Por primera vez en la historia, y en poco más de un siglo, las grandes ciudades concentran más de la mitad de la población humana. Un salto formidable si se tiene en cuenta que en 1900 solo vivían en ellas el 13%. Hoy, el futuro de las ciudades es uno de los mayores retos al que se enfrentan las sociedades, tanto ricas como pobres, por las innumerables incógnitas que surgen en torno a su diseño, habitabilidad y sostenibilidad; pero además, por ser un nuevo epicentro transformador y, por consiguiente, de poder.
“En los próximos años, probablemente las ciudades tengan una mayor responsabilidad como motores de crecimiento y de desarrollo económicos, sobre todo aquellas que formen parte de aglomeraciones urbanas, como megaregiones y corredores urbanos. En el futuro, el desarrollo regional y urbano estarán más interconectados que nunca, de tal manera que las ciudades de éxito se ubicarán en regiones de éxito”, según expone la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Si tras la Segunda Guerra Mundial, el 75% de la población vivía de una agricultura de subsistencia, en la actualidad ese porcentaje se sitúa en torno al 30%, con una productividad agrícola en continuo crecimiento. El abandono masivo del medio rural ha inducido un éxodo incesante hacia grandes urbes de Asia y África en las que se podría llegar a concentrar el 90% de esa migración, pero también de Europa y América, donde su magnitud y consecuencias suscita una mezcla de alarma y preocupación, oportunidades y futuro.
El impulso urbanizador que exige este desplazamiento humano está requiriendo el desarrollo de infraestructuras y servicios y la creación de mucho empleo, pero también de políticas medioambientales. ¿Cómo se adaptarán las ciudades a este desafío y a qué coste? ¿Cómo serán? ¿Qué tipo de entorno urbano las definirá? Y en definitiva: ¿serán habitables?
Esos ‘hambrientos motores de la economía global’, como se ha calificado a las ciudades, han sido durante milenios grandes centros de actividad, impulsores de crecimiento y productividad. En realidad, ningún país ha logrado crear una clase media sin urbanizarse. Por ejemplo, en 2015 generaron el 85% del PIB mundial. Gracias a las economías de escala, las ciudades consiguen más que la suma de las partes creando valor tanto para las personas como para las empresas, lo que significa que sus ganancias de productividad, superiores a otras estructuras económicas, atraen a empresas y al talento de fuera y fomentan el intercambio de conocimiento.
La ONU promueve, dentro de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), un modelo transformador de urbanización a través de la Nueva Agenda Urbana (NAU), aprobada en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Vivienda y el Desarrollo Urbano Sostenible (Hábitat III), celebrada en Quito en 2016. La NAU promueve una urbanización sostenible como fuente transformadora y de desarrollo económico y social. “La urbanización es un desafío sin precedentes. Hacia la mitad de este siglo, cuatro de cada cinco personas podrían estar viviendo en ciudades. La urbanización y el desarrollo están íntimamente relacionados y es necesario encontrar una forma de garantizar la sostenibilidad del crecimiento”, señala el organismo multilateral.
A nivel mundial se calcula que aún está por construir alrededor del 60% del suelo que acabará siendo urbano en los próximos 20 años. Para acometer esta expansión urbana, que debería ir absorbiendo las sucesivas oleadas humanas, el Foro Económico Mundial, una institución que promueve la colaboración económica, estima necesario un volumen de inversiones en infraestructuras de 4 billones de dólares (3,5 billones de euros) anuales hasta 2050. Otros cálculos lo elevan a más del doble; la mitad se destinaría a Asia por ser la región con mayor potencial de crecimiento urbano.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, organismo dependiente de Naciones Unidas, “las tendencias urbanas varían en diferentes partes del mundo. Algunas ciudades y regiones están experimentando un crecimiento rápido, mientras que otras están en un declive demográfico. Actualmente, África y Asia son las regiones menos urbanizadas, con el 40% y el 42% de sus poblaciones respectivas viviendo en ciudades. Sin embargo, para 2050, sus poblaciones urbanas aumentarán al 62% en África y al 65% en Asia. Mientras tanto, en Europa se espera que más de la mitad de todas sus ciudades experimenten descensos demográficos en los próximos 20 años.
El poder de lo local
Una de las tendencias más innovadoras que está gestándose con la expansión del estilo de vida urbano es la del reforzamiento del poder local por efecto de la descentralización. La ciudad podría acabar diluyendo el poder estatal, lo que conllevará profundos cambios en la gobernanza y la gestión de los recursos. “Una de las tendencias más notables es la devolución del poder del nivel nacional al local. Sin embargo, en muchos países en desarrollo, la descentralización no se ha correspondido con recursos financieros adecuados para que los municipios puedan traducir su nueva autoridad en actuaciones. En consecuencia, las finanzas municipales no están manteniendo el ritmo de la gran demanda en infraestructuras y servicios urbanos”, señala la OCDE.
Según Pascual Berrone, profesor de Sostenibilidad y Estrategia de la Escuela de Negocios IESE, y coautor con Joan Enric Ricart de uno de los estudios de referencia: Cities in Motion (‘Ciudades en Movimiento’), será cuestión de tiempo que las ciudades compitan con los estados. “A nivel económico hay ciudades que tienen más importancia económica que algunos estados. En uno de nuestros estudios se demuestra que 41 de las 100 mayores economías son ciudades. La relevancia es manifiesta. A corto plazo no vemos que puedan llegar a ser una alternativa a los estados, pero sí vemos una gran descentralización al transferir competencias a áreas metropolitanas para dar servicio a una población más numerosa. Vemos un crecimiento en importancia de las ciudades frente a los estados”, afirma a Forbes.
