El imperio del gas está aquí y es un fenómeno que, por méritos propios y debilidades ajenas, no ha llegado para quedarse sino para multiplicarse y afianzarse durante décadas. Por supuesto, soporta fragilidades también: esta edad dorada podría durar menos de lo que parece y las renovables amenazan con erigirse en su alternativa.
El gas natural se solaza entre días de champán y placer. Según la Agencia Internacional de la Energía (IEA por sus siglas en inglés), su demanda, robusta, va a avanzar más que la del petróleo en los próximos cinco años gracias en parte al tremendo impulso de China, que se convertirá en su principal importador. Hasta 2040, la IEA espera que el consumo de gas crezca a tasas anuales del 1,6%, mientras que el del carbón y el petróleo aumentarían al 0,2% y 0,4% respectivamente.
Luis del Barrio, senior manager de Monitor Deloitte, explica los motivos. Para empezar, afirma, “el gas natural es el combustible fósil más limpio y con menores emisiones de CO2 y esto, unido a la alta eficiencia de las centrales de ciclo combinado, ha llevado a su adopción en detrimento del carbón y el petróleo en todos los sectores económicos desde el sector residencial, donde se usa en cocinas y calderas, hasta la industria pesada, donde gracias a la cogeneración se genera calor y electricidad”. Últimamente, continúa, “se está generalizando su uso en el transporte, debido sobre todo a la lucha contra la contaminación en las ciudades y a la necesidad de usar combustibles sin azufre en el transporte marítimo”.
Así no es extraño que la IEA prevea el despegue de la producción, sobre todo a lomos del shale estadounidense, mientras el diluvio de las exportaciones contribuye a la construcción de gasoductos e infraestructuras para tratar el gas natural licuado. Como colofón, al emitir menos CO2 que el petróleo o el carbón (tal y como decía el experto de Monitor Deloitte), parece inevitable que se convierta en un combustible central en la gran transición hacia un mundo gobernado por las renovables.
Esta poderosa irrupción gasista estalla además cuando la inversión petrolera vive horas bajas. David Donora, director de Materias Primas en Columbia Threadneedle, confirma que las empresas del sector “no están interesadas en aumentar la producción justo después de superar una horrible depresión en el mercado de las materias primas, que ha llevado a algunas de ellas a bordear la desaparición”. Aquí y ahora, según el experto, sus prioridades existenciales pasan, sobre todo, por “reparar sus balances” y premiar al accionista.
Luis del Barrio, de Monitor Deloitte, identifica también otra gran prioridad de las petroleras que, además, favorece la edad de oro gasista. Según él, “están invirtiendo en el desarrollo del gas natural como palanca de transición hacia una economía descarbonizada y como vía para la adopción de nuevas tecnologías como el hidrógeno y el gas sintético o renovable”. Sin embargo, advierte, “el gas no será más que una inversión de transición y no un fin en sí mismo para estas empresas, que tienen su futuro en los combustibles y generación renovables, y la petroquímica”. La edad de oro del gas dependerá, por lo tanto, de lo que dure esa transición.
Necesaria inversión
Hermenegildo Altozano, profesor de IE Law School y socio de Bird & Bird, cree que esa duración vendrá determinada por cuatro factores: “La penetración de las energías renovables (muy condicionada por la política energética), la existencia de un sector nuclear significativo, la relación entre el precio de las energías renovables y el del gas natural y, por fin, el uso del gas natural en el transporte marítimo”. Tampoco hay que soslayar, apunta, “consideraciones de índole geoestratégica que influyen en las grandes obras de infraestructuras, como en el caso de los gasoductos alternativos a los actualmente existentes para el gas procedente de Rusia o las interconexiones entre España y Francia”.
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La Agencia Internacional de la Energía añade otros retos a esta inmensa lista para que el gas siga disfrutando de sus día de oro. Destaca entre ellos la liberalización de la extracción y producción, la creación de grandes hubs de comercialización, que los operadores puedan utilizar las infraestructuras comunes a un precio razonable y que las empresas gasistas ayuden a la industria asiática a reducir sus emisiones de metano.
Naturalmente, la edad de oro del gas tampoco podría existir sin un esfuerzo inversor colosal en la exploración, la producción, el transporte y la distribución, pero aquí el desafío es peligroso. Luis del Barrio, de Monitor Deloitte, matiza que “estas inversiones se caracterizan por sus largos periodos de amortización, alrededor de 20 años en media”, justo el tiempo que algunos analistas, como Altozano, creen que va a durar el esplendor del gas natural.
Luis del Barrio anticipa que, incluso si se extiende algo más en el tiempo, “es posible que la descarbonización, que conlleva el abandono de combustibles fósiles, genere una gran cantidad de activos en desuso”. De hecho, en 2050, sigue, “el gas natural se verá relegado a un segundo plano, como combustible de transición” y la descarbonización de la economía, que hará surgir con fuerza la electrificación y los combustibles renovables como el hidrógeno o el gas sintético/renovable, desplazará al gas natural como vector energético líder”.
Así que, aunque las empresas gasistas tienen muchos motivos para brindar, el camino que deben recorrer para alimentar la edad de oro de su gran combustible fósil es tremendamente exigente. Por un lado, las anima a invertir cantidades millonarias durante décadas. Por otro, tienen que contar con que parte de las infraestructuras que construyan dejarán de ser productivas en un mundo gobernado por las renovables que hoy se antoja lejano –quién sabe dónde estaremos en 2050–, pero que a todas luces, antes o después, llegará.