Lo que está pasando en el Barça, como lo que pasó con el independentismo, sólo es posible porque los empresarios se esconden y callan. El proceso independentista no “lo hicieron” los independentistas. “Se lo hicieron” los independentistas a una burguesía catalana frívola y dejada, de herederos tercera o cuarta generación que no han creado nada y no sienten por lo tanto el deber -ni siquiera el instinto- de defenderlo. Con una burguesía como Dios manda esto no habría pasado. Nunca. No se hubieran dado los pasos. Tal vez el primero, pero no el segundo ni desde luego el tercero. Los empresarios no sólo pueden ser ricos administrando sus negocios. Los empresarios tienen también deberes colectivos de articulación social y de protección de la sociedad con la que trabajan. Son sus generadores y por lo tanto han de ser sus guardianes. La destrucción del que alguna vez fue el primer club de Cataluña -ahora es difícil saber realmente qué queda- es “culpa” de sus dirigentes pero “causa” de la pasividad de unos empresarios que además la mayoría de ellos son socios y por lo tanto propietarios de la entidad.
Al final, para arreglar el proceso independentista, ha tenido que salir la vieja guardia de siempre, liderada por Javier Godó e Isidro Fainé. La vieja guardia creadora, batalladora, que sabe lo que defiende porque lo ha creado o ha contribuido decisivamente a ello. La Caixa no es del presidente Fainé pero sin él su Fundación no sería la primera de Europa ni la tercera del mundo. El conde de Godó no fundó La Vanguardia pero bajo su liderazgo ha conocido su era de mayor crecimiento y expansión. Juntos le han dicho a Illa que pacte para ser presidente y a Pedro Sánchez que lo pusiera fácil; juntos también le dijeron a Jaume Collboni que hiciera cuanto fuera necesario para ser alcalde de Barcelona; y juntos han retornado al Rey a la escena catalana. Pero no todo lo pueden arreglar Godó y Fainé. No pueden estar en todos los frentes.
Los empresarios son importantes y es importante que tengan un comportamiento a la altura de su importancia. No sólo procurando el decimal de sus negocios sino siendo generosos, inspiradores, conscientes de que una sociedad asustada y desorientada espera mucho de ellos. Si quieren revertir la propaganda que les presenta como avaros extractivos han de liderar. No son los políticos los que tienen que vigilar a los empresarios sino los empresarios los que tienen que marcar los límites y el camino a los políticos, como nuestros representantes ante ellos. Los empresarios fallaron clamorosamente cuando no obligaron a Albert Rivera a pactar con Pedro Sánchez, y nos habríamos librado del atraso de tener a Podemos en el Gobierno. En cambio estuvieron a la altura en Barcelona, dando cobertura a Manuel Valls para que hiciera alcaldesa a Ada Colau y evitara que la ciudad cayera en manos independentistas en un momento muy delicado. Ser empresario es hacerse cargo de los anhelos colectivos y encarnarlos. Una sociedad como la catalana no necesita en sus momentos de angustia las promesas vacías y falsas de una clase política solamente interesada en ganar elecciones sino la acción decidida y dedicada de una burguesía que dé respuestas válidas a los problemas, corrija las injusticias y cohesione la convivencia. Una sociedad que admira a sus empresarios es una sociedad próspera, tensada, que tiene una fundada esperanza en el futuro. Una sociedad en que los niños pobres tienen de ídolos a sus empresarios, y de mayores quieren ser como ellos, es una sociedad bien encaminada.
Pero en Cataluña y en general en todas partes, con todas las excepciones que quepa salvar, hemos educado a nuestros hijos en el resentimiento antiempresarial y los hemos condenado a la miseria. Una sociedad cuyos hijos quieren ser funcionarios, tener un horario y la seguridad de que no podrán ser despedidos; o que sólo hablan de lo que harán durante sus vacaciones el fin de semana es una sociedad perdedora, deshilachada, de presente deprimente y de futuro improbable. Una sociedad que rehuye el riesgo, la creatividad, la ambición por superarse es fácil de engañar como ha pasado con el fraude masivo del independentismo y la hondura con que sus mentiras han cuajado.
La recuperación de Cataluña pasa por la recuperación de su burguesía. La recomposición moral e institucional de España pasa porque sus empresarios regresen del regate corto y recuperen el sentido de Estado, y del deber con el Estado, con el que han podido guiarnos en los momentos más decisivos de nuestra reciente Historia. Con una clase empresarial sólida, el Rey Juan Carlos pudo propiciar la Transición. Si esta solidez, tan brillante, no se hubiera desvanecido, por lo menos en parte, ni don Juan Carlos ni sus familiares habrían tenido la sensación de necesitar dinero ni en cualquier caso se les habría permitido meterse en asuntos que sólo podían tener el final que tristemente hemos conocido.
España necesita a sus empresarios de vuelta. A los socios del Barça les estallaría la cabeza -y a los empresarios catalanes la vergüenza- si les pusiéramos ante la evidencia de lo que en el fondo ya saben, y es que en los últimos tres años, quien más ha hecho para que el club no haya llegado al colapso ha sido el presidente del Madrid y empresario, Florentino Pérez. Él sí sabe lo que protege, y que ha de continuar el espectáculo.