redes de contactos”. Hablamos de emprendedores, inversores y directivos de grandes compañías. También cree que, entre ellos, “debe haber personas dispuestas “a participar o comprometerse en los proyectos más brillantes de los alumnos”. Se refiere, sobre todo, a “ofrecer asesoramiento, relaciones profesionales y, en ocasiones, también capital”. Parte de las relaciones profesionales vendrán de otras promociones de alumnos que hayan conseguido crear sus modelos de éxito y también hayan aprendido de sus primeros reveses. Para Miguel Ángel Díez Ferreira, los profesores deben ser emprendedores o, al menos, profesionales familiarizados con el emprendimiento y “las necesidades de las empresas que empiezan”. Una startup, matiza, “no se puede gestionar como una empresa convencional, y si el profesor no entiende cómo funcionan y por qué, difícilmente podrá ayudar a los alumnos. De hecho, lo que les enseñe puede acabar siendo contraproducente”.
El segundo requisito, sigue Peña, pasa por “incluir en la formación la enseñanza de los modelos de gestión Lean y Agile”. Estas metodologías imprimen una velocidad mucho mayor a los negocios, que adaptan sus estructuras al cumplimiento preciso de los objetivos que se proponen los fundadores, a la eliminación y prevención de duplicidades, al despegue de la productividad de los equipos de trabajo, al desarrollo de productos y servicios totalmente adaptados al mercado al que se dirigen e incluso a la cocreación y codiseño de productos y servicios de la mano de sus mejores clientes.
El tercer requisito es que la escuela de negocios posea una incubadora con una metodología propia, es decir, que no se dedique a seguir un manual que igual se adapta a la realidad de los alumnos y emprendedores o igual no. Esa metodología será exigente, lo que significa que los proyectos o cumplirán los objetivos o abandonarán el programa. A cambio, por supuesto, recibirán seguimiento y apoyo desde el comienzo y también cuando pasen por las sucesivas rondas de financiación con inversores.
En paralelo, la institución acumulará una notable experiencia tanto en programas de aceleración como en el número y calidad de las startups aceleradas. Los perfiles de los mentores, que deben ser profesionales reputados y bien remunerados, serán públicos, y el centro no obligará a residir en la incubadora a todos los proyectos emprendedores, sino que sabrá adaptarse a sus necesidades aunque les ofrezca siempre unas infraestructuras que estén a la altura. Eso sí, como señala Aquilino Peña, “los alumnos que busquen incubadora deberán tener en cuenta que necesitarán algo más que un sitio donde trabajar”. Los mejores coworkings no siempre son los mejores espacios para emprender. Hay que tener cuidado con lo que algunas instituciones dicen que hacen y lo que terminan haciendo en realidad. Su excelencia, por fuerza, tiene que reflejarse junto con su evolución en un lugar destacado en los rankings de incubadoras nacionales e internacionales, en una clara rentabilidad y revalorización media de las startups después del periodo de aceleración y en un fuerte crecimiento anual de los proyectos que participen o quieran participar en los programas.
Hay que implicarse
El cuarto requisito de un escuela de negocios que proporcione una experiencia valiosa al emprendedor pasa por contar con un fondo de inversión. Aquilino Peña considera que esto es algo fundamental por dos motivos: “la escuela tiene que apostar claramente por sus alumnos poniendo, al menos, un poco de su propio dinero; en segundo lugar, el fondo debe ayudar a canalizar las necesidades de los estudiantes que quieren emprender”. Cuando una institución aporta financiación, se ve obligada a seleccionar unos proyectos frente a otros, a explicar por qué lo hace, a implicarse de algún modo en la gestión para asegurarse de que sus recursos están bien empleados y a realizar un seguimiento preciso. Todo ello tiende a apuntalar y complementar los conocimientos que se han impartido en las aulas.
El quinto requisito pasa por su capacidad de grabar a fuego en las mentes de los emprendedores este simple mensaje: vuestra formación solo acaba de empezar. Para Miguel Ángel Díez Ferreira, “es cierto que los emprendedores deben formarse durante toda la vida, siempre hay que estar aprendiendo porque el mercado y la tecnología cambian muy rápido. Hoy en día la formación constante es necesaria para todo el mundo, o sencillamente el mundo te deja atrás”.
Puede parecer un concepto escurridizo, pero las mejores escuelas de negocios ayudan a los que montan sus empresas a preservar y hasta cultivar su humildad. No piden perdón por vivir, obviamente, pero asumen que no lo saben todo, que emprender implica tener muchas más preguntas que respuestas y que necesitan los conocimientos y el aliento de un buen equipo para afrontar las graves dificultades que presentará cualquier proyecto innovador.
Aprenderán, igualmente, que han de convivir con la incertidumbre, que existen fracasos que valen más que victorias y que deben mantener un equilibrio de trapecista entre el escepticismo sobre sus propias certezas y el optimismo de quien no se deja atrapar por las dudas. Será imprescindible, también, que distingan claramente si aspiran a emprender o a intraemprender, aunque es verdad que la decisión puede depender de las distintas etapas de la vida. Precisamente, el sexto requisito de una escuela de negocios que ayude a quien quiere montar una empresa es sentarlo en clase con otros que aspiran a asesorarle desde grandes consultoras o a competir con su startup desde una gran multinacional. Estos últimos serán intraemprendedores, porque tomarán la iniciativa dentro de las tripas de sus empleadores para sacar adelante proyectos valiosos que parecían imposibles, para reducir drásticamente el peso de la burocracia y cuestionarla sin descanso y, finalmente, para motivar a sus equipos e incluso sus jefes a crear e impulsar unas iniciativas nuevas que conviertan la oficina en un entorno eléctrico y vibrante. Los emprendedores pueden aprender de los intraemprendedores a relacionarse con las grandes empresas con las que querrán colaborar para ganar escalabilidad rápidamente, a no ver a las multinacionales como apisonadoras sino como posibles aliadas, clientes e incluso accionistas y, por fin, a tejer procesos importantes y destejer otros superfluos para no acabar envueltos en una maraña que, poco a poco, les reste agilidad.
El último requisito que deben cumplir este tipo de escuelas de negocios pasa por los antiguos alumnos. Como apunta Miguel Ángel Díez Ferreira, “las mejores forman a potenciales emprendedores, y luego les ayudan a crear sus empresas (incubación) y a acelerar su crecimiento”. Esos emprendedores de éxito, sigue, “se convierten a su vez en inversores, nuevos profesores y mentores que ayudarán a formar y a financiar a futuros emprendedores que salgan de la escuela, cerrando así el círculo”. Naturalmente, aclara Aquilino Peña, “una buena educación también se refleja en las trayectorias de sus estudiantes, en los destinos laborales que eligen durante o al final del curso y en la relevancia de su formación tanto para crear sus propios proyectos como para atraer a los mejores empleadores”.