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La digitalización no es una máquina de precarización masiva

Ilustración: Alexandra España

Las nuevas tecnologías han creado inmensas oportunidades para cientos de miles de profesionales, las condiciones laborales ya eran lamentables en muchas ocupaciones antes de la eclosión de internet y, si sirven de guía las tres revoluciones industriales anteriores, siempre se crean más empleos de los que se destruyen y el bienestar se eleva.

Además, la digitalización, igual que la robotización, ni cae del cielo ni tiene por qué administrarse con pasividad, indolencia y resignación. Hay regulaciones laborales, políticas activas de empleo y programas de formación que ayudan a administrar los grandes cambios sociales y productivos. Las predicciones apocalípticas sobre el futuro del empleo no tienen base científica.

Erin Winick, editora asociada de la MIT Technology Review, se puso divertida hace unos meses: “Las empresas, las consultoras y los investigadores discrepan como si estuviesen chiflados cuando calculan cuántos empleos y funciones sucumbirán a la automatización”. ¿Exageraba? De ninguna manera. Su revista había recogido en un gráfico las predicciones de siete entidades de relumbrón: no había coincido ninguna. Es más, Citibank y la Universidad de Oxford auguraban una hecatombe situando el 57% del empleo en alto riesgo de automatización, mientras que la OCDE lo ubicaba en un 14%. ¿Eran científicos o tiradores de dardos?

El debate sobre la lista concreta de tareas y trabajos que pueden desaparecer es todavía más caótico. Los economistas y los sociólogos del empleo ni siquiera comparten una misma definición de lo que es rutinario cuando, justamente, son las tareas más rutinarias las que deberían absorber con gusto las máquinas. Tampoco está claro que se vayan a salvar de la quema robótica los empleos más complejos, porque, como avisaba hace más de diez años el economista del MIT, Daron Acemoglu, en un artículo, “si reemplazar trabajadores cualificados es más beneficioso, algunas tecnologías intentarán reemplazarlos”.

En paralelo, muchos expertos sugieren, como advertía en un libro reciente la profesora de Sociología de la London School of Economics, Judy Wajcman, que los resultados de la innovación suelen ser ambiguos. El correo electrónico ahorra tiempo y la multiplicación subsiguiente de los emails lo consume. Una de las consecuencias de las comunicaciones digitales es que han aumentado el número y la necesidad de las reuniones físicas. Así, es posible que la destrucción y precarización de empleo por culpa de la tecnología den paso a la creación de empleos de calidad y mejores condiciones laborales.

Wacjman recuerda igualmente en su libro Esclavos del tiempo: vidas aceleradas en la era del capitalismo digital que la cultura y los valores sociales condicionan la digitalización, lo que implica que las decisiones que tomen los agentes económicos sobre la automatización y el uso de la tecnología no sólo dependerán de que sea factible y rentable implementarla. Esta dimensión escapa, por lo general, a los análisis de los economistas y debilita el poder de sus predicciones.

Sol y sombra 

Gustavo Matías, profesor de Economía de la Universidad Autónoma de Madrid cree que “hay que tomar medidas de precaución porque los cambios van a ser muy profundos tanto en las relaciones sociales como en las económicas”. Es lógico que se extienda como una mancha de aceite la sensación del paraíso perdido, pero, advierte, “debemos empezar a tomar conciencia del cambio, a disfrutar de los beneficios de la inestabilidad y a pedir que el estado y las instituciones ayuden a la sociedad en esta transformación”. Ve nubarrones y desafíos, pero también sol. Mucho sol.

Y eso que en España, se establece, poco a poco y gota a gota, una especie de pena del telediario para las nuevas tecnologías. Lo que parecía liberador hoy muchos medios de comunicación lo consideran un camino de servidumbre. Ayer se utilizaba la penetración de smartphones para destacar a los países más avanzados y hoy se ven más como una fuente de distracción adictiva. Las redes sociales eran democratizadoras de conocimiento hasta que las fake news las convirtieron en las enemigas de la democracia.

