De la motocicleta Vespa Piaggio a la máquina de escribir Olivetti Valentine, pasando por la cafetera a vapor Bialetti o los transistores de radio Brionvega; el diseño industrial italiano ha exportado al mundo una constelación de objetos –Made in Italy– tan prácticos como hermosos, los cuales pueden descansar tanto sobre el estante de una cocina como en la vidriera de un museo de arte.
A juzgar por la rotundidad y la brillantez de los diseños de sus mejores discípulos, la herencia de Ettore Sottsass está a salvo. Nacido en Innsbruck, pocos meses antes del final de la Primera Guerra Mundial, hijo de arquitecto trentino y madre austríaca, Sottsass estudió en Torino y se estableció en Milán a los 30 años. Desde la gran urbe lombarda impulsó durante décadas el mejor diseño industrial de arraigo italiano. Formó parte del MAC, el Movimiento de Arte Concreto, fundó la revista de agitación cultural Pianeta fresco y –desde 1957– se hizo cargo del diseño de ordenadores de la marca Olivetti. Suyas son piezas de orfebrería informática incipiente hoy legendarias como el Elea 9003, la Logos 27 o la Divisumma 26. Pronto se haría cargo también de la rutilante imagen de máquinas de escribir de vanguardia como la Olivetti Valentine.
El espíritu de este pionero indómito se percibe con nitidez en alguna de las creaciones exhibidas por Created in Italy, la actitud hacia lo imposible, una completa muestra de diseño industrial italiana elevado a la (más amplia) categoría de arte contemporáneo que promueve el ministerio italiano de Asuntos Exteriores y Cooperación Internacional. Las 31 piezas que integran esta colección estuvieron en la Central de Diseño del Matadero de Madrid entre octubre y noviembre del pasado año para recalar –a continuación– entre febrero y abril, en la Terminal Grimaldi del puerto de Barcelona. Entre ellas, hay rodajas de excelencia conceptual envasadas al vacío como las superficies decorativas de madera compuesta de Alpi, las exquisitas piezas de recambio automovilístico de Brembo (uno de los talleres artesanales que trabajan para Ferrari), los tejidos biodegradables de Coex o los chalecos salvavidas de Dainese. Sottsass reivindicaba la creación de objetos que resultasen útiles sin por ello renunciar a la belleza y a la textura emocional, creaciones capaces de afectar “a los músculos, los huesos, la sangre, las vísceras, los ojos y el estado de ánimo” de sus consumidores. Created in Italy ofrece toda una constelación de objetos así. De Monza al mundo Las raíces del diseño industrial italiano se remontan al periodo de entreguerras, con la irrupción de objetos de consumo “diseñados” (es decir, concebidos y confeccionados con una intención que va más allá de lo instrumental) en ferias de arte como la Bienal de Monza de 1930 o la Trienal de Milán de 1933. Por entonces, el referente externo eran las creaciones del Royal Institute of British Architects (RIBA), y en su estela empezaron a proliferar diseños italianos como la hoy venerable y vetusta Olivetti Studio 42, de Ottavio Luzzatti o la mítica calculadora de Marcello Nizzoli.
La estética racionalista empezaba a convivir con la vocación de inyectar a los diseños una dosis creciente de stilo, como se aprecia en los espléndidos gramófonos de Luigi Figini y Gino Pollini. Con FIAT y Olivetti como principales motores de la innovación a gran escala, el diseño industrial italiano se transformó en una fuerza emergente tras la Segunda Guerra Mundial, en una Italia que se reconstruía a velocidad de crucero. En ese contexto irrumpe el Bel Design, aleación incombustible de funcionalidad e impacto estético, de sólida impronta local y exuberancia cosmopolita. Mientras Sottsass se embarcaba en su fértil asociación con Olivetti y Nizzoli garantizaba (con el modelo Mirella) el ingreso de la máquina de coser en la cofradía de los objetos hermosos, Luigi Caccia Domionini creaba lámparas de pie de una esbeltez revolucionaria como la Monachella o la Imbuto y Marco Zanuso transformaba en poesía visual los transistores TS 502 de Brionvega.
Entre las obras maestras del periodo, no puede faltar la Vespa modelo Piaggio, una delicia cortesía del ingeniero aeronáutico Corradino D’Ascanio, que ha sido exhibida en múltiples ocasiones como obra maestra de la tecnología, el diseño y el arte contemporáneo y hoy forma parte de las colecciones permanentes del MoMA de Nueva York y el Triennale Design Museum de Milán. También en ese lapso temporal extraordinariamente fértil, a caballo entre las décadas de 1950 y 1969, empieza a exportarse de manera masiva la célebre cafetera Bialetti, que venía siendo un formidable producto de consumo interno desde 1933 y que ahora conquistaría el mundo, propulsada por un original rediseño de marca a cargo del historietista Paul Campani.
La recta final de los 60 y los primeros 70 son la época de Pratone, la irreverente chaise longue de aspecto rupestre y festivo diseñada por Giorgio Ceretti, de los revolucionarios centros de mesa Putrella de Enzo Mari, del diván Arflex o, muy especialmente, del cénit creativo de un Ettore Sottsass que se asomó a la madurez con la creatividad exacerbada y fue capaz de perpetrar cumbres del diseño como los computadores de Elea o la máquina de escribir Tecne 3, demostrando, de paso, que el perfeccionamiento sistemáticos de patrones puede ser un estupendo atajo a la excelencia.
Fundado por Sottsass en 1981, el grupo Memphis reunió a una auténtica aglomeración de talentos, de Matteo Thun a Aldo Cibic pasando por Andrea Branzi o Michele De Lucchi, y produjo maravillas inspiradas en el futurismo, el art déco y el pop art como el armario Beverly, la silla Oberoi o la librería Casablanca. Ya en 1981, Susan Heller, reportera del New York Times, constató que Italia había pasado a dominar el diseño de producto. Compañías francesas como Renault o alemanas como Volkswagen habían puesto sus últimos prototipos en manos de profesionales italianos e incluso Sony dejaba el diseño de su nueva gama de equipos de estéreo en un discípulo de Sottsass al que consideraban capaz de darle la dosis exacta de elegancia vanguardista.
Para Heller, “los italianos llevan exportando belleza al mundo desde, al menos, el Renacimiento. Ahora, además, han aprendido a venderla al por mayor”. Created in Italy recoge de manera modélica la vitalidad de esa tradición, las huellas de Stottsass y la impronta del Bel Design o el Arte Concreto. Para comprobarlo, basta con asomarse a la barcelonesa Terminal Grimaldi y echar un vistazo a los pulcros equipos de buceo de la empresa ligur Cressi o a los objetos artesanales de cemento que produce el estudio lombardo Crea.
La marca Italia difícilmente podría encontrar mejores embajadores.