El oro ha vivido una montaña rusa con el cambio de siglo. Desde los 255 dólares la onza troy (31,1 gramos) en 2001 a máximos de 1.906 una década más tarde hasta caer a 1.056 en diciembre de 2015 y recuperarse hasta los 1.284 dólares de la actualidad. Y este perfil es también el que en gran medida ha determinado la marcha del sector hasta llegar a la actual situación de falta de inspiración. Los precios altos impulsaron una fiebre de adquisiciones empresariales pensando que el auge del preciado metal iba a perdurar, lo que no sucedió. Tras el frenesí vino el ajuste; el sector se enfrentó a una importante pérdida de valor que dejó a los accionistas tan escaldados que a menos que el oro reanude una senda alcista es dudoso que quieran respaldar nuevas aventuras de crecimiento inorgánico, una vía muy habitual en el sector para aumentar reservas y producción. Y así se ha llegado a la situación actual, caracterizada por el adelgazamiento de los balances y una reducción intensa de costes, mientras se trata de crecer y de buscar nuevos yacimientos para reponer la preocupante caída de las reservas de oro. Una doble tarea que por el momento no parece tener solución de continuidad.
Poco crecimiento inorgánico
El CEO de la minera canadiense B2Gold, Clive Johnson, descartó recientemente que el mercado esté dispuesto a pagar sobreprecios como a principios de siglo, cuando el oro cotizaba en máximos. “Se está aprendiendo la lección, ya no se participa en guerras de ofertas [de compra], ni se pagan primas de locura para comprar empresas. Lo cual quiere decir que las que no lo estén haciendo bien no atraerán a las compañías bien gestionadas”. El año pasado, la mayor extractora de oro del mundo (según datos de 2017), la canadiense Barrick Gold, anunció la compra de Randgold Resources, con sede en las Islas del Canal y a la que duplicaba en capitalización bursátil, por el equivalente a 18.300 millones de dólares (16.400 millones de euros) en acciones. La operación, que dio lugar a uno de los grupos con algunos de los mejores activos de oro del mundo, se hizo sin prima. Según los analistas, con la revalorización que está teniendo el oro desde los mínimos de 2015 este tipo de operaciones cobran ahora más sentido, sobre todo porque permiten incrementar las reservas.
La consultora internacional McKinsey calcula que con el proceso de reestructuración emprendido en los últimos años los gastos en exploración se redujeron un 70% –se supone que para generar liquidez– y eso ha recortado las reservas de oro en un 26% aproximadamente, hasta los 713 millones de onzas. “Esto plantea la incómoda perspectiva de una inminente crisis de reservas”, señala la consultora. Los trabajos de exploración en nuevos yacimientos no han alcanzado las expectativas, si se exceptúan los 6 millones de onzas extraídos desde 2006.
El sector ha pasado de tener unos presupuestos anuales de exploración de 10.500 millones de dólares (9.400 millones de euros) en 2012 a 3.200 millones (2.900 millones de euros) en 2016. Solo en 2017 comenzaron a recuperarse hasta los 4.000 millones (3.600 millones de euros), un nivel que todavía es inferior en más del 50% al de los máximos previos.
Australia pierde reservas
En el cuarto trimestre de 2018, la producción mundial de oro aumentó alrededor del 2% intertrimestral a 16,8 millones de onzas troy, al tiempo que los costes siguieron bajando. Según el portal especializado mining.com, estos datos son una indicación muy positiva de que el sector sigue muy vigilante con los costes mientras logra incrementar la producción. “Después de dos trimestres muy difíciles, el margen de explotación del cuarto trimestre es probablemente el resultado de una mejora de las condiciones del mercado. Por su parte, la confianza de los inversores en el sector, aunque tocó mínimos en el tercer trimestre, ha seguido la tendencia alcista del precio del oro en el cuarto”, señaló.
Se calcula que las existencias físicas de oro totalizan unas 190.000 toneladas de las que alrededor del 50% se encuentra en joyería, el 20% en manos de inversores privados, el 17% en los bancos centrales y el restante 13% en fabricantes industriales. Los bancos centrales son grandes compradores de oro para acumular reservas, particularmente los de China, Rusia y, más recientemente, Turquía. Según McKinsey, el sector necesita unas 1.000 toneladas de oro de aquí a 2027 para equilibrar el mercado. Un ejemplo de la falta de nuevos yacimientos es Australia, que podría sufrir un desplome de su producción de oro del 40% en cinco años y perder su segunda posición mundial –por detrás de China– para caer hasta la cuarta si no encuentra nuevos recursos. Para este año se espera que su producción alcance casi 11 millones de onzas de oro que, a precios de mercado, equivaldrían a unos 19.200 millones de dólares (17.200 millones de euros). Los analistas estiman que Canadá y Rusia superarán a Australia.