Ilustración: Alexandra España

Curiosamente, los españoles no parecen estar del todo de acuerdo. Dentsu Aegis presentó el Índice de la Sociedad Digital 2018 en colaboración con Oxford Economics. Carlos Ramalho, jefe de Estrategia y Tecnología de Carat España, que forma parte de Dentsu Aegis, recuerda que acreditaron que “tres de cada cuatro españoles opinan que el impacto de la economía digital será positivo en los próximos años y se traducirá en creación de puestos de trabajo (el 30% de los encuestados lo considera así) o adquiriremos más capacidad para afrontar retos como la degradación del medio ambiente o la lucha contra la pobreza (según el 41%)”.

Desde luego, no han ayudado a infundir optimismo las proclamaciones precipitadas de muchos expertos como Bill Gates sobre la próxima superioridad de la inteligencia artificial frente a la humana. Era cuestión de tiempo que esta ciberagonía asociase la tecnología con uno de los peores males de nuestro tiempo en España: la precariedad.

Es cierto que la tecnología, como apunta Raquel Sebastián, profesora de Económicas de la Universidad CEU San Pablo, “ha reducido los empleos de ingresos medios en España desde mediados de los noventa” y que “muchos de los despedidos se reincorporaron después a empleos de ingresos bajos”. Su situación laboral, por lo tanto, se ha precarizado.

¿Pero fue la tecnología la única culpable? No. La experta también señala la influencia, aunque en menor grado, de la devastación del mercado laboral provocada por la crisis financiera, la deslocalización de miles de puestos de trabajo en países con costes laborales más bajos y la multiplicación de las ocupaciones con peores condiciones laborales. Unas ocupaciones (desde camareros hasta empleadas domésticas) que, por cierto, no están relacionadas muchas veces con la tecnología y que se han nutrido, en gran medida, de la enorme incorporación de la mujer al mercado laboral y de la llegada de inmigrantes con poca formación.

Precisamente, otro punto clave de la precarización pasa por el nivel de estudios de los perjudicados. Raquel Sebastián, de la Universidad CEU San Pablo, apunta que “el impacto de la destrucción de empleo que provoca la tecnología es muy diferente para los profesionales con formación académica avanzada, como pueden ser los licenciados, porque éstos dejan los puestos que destruye la tecnología y se incorporan a otros donde ganan más”. Eso significa que, para ellos, la tecnología no es determinante. La educación, sin embargo, sí que lo es.

Disrupción

Un ejemplo se puede encontrar en el sector del marketing, que ha saltado por los aires con la disrupción digital gracias a colosos de los datos y la publicidad como Google y Facebook, seguidos a cierta distancia por Amazon. La empresa de Jeff Bezos posee su archiconocida plataforma de comercio electrónico, donde vende espacios publicitarios, pero es que también controla el líder mundial (AWS) de almacenamiento y análisis de datos masivos.

Pues bien, según Carlos Ramalho, chief strategy and innovation officer de la firma de marketing Carat España, “los perfiles digitales suman el 60% de nuestra plantilla y son ellos los que representan la mayoría de los puestos de nueva creación del grupo, algunos de los cuales no existían anteriormente”. Además, sigue Ramalho, “el crecimiento de la plantilla es netamente positivo, así que la creación de puestos de trabajo asociados a la transformación digital compensa con creces las posibles bajas por mayor automatización”.

En paralelo, sigue Ramalho, “la transformación está implicando una mayor amplitud de perfiles y conocimientos, abriendo nuestra necesidad de talento a áreas menos clásicas en las agencias como la publicidad programática, la planificación y compra de espacios en internet, el location based marketing para publicidad exterior, la modelización y analítica, la inteligencia artificial, la automatización y el machine learning”.

En ese mismo sentido, Santiago Soler, secretario general del Grupo Adecco, confirma que “la economía digital y todo lo que ello conlleva generan un tipo de empleo de extraordinaria calidad”. Según él, “la especialización de las diferentes oportunidades que el mundo digital está abriendo y abrirá en el futuro más inmediato, la enorme demanda de este tipo de profesionales y su escasez suponen, en términos cuantitativos, un escenario de remuneración enormemente atractivo y muy superior al de otras profesiones u oficios que todavía no han desarrollado ese componente tecnológico”.

