America First! Fue uno de los ejes sobre los que giró la campaña electoral que en el otoño de 2016 encumbró contra pronóstico al magnate Donald Trump como el 45º presidente de EE UU. El pasado mes de marzo, apenas catorce meses después de tomar las riendas de la primera potencia mundial, el controvertido inquilino de la Casa Blanca lanzó su primera gran andanada para dejar claro a sus grandes socios comerciales que su agenda proteccionista iba en serio. Anunció la imposición de aranceles al acero y al aluminio extranjeros. Una provocación en toda la regla por su unilateralidad y parcialidad. Lo justificó por la necesidad de proteger a las industrias locales del sector y defender la seguridad nacional de EE UU. Algunos quisieron verlo como un guiño a parte de su electorado: desempleados o personas con empleos precarios en sectores afectados por la competitividad de países como China, Japón o Alemania, como por ejemplo el automovilístico, que fue una industria poderosa y puntera en EE UU hace pocas décadas.
Si alguien creyó que se trataba de una bravuconería más de un mandatario al que parece que le encanta generar polémica, se equivocó. Después de emplearse a fondo durante buena parte de su primer año de gobierno en sacar adelante una ambiciosa reforma fiscal, Trump se muestra sobrado de fuerzas para afrontar este nuevo desafío. Desde el primer momento se contempló que las nuevas medidas arancelarias de EE UU podrían acabar desencadenando una guerra comercial, que Donald Trump está convencido de ganar.
Escalada de tensiones
Para abrir boca, en enero, EE UU impuso aranceles del 30% a los paneles solares y de entre el 20 y el 50% a las lavadoras, alegando que estas importaciones habían causado “graves lesiones” a los fabricantes norteamericanos. Las tarifas afectaron a China, Vietnam, Corea y Malasia. Esta medida, aplicada con carácter general a las importaciones de lavadoras, responde al litigio abierto entre EE UU y los fabricantes Samsung y LG, a los que la administración estadounidense acusó en 2013 de llevar a cabo políticas ilegales de dumping con su producción en México y Corea del Sur para el mercado estadounidense, tras lo que ambos fabricantes trasladaron su producción a China y más tarde a países como Vietnam y Tailandia. Aviso para navegantes.
Menos de dos meses después, Trump amplió el campo de batalla, no sin antes introducir una buena dosis de confusión. El 23 de marzo dio luz verde a los nuevos aranceles del 25% para el acero y del 10% para el aluminio, pero aplazó su aplicación a varios países para ver si las naciones afectadas ofrecían algún tipo de concesión compensatoria. Canadá, México, la Unión Europea, Australia, Corea del Sur, Brasil y Argentina fueron los agraciados con la deferencia temporal de la Casa Blanca, que acabó finalmente el primero de junio. En esos momentos, Trump ya definió a su auténtico contendiente. Anunció un plan para gravar con 60.000 millones de dólares (52.500 millones de euros) en aranceles a unos 1.300 productos provenientes de China y adelantó que establecería restricciones a las inversiones en EE UU promovidas por Pekín. La mecha quedaba encendida.
En los meses transcurridos desde entonces se ha producido una cadena de amenazas, desmentidos, anuncios, contraataques, acercamientos y desencuentros. Idas y vueltas, en definitiva, sobre las disputas arancelarias que han generado mucho ruido y muy poca certeza en el mercado. Canadá, el primer exportador de acero por valor a EE UU el año pasado, según la consultora Wood Mackenzie, respondió en junio con aranceles a más de cien productos estadounidenses por valor de 12.500 millones de dólares (10.900 millones de euros). La UE impuso tarifas por 2.800 millones de euros y amenazó con ampliarlos en 3.600 millones para contestar a los gravámenes de 6.400 millones de euros al acero europeo por parte de EE UU.