Por su parte, el profesor Enric Ricart, profesor de Dirección Estratégica de la misma escuela, ve difícil una reedición moderna de las ciudades-Estado. “Las ciudades-Estado son espacios cerrados y hoy las ciudades son grandes espacios abiertos. Hablar de ciudades-Estado es una afirmación difícil, no las vamos a ver, pero si veremos a las grandes ciudades como centros de poder político que tendrán que resolver problemas como la desigualdad, la pobreza o la sostenibilidad medioambiental. Si no son capaces de resolver estos problemas veremos ciudades con guetos. Una gran parte de los problemas que tienen los estados van a tener que afrontarlos ellas. Vamos a ver el desarrollo de las ‘globals cities’ y sus problemas serán globales”, precisa a Forbes.
Para que las ciudades puedan afrontar los desafíos que tienen por delante, entre otros las referidas inversiones en infraestructuras, necesitarán financiación y esto significa que deberán aumentar sus ingresos tributarios. La consultora internacional PwC propone una mayor participación del sector privado; por ejemplo, que los servicios públicos (agua, energía, transporte…) tengan un modelo de gestión compartido con el sector privado. “Las ciudades son más dinámicas que nunca y los ayuntamientos desempeñarán un papel que será más de facilitador que de proveedor principal de servicios públicos. Las empresas y la inversión privada deben ir más allá y asumir una mayor responsabilidad en la prestación de servicios, inversiones en infraestructuras y en la creación de empleo. Esta debe ser una relación simbiótica que genere beneficios a las empresas, a las personas y a la ciudad”, señala la consultora en un informe sobre el futuro de las ciudades.
“El gran reto de las ciudades del futuro es precisamente cómo responderán al crecimiento de la población. Hay megaciudades como Nueva York, cuya productividad es un 40% superior al de la media de Estados Unidos. Estas grandes aglomeraciones, gracias a la atracción de talento, su diversidad, etc., tienen un tremendo potencial de crear valor, si bien se corre el riesgo de no ser capaces de absorberlo y se creen aglomeraciones informales, marginación y eso puede pasar en algunas ciudades”, añade el profesor Ricart.
En las economías emergentes el crecimiento de sus ciudades –de manera especial las asiáticas– y desarrollo económico van de la mano. Es el caso del ascenso de la clase media china, un fenómeno claramente urbano que ha sacado a 500 millones de personas de la pobreza en menos de 30 años y que ejemplifica el poder que las ciudades poseen para elevar los niveles de vida. “Los países en desarrollo pueden beneficiarse del ‘dividendo’ de la urbanización, que crea empleos, aumenta la productividad, reduce el coste de las infraestructuras y el impacto ambiental, alienta el emprendimiento y distribuye la prosperidad ampliamente. El crecimiento de las ‘10 grandes ciudades’ en el África subsahariana representa una gran oportunidad empresarial. Sin embargo, estos beneficios no son automáticos y una infraestructura deficiente podría hacer fracasar el ritmo al que estas ciudades crecen y prosperan”, señala PwC.
Dar forma a la ciudad
Numerosos especialistas señalan que en dar ‘forma a la ciudad’ influirán externalidades como el cambio climático, que incluso podría llegar a limitar su crecimiento y previsiblemente obligue a los planificadores a incorporarlo a sus estudios. Otro factor que podría configurar el futuro urbano será la intensa competencia entre ciudades, lo que significará que se especialicen para distinguirse por tipos de actividad económica (industrias creativas o manufactureras) o por un enfoque intangible (oferta de ocio, política medioambiental…).
En general, coinciden en que la calidad de vida será el factor determinante de la ciudad del futuro, por delante de otras consideraciones como el de su funcionalidad. “Veremos ciudades especializadas. Algunas quieren posicionarse como hubs tecnológicos, centros de investigación biotecnológica, etc., pero el gran desafío es asegurar mínimos aceptables en todas sus dimensiones. No basta con hacerlo muy bien en una única especialidad; si descuidas el resto pueden aparecer problemas”, afirma el profesor Berrone.
¿Y quiénes las habitarán: ciudadanos o individuos? “Lo que va pasando cada vez más es que las grandes ciudades son grandes centros cosmopolitas. Hay una dilución de la identidad nacional porque en las grandes ciudades globales hay una gran diversidad. En Nueva York hay un sentido de la identidad con un 40% de su población nacida fuera de EE UU. Eso no destruye la identidad, aunque se crea una nueva, también fuerte. Pero sí que disminuiría la identidad nacional, lo que no querría decir que no se identifique con la ciudad. La diferencia está en hacer las cosas bien y en que el crecimiento urbano sea inclusivo”, concluye el profesor Ricart.
Con todo, la ciudad es una obra humana, viva, cambiante, angustiosa y fascinante, y quién sabe si, como dice el economista Edward Glaeser, profesor de Harvard, en su obra El triunfo de las ciudades, será “nuestra gran creación”, en la que podremos ser “más ricos, más listos, más sostenibles, más sanos y más felices”