En los años setenta, cuando el desembarco chino en España era algo impensable, un chascarrillo corría de boca en boca entre los madrileños. La ocurrencia decía que si se hacía un desfile de chinos en fila de a uno separados por un metro de distancia, el desfile no acabaría nunca. Además de los casi 900 millones de ciudadanos del país asiático que había entonces, el ritmo de crecimiento demográfico convertiría esta comitiva en inacabable.
En cuarenta años, la situación ha cambiado de forma radical. Al cierre del pasado año, el número de ciudadanos de este país que viven en España se sitúa ya en los 211.298, de los que se encontraban afiliados a la Seguridad Social un total de 101.393 personas. De estos, hay 53.469 dados de alta como trabajadores autónomos.
Los chinos han pasado de regentar comercios de productos baratos a convertirse en un auténtico contrapoder al comercio tradicional español. Y no sólo eso, se han erigido en un verdadero competidor para las grandes cadenas de distribución.
Bazares, tiendas de ultramarinos, restaurantes y bares, la influencia de estos ciudadanos asiáticos se ha extendido como una mancha de aceite por el tejido empresarial español. El carácter familiar de los negocios, la capacidad para trabajar 16 horas diarias los 365 días del año y la independencia frente a los bancos en la financiación de los establecimientos son algunas de sus fortalezas en el sector de la distribución.
Numerosos barrios de grandes ciudades como Madrid, Valencia o Barcelona han visto tal invasión de comercios que se han convertido en auténticas Chinatowns. Más de 50.000 pequeñas y medianas empresas constituyen la fuerza china en España, sobre todo en los sectores de alimentación, hostelería y comercio.