Al mismo tiempo Trump y el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, acercaron posiciones el 26 de julio para evitar el estallido de un nuevo frente en el sector automovilístico, que amenazó durante semanas con desatar una ofensiva arancelaria por parte de la Unión Europea de 250.000 millones de euros si Estados Unidos seguía adelante con sus planes de gravar con un impuesto del 20% la importación de automóviles.
China y Estados Unidos se juegan mucho más, y eso se refleja en la escalada de tensiones, pese a los intentos de negociaciones en la trastienda. El 6 de julio entró en vigor la primera imposición de aranceles de EE UU dirigida directa y exclusivamente a China: un 25% a más de 800 rúbricas de importaciones chinas por valor de 34.000 millones de dólares (29.700 millones de euros), a lo que China respondió en la misma medida. A esto siguieron nuevos paquetes, con imposiciones y anuncios de hasta 250.000 millones de dólares (218.400 millones de euros). Trump advirtió de que los gravámenes podrían acabar por extenderse a la totalidad de las ventas de China a EE UU, es decir, a productos por valor de 500.000 millones de dólares (436.800 millones de euros).
El mercado asiste atónito a este baile de cifras y trata de dilucidar si las controversias arancelarias pueden llegar a desembocar en una guerra comercial a gran escala, con un inevitable impacto negativo en la economía global. Desde que se escenificaron las disputas, las bolsas europeas no levantan cabeza. Es complicado delimitar la responsabilidad del conflicto comercial en el débil comportamiento de la renta variable, ya que también cuentan la influencia de los signos de desaceleración de la economía de la zona euro, las dudas políticas sobre Italia por la llegada del gobierno populista y el posible efecto de sus posiciones antieuropeístas en la UEM (Unión Económica y Monetaria), y las negociaciones sobre el brexit, que están a punto de naufragar.
Foco de preocupación
En todo caso, los expertos reconocen que la controversia comercial es uno de los mayores focos de preocupación en los mercados mundiales y afecta ya a las decisiones de inversión. Para George Efstathopoulos, gestor de Fidelity, la agitación de las bolsas responde más al miedo a una escalada de las tensiones comerciales que a su efecto real sobre los beneficios de las empresas. Pero, de cualquier forma, la inestabilidad está ahí. “La incertidumbre no te deja valorar los negocios. ¿Cuánto van a suponer los aranceles en el beneficio o en las inversiones de las empresas?”, comenta a Forbes Lorenzo Serratosa, consejero delegado de Kau Markets Eafi.
Imposible que los gestores hilen tan fino cuando ni siquiera cuentan con previsiones fiables sobre el impacto en el PIB porque hay demasiadas incógnitas por despejar. Incluida la auténtica naturaleza de lo que persigue Estados Unidos con su ofensiva proteccionista.
“Sin duda, la batalla arancelaria está afectando al sentimiento del mercado: es un tema recurrente. Pero es fundamental tener en cuenta el grado de confusión en el punto de partida. Nos preguntamos qué quiere hacer realmente Estados Unidos: ¿negociar, frenar el ascenso de China, terminar con el esquema de las reglas comerciales de la Organización Mundial del Comercio como eje principal de las reglas comerciales? ¿Es un tema más político, de agenda, o un giro de fondo? El problema es que no sabemos. De momento hay más ruido que medidas efectivas. Queda mucho por ver, pero todo esto condiciona el escenario, por lo que hemos reducido riesgo en todas las posiciones, en renta variable y en renta fija”, explica Jorge Nuño, gestor del Global Strategy de Fidentiis Gestión.
