Las grandes petroleras han mirado desde siempre con desconfianza, y cierta altanería, la promesa de beneficios que representaban la digitalización y las startups de tecnologías renovables. Creían que la única innovación crucial para su negocio era puramente industrial, incremental y petrolera: cómo se encontraba el ‘oro negro’, cómo se extraía, cómo se refinaba y cómo se comercializaba y distribuía por los canales tradicionales. Ahora las cosas están cambiando rápido. Muy rápido.
En estos momentos, es más corta la lista de las grandes petroleras privadas que no tienen inversiones en startups ‘verdes’ en Silicon Valley que la contraria. Son riadas de miles de millones de euros, aunque es cierto que no se pueden comparar con el ancho océano de las inversiones totales del sector. Hay que recordar, de todos modos, que las ejecutan en medio de durísimas curas de adelgazamiento de deuda, de programas cada vez más ambiciosos para optimizar el gasto y remunerar al accionista y, por fin, de una costosa transformación productiva que desplaza del centro de la escena al petróleo para entronizar al gas natural como principal fuente de ingresos. No les sobra el dinero.
Por eso han sorprendido a muchos las inversiones de Shell en una compañía que produce electricidad con enormes cometas (energía eólica), las de Total en una plataforma de alquiler de turbinas de aerogeneradores para pequeños negocios y hogares, las de BP en un negocio que promete reciclar los residuos urbanos en biocombustible, las de Exxon en una firma que lo que quiere convertir en biocombustible son las algas y las de Chevron en otra que apunta a los residuos forestales como fuente de energía. Sorprenden menos estas inversiones si se tiene en cuenta que las petroleras saben que la única forma de competir con los gigantes de las renovables en su terreno es a lomos de una tecnología que siegue o debilite alguno de sus pilares.
En paralelo, las petroleras están avanzando en la digitalización a gran escala, para empezar, porque necesitan reducir los costes de operación y mantenimiento de grandes infraestructuras, primero, mediante el análisis de datos masivos con la ayuda de la inteligencia artificial y, segundo, con unos dispositivos que permitan solucionar las averías sencillas en remoto. Así se entiende mejor que Repsol firmara un acuerdo con Google en mayo para maximizar el rendimiento y mejorar la gestión de su refinería de Tarragona.
Las oportunidades que pasan por robotizar tareas cada vez más complejas, por utilizar autómatas para los trabajos más arriesgados y peligrosos y por desplegar drones para las operaciones de supervisión de las infraestructuras –por ejemplo en el mar o en mitad del desierto– son muy apetitosas. Además, como Repsol y muchos de sus rivales producen ya más gas que petróleo, no se les escapa que, según la consultora McKinsey, la integración de aplicaciones digitales puede permitirles a las gasistas reducir hasta un 20% sus gastos en capital. Es un ahorro muy tentador en tiempos de recortes.
Electrizante
Por otro lado, las petroleras, y aquí vuelve a aparecer Repsol, están desembarcando en el sector de la comercialización y distribución de electricidad comprando, al mismo tiempo, empresas o parques eólicos. Julia Díaz, directora de Innovación del área de Energy and Health Predictive Analytics en el Instituto de Ingeniería del Conocimiento (IIC), cree que las ‘centrales’ eólicas o fotovoltaicas necesitan las redes eléctricas inteligentes (smart grids) para garantizar el suministro y “abaratar la operación y mantenimiento de las redes” ayudándose de la “la gestión digital”.
Si quieren satisfacer al cliente final con su servicio eléctrico, advierte Díaz, “la mejor herramienta para conocerlo la tienen en los datos provenientes de los contadores inteligentes”, que les van a permitir poner sobre la mesa “mejores ofertas y un servicio adaptado”. Eso, advierte, debería redundar en la captación y fidelización de los usuarios en un mercado donde es muchísimo más difícil diferenciarse en producto (todos ofrecen la misma energía) y en precio (los márgenes son relativamente pequeños). Ahí es donde ya se han lanzado de cabeza empresas como Endesa, Iberdrola o Naturgy, que son las que controlan buena parte de la distribución y comercialización de electricidad en España. Repsol, Galp y Cepsa intentan, desde este año, comerles terreno.
Todo parece indicar que el segmento de la distribución y comercialización de energía está al borde de la disrupción. Si se rompe la baraja y hay nuevas reglas, las petroleras podrían aprovecharlas para intentar imponerse a los operadores tradicionales. Según el CEO del grupo tecnológico Kiatt, Manuel Fuertes, esa disrupción podría venir de la mano de los smart grids, la descentralización de la producción de la energía de la red eléctrica general a micro-redes locales, y el suministro inteligente de la energía gracias a la utilización de inteligencia artificial y algoritmos predictivos”. A ellos debería sumarse, sigue el experto, “la posibilidad de almacenar la energía que no utilicemos en baterías con cada vez más capacidad y mayor rapidez de carga”.
Los titanes petroleros, después de años de escepticismo sobre las renovables y los aparatitos de Silicon Valley, han decidido abrazar una transformación tecnológica que los lleva a un continente por explorar. Los gigantes de las renovables y las grandes eléctricas los esperan con impaciencia. Es uno de los combates del siglo