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La deportividad más brava de Italia

Ferruccio Lamborghini junto a la maqueta de uno de los deportivos de su legendaria marca.

Dicen que los tauro se caracterizan por su fuerza de voluntad y perseverancia. Ferruccio Lamborghini nació el 28 de abril de 1916, por lo que era uno de ellos. Y quizá por eso no descansó hasta que fundó en 1963 su propia marca de coches. Y sería precisamente un toro, en homenaje a su signo zodiacal, el que luciría en su logo y el que pronto se convertiría en leyenda de la automoción, en símbolo de exclusividad, de lujo y, sobre todo, de la máxima deportividad italiana.

Hoy, más de medio siglo después de su nacimiento, los niños siguen soñando con conducir un Lamborghini y los no tan niños no pueden evitar clavar una mirada de envidia en ellos cuando pasan a la velocidad del rayo y con el estruendo del trueno.

Ferruccio también soñaba con deportivos. E iba más allá que eso: acumulaba en su garaje una extensa colección de Mercedes, Lancia, Maserati y Ferrari. Pero parece que eso no era suficiente para él. De hecho, un problema con el embrague de su Ferrari 250 GTB hizo que se empeñara en fabricar un coche que hiciera la competencia al mismísimo Cavallino rampante. Muchos pensaban que estaba loco. Pero él, como buen tauro, sabía que podía conseguirlo. De hecho, hasta ese momento había logrado todo lo que se había propuesto, no tenía que demostrar nada a nadie. Tras la Segunda Guerra Mundial fundó una fábrica de tractores, ya que había servido en un destacamento de transporte para el ejército italiano y comenzó a comprar sobrantes de vehículos militares para convertirlos en maquinaria agrícola. Su ingenio le convirtió en un auténtico referente del sector.

En los años sesenta, era un hombre de éxito, el tercer fabricante industrial italiano en el sector agrícola, al que le sobraba dinero y no le faltaba ambición. Los que le conocieron aseguran que era hábil, impetuoso y de fuerte carácter. Por eso, a pesar de que su proyecto de fabricar deportivos era visto por muchos como una extravagancia inexplicable, un peligroso salto a ciegas que le podría llevar a la ruina, nadie consiguió quitarle la idea de la cabeza.

Comenzó a trabajar en él a finales de 1962 y ya en mayo de 1963 fundó la sociedad Automobili Ferruccio Lamborghini, adquiriendo un terreno de grandes dimensiones en Sant’Agata Bolognese, a unos 25 kilómetros de Bolonia, para construir una fábrica grande y moderna.

La experiencia adquirida en sus otras empresas le permitió montar las instalaciones más funcionales para su objetivo: una estructura que, en aquel momento, no tenía rivales en el sector. La gran nave central estaba unida al edificio de las oficinas, de manera que los directivos tenían constantemente bajo control la producción. Incluso el propio Lamborghini se ponía a trabajar personalmente en los coches cuando le parecía que algo no se estaba haciendo exactamente como él quería.

El Lamborghini Jarama, un cupé deportivo que fue construido entre 1970 y 1976.

Hubo que pisar el acelerador a fondo para que el primer modelo de la marca viera la luz a tiempo para llegar a la cita más importante del sector en aquella época: el Salón del Automóvil de Turín, que se celebraría a principios de noviembre de 1963. Y allí se desveló al mundo su primera obra maestra, el Lamborghini 350 GTV, que llevaba la firma del Giotto Bizzarrini (quien había diseñado algunos de los últimos motores de Ferrari) y de dos por entonces jóvenes ingenieros que ya apuntaban maneras: Gian Paolo Dallara y Paolo Stanzani.

Suma y sigue

Aquel 350 GTV inauguró a una constante producción de bólidos que llegaban al mercado cada cierto tiempo dando siempre mucho que hablar. Modelos a menudo bautizados con el nombre de famosos toros de lidia o ganaderías, como el Miura de 1966, que fulminó todos los récords de velocidad de entonces con una punta de 280 km/h y una aceleración de 0 a 100 km/h en 6,7 segundos; el elegante coupé de cuatro plazas Islero, de 1968; el Diablo de 1990, posiblemente el coche más deseado de aquella década; o el mucho más moderno Murciélago de 2009, un biplaza tremendamente visionario. Y muchos otros que escapaban de la nomenclatura taurina pero que igualmente se instalaron en el imaginario colectivo de una generación tras otra.

Uno de los últimos automóviles que la marca ha lanzado hasta la fecha salió de su factoría en 2016, cuando se celebraba un siglo del nacimiento de su fundador, bajo el nombre de Centenario. En honor a la memoria de Ferruccio (que falleció el 20 de febrero de 1993 en Umbría), se construyó una auténtica joya, que presentaba un diseño innovador y prestaciones sorprendentes y que estaba confeccionada en rigurosa edición limitada: veinte modelos coupé y otros tantos roadster. Ni uno más. Sobra decir que pronto se vendieron todos, convirtiéndose inmediatamente en codiciados objetos de coleccionista al alcance de muy pocos, como tantas veces ha sucedido (y sucederá) en la historia de la compañía. Y es que ya lo decía Frank Sinatra: “Uno conduce un Ferrari cuando quiere ser alguien, pero conduce un Lamborghini cuando ya es alguien”.