En opinión de Serratosa, detrás de la guerra comercial, desencadenada en principio por el desequilibrio comercial entre EE UU y China, “hay algo más importante. Es la supremacía tecnológica para los próximos veinte años. Esto va a decidir quién será la primera potencia mundial”. Lo cierto es que la economía china está muy cerrada a los inversores estadounidenses. Las grandes tecnológicas como Google o Facebook no pueden entrar en el gigante asiático. “China se dedica a copiar sin abrir su mercado. Sin embargo, compra compañías tecnológicas en EE UU para llevarse su know how. La controversia es tal que el ejército estadounidense prohibió a los soldados adquirir teléfonos móviles chinos para que no accedan a sus datos. Además las dos potencias están en una carrera de inversiones en el campo de la inteligencia artificial. Parece que con la presión arancelaria EE UU está lanzando un mensaje a China: te pido que abras tu mercado”, apunta Serratosa.
Una clave fundamental del revuelo arancelario son las elecciones legislativas del próximo 6 de noviembre en EE UU, en las que se renovará la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. El objetivo de Trump es seguir controlando las dos cámaras del Congreso que ahora están en manos de los republicanos. Las encuestas han venido dando ventaja a los demócratas durante los últimos meses. Muchos expertos dicen que eso hace probable que el inquilino de la Casa Blanca persevere en su discurso proteccionista al menos hasta después de los comicios.
Otra parte del mercado opina que el freno a la escalada de la ofensiva comercial de la Administración Trump podría llegar en clave interna. De momento, el ejecutivo estadounidense ha aprobado subvenciones por 12.000 millones de dólares (10.500 millones de euros) para los agricultores, los más afectados por las represalias comerciales de otros países y en su gran mayoría votantes del Partido Republicano que, teóricamente, está en contra del intervencionismo estatal en la economía. Pero, además, las voces críticas van en aumento. “Es interesante ver que la actitud de los demócratas y también de una parte de los republicanos se ha tornado más beligerante en EE UU cuando Trump anunció el último paquete de aranceles a China por 200.000 millones de dólares (175.000 millones de euros). A medida que prosiga la escalada, en el Congreso le van a echar el freno. Ya ha puesto a algunos sectores empresariales en pie de guerra. Habrá que ver si legalmente puede hacer todo lo que se propone”, argumenta Nuño.
En el mercado está muy extendida la idea de que la ofensiva arancelaria de Trump es sólo una maniobra política, guiños a sus votantes, y prácticamente se da por descartado que se vaya a desatar una guerra comercial a gran escala. Pero los inversores no restan importancia a los movimientos que se están produciendo. Preocupa que finalmente pudiera significar la ruptura de los consensos comerciales tradicionales en un mundo multilateral muy previsible, con reglas que todos aceptaban.
En todo caso, no parece sencillo finiquitar el statu quo comercial. “La propia lógica económica está en contra. Cuando ves la complejidad de la cadena de suministro, el volver a un esquema proteccionista parece imposible. Por ejemplo, EE UU intentó vetar operaciones a la compañía de equipamientos para telecomunicaciones china ZTE. Pero resulta que la empresa tiene instalaciones en muchas empresas norteamericanas. Esto es difícil de deshacer”, comenta Nuño.
Johannes Müller, analista de DWS Investments, cree que lo que hay que preguntarse es si Trump “habla en serio sobre el desmantelamiento de las cadenas de valor globales, o simplemente son faroles en busca de un mejor trato”. En el primer caso, los resultados podrían ser devastadores. Pero los procesos políticos son notoriamente complicados de pronosticar, asevera Müller.
Entre los analistas, de momento, prevalece el sentimiento de que las tensiones irán aflojando, porque el coste económico puede ser muy alto, incluso para EE UU.
¿Qué puede hacer el resto del mundo ante las disputas arancelarias? “A los países emergentes les está afectando más la subida de tipos de EE UU, por el efecto que tiene en las divisas, que las disputas comerciales. Y Europa no juega ningún papel. El único foco de preocupación es la industria automovilística, concentrada sobre todo en Alemania, que está muy tocada en bolsa. Como reacción a la batalla arancelaria, lo que está pasando en el Viejo Continente es que EE UU casi nos está tirando en las manos de China. Por eso creo que Trump aflojará con Europa”, concluye Lorenzo Serratosa