Después de trabajar junto con Yvon Chouinard, y conseguir posicionar a la marca Patagonia como una de las grandes firmas de ropa de montaña, Kristine Tompkins se casó con el montañero, conservacionista y fundador de North Face, Douglas Tompkins. El matrimonio creó Tompkins Conservation, que engloba diferentes proyectos enfocados a la creación de parques naturales, recuperación de especies ausentes, conservación la biodiversidad y activismo medioambiental.
Tras el fallecimiento de su esposo, Kristine consolidó un proyecto mediante el que ha conseguido conservar más de 800.000 hectáreas de tierras en la Patagonia Chilena y Argentina, contribuyendo a crear o expandir cinco parques nacionales y a establecer la mayor reserva natural protegida promovida por agentes privados del mundo.
La Foundation for Deep Ecology continúa con su labor, además de apoyar a pensadores y activistas que confrontan la globalización económica, sus pactos comerciales y algunas estructuras antidemocráticas.
La admiración, amistad e influencia del filósofo Noruego Arne Naess marcó en gran parte la elección de su camino, “el frente es largo” y sin duda la responsabilidad es de todos. Sin embargo, el trabajo del matrimonio Tompkins ha contribuido a dejar un mundo un poco mejor para futuras generaciones. Veremos cuanto dura.
Después de tanto éxito con su compañía. ¿Qué les hace abandonarla y dar el salto al conservacionismo?
Nosotros hemos practicado siempre el esquí, la escalada, somos gente de montaña. Sufríamos mucho al ver la deriva que estaba tomando el planeta. Cuando nos jubilamos teníamos claro que nuestro camino era el de trabajar en conservación y devolver a la naturaleza todo lo que ella nos había regalado.
Se habla de Patagonia como una anticorporación. ¿En qué sentido?
No sé si es una anticorporación, lo que está claro es que en sus inicios incorporó otros valores, no solo el crecimiento desmedido. La familia Chouinard, dueña de la firma, quiso crear un modelo y una serie de procesos con la ambición de liderar un tipo de empresa que conjugase el crecimiento con el menor impacto posible al medio ambiente.
Una pareja de gringos llega a Chile y empieza a comprar gran cantidad de tierras. Se generaría desconfianza…
Al principio, la reacción general fue de total incredulidad. Pensaron que podíamos ser espías, creyeron que queríamos hacer un cementerio nuclear… Pero, después de tanto tiempo y con la distancia, entendemos que lo que Douglas y yo planteábamos era algo totalmente nuevo. Su resistencia se disipó tras los cuatro primeros años.
¿Cuáles han sido las principales trabas que se han encontrado?
Todo proyecto tiene dificultades por su propia naturaleza. Hemos tenido presiones a nivel corporativo. No obstante, a pesar de las dificultades, quisimos aguantar y perseverar.
¿Qué importancia tiene para usted incluir a las comunidades en los proyectos conservacionistas?
Es absolutamente central, sin su ayuda un proyecto de este tipo sería imposible que continuase durante cientos de años. Los parques nacionales han de dar un beneficio directo a las personas de cada comunidad. Una de las metas de nuestro proyecto es que las comunidades tengan una vida más que digna. Queremos que los parques nacionales formen parte del desarrollo económico local y lo hemos conseguido.
Parece haber un conflicto, al menos aparente, entre conservacionismo y rentabilidad. ¿Es cierto? ¿La rentabilidad es lo único importante?
Los empresarios tenemos aun más responsabilidad, si cabe, que el resto de los ciudadanos porque nuestras decisiones generan mayor impacto en la degradación de la naturaleza. En este sentido, creo que millones de personas de todo el planeta estamos alineados, tenemos una opinión y exigimos que la economía global trabaje para la mayoría y no solo para cierto grupo de personas.
Se habla de la arrogancia del humanismo en contraposición a una visión ecocéntrica de la sociedad. ¿Cómo cree que podemos cambiarlo?
Debemos preguntárnoslo todos. ¿Por qué no hacemos suficiente para combatir el cambio climático? ¿Estamos dispuestos a hipotecar todo nuestro futuro por el hoy? Me cuesta asimilar que con toda la información que tenemos, sabiendo que este cambio va a afectar a mil millones de personas, no tomemos medidas más severas. La cultura hoy en día está rota.
Su marido y usted, y el éxito de su proyecto, han sido motivo de inspiración para muchos. ¿Qué mensaje les daría a nuestros lectores?
Creo que muchos de los lideres del mundo económico son totalmente conscientes de lo que está ocurriendo. Pero a veces, no tienen el deseo o supone demasiado esfuerzo. Seguro que con buena voluntad podemos encontrar el cómo, porque el cuándo ha de ser ahora. Tenemos que pensar en qué va a pasar cuando haya un colapso del ecosistema. Ya estamos viendo las consecuencias en muchos lugares marginales, pero no tardará en salpicarnos cruelmente también a la gente del primer mundo. Los empresarios son los que más pueden hacer, a mayor velocidad, y con consecuencias positivas. Tienen un deber moral, y nosotros como humanos tenemos que hacer todo lo posible para evitar las posibles consecuencias. ¿Quién quiere ser la generación que destruya este hermoso planeta? ¿Quién quiere dejar este legado? Esa es la pregunta.