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Lo que hay detrás de estos empleos es una formación avanzada. Por eso, Marcel Jansen, profesor de Económicas de la Universidad Autónoma de Madrid e investigador de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada, puntualiza que “si lo que nos preocupa en España es la desigualdad que van a generar las nuevas tecnologías, tenemos que acabar con unos índices excesivos de fracaso escolar, que duplican los de algunos países de nuestro entorno, y con una formación digital deficiente y burocratizada”. La mala formación es la principal máquina de precarización masiva.

Así, la precarización comienza en el mismo momento en el que aumentan los españoles que no pueden aspirar, por formación, más que a trabajos de escaso valor añadido o puramente repetitivos y rutinarios. Ese perfil los arrastrará, en muchos casos, o bien al pantano de los ingresos bajísimos (que difícilmente les permitirán hacer un parón para estudiar) o bien a competir cara a cara con las máquinas y el software.

Por todo ello, apunta Jansen, “debemos dejar de obsesionarnos con la –muy improbable– desaparición de casi todos los empleos por culpa de los robots o con la renta básica universal… y centrarnos más en las políticas activas de empleo que permitan el reciclaje de personas desplazadas y que eviten la pérdida de puestos de trabajo a través de la formación continua”.

La precarización es una tragedia en dos actos y un proceso de pesadilla. Es el despido y la dolorosa reincorporación a un empleo peor y el proceso que suele atravesar un sector o una ocupación en restructuración y que, en ocasiones, termina con su desaparición definitiva. En este tránsito, el reciclaje y la formación continua a las que se refiere Jansen pueden ser la diferencia entre precarizarse y salvarse o precarizarse y terminar en la cola del paro a la espera de ocupaciones durísimas.

Un puzzle incompleto

La formación es un factor, la tecnología es un factor, la cultura social es un factor, la deslocalización es un factor… pero falta algo. Daniel Pérez del Prado, profesor de Derecho del Trabajo y la Seguridad Social en la Universidad Carlos III de Madrid, cree que la precarización está más relacionada con las consecuencias de las normas laborales, agravadas por la crisis económica, que con la tecnología. Las sucesivas reformas del mercado de trabajo, que arrancaron en los noventa, han debilitado el poder negociador de los sindicatos, han abaratado el despido y han dejado a los temporales casi sin protección frente a los indefinidos.

En estas circunstancias, los contratos de duración inferior a una semana se han duplicado desde 2007 y sólo el 8% de los contratos temporales en España se convierte en fijo al cabo de un año. Esta última cifra es tres veces menor que la media de la Unión Europea, una región a la que pertenece España y que tiene miembros igual de afectados por la tecnología que el nuestro. Según un informe reciente del Centro de Estudios Demográficos de Cataluña, la primera generación observada en el estudio, la nacida en 1957, pasó la mitad de años en situación de temporalidad e inseguridad laboral que la que nació con la democracia, en 1978. No es fácil atribuir este fenómeno a Deliveroo.

Lo que sí muestra Deliveroo es, según Daniel Pérez del Prado, que la legislación tiene que reformarse para responder a los nuevos desafíos de las plataformas y que no podemos perder de vista que “no hay precarización si el empleo que se destruye es tan precario como el que se crea”. Se refiere a que, en ocasiones, se trata como precarización a la mera digitalización de un empleo precario.

Es posible que las condiciones laborales de los repartidores de comida a domicilio sean lamentables cuando trabajan para grandes plataformas virtuales, pero no está claro que sean mucho peores que las que tenían los motoristas de los restaurantes chinos o los de Telepizza hace veinte años. Si son parecidas, entonces ni Glovo ni Deliveroo son una fuente de precarización.

El debate sobre la precariedad en España, con un 14,8% de los hogares con trabajadores viviendo bajo el umbral de la pobreza y unas dificultades enormes para ascender de la clase baja a la clase media, es serio. Por eso, para convertir la transformación digital en una simple máquina de explotación e inestabilidad, hacen falta argumentos que muestren una clara relación causal… y, hasta ahora, esa relación no existe. Los más pesimistas afirman que todo es incipiente y que, cuando se quiera actuar, será tarde. Valentín Bote, director de Randstad Research, propone una alternativa: “Todas las oleadas de las revoluciones industriales han traído mayor nivel de riqueza, de bienestar y de empleo. No hay razones para pensar que ésta vez vaya a ser diferente”.