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Estos son los nueve castillos del Loira que no puedes dejar de visitar

Tras la resaca de los Juegos Olímpicos, proponemos una ruta de una semana por una de las zonas más renombradas de Francia y que, curiosamente, se puede visitar sin aglomeraciones.

Castillo de Chambord

Hasta que España no lo remedie en 2040, Francia es el principal destino turístico del mundo y lleva más de treinta años figurando en cabeza de ese ranking. La concentración turística se focaliza en torno a París, Mont-Saint-Michel y los tres grandes parques de atracciones temáticos de que dispone el país (Disneyland, Astérix y Futuroscope), pero hay muchos otros destinos entre los que elegir, desde el mar (es la segunda zona marítima más grande del mundo, con 20.000 kilómetros de costa, incluidos todos los departamentos y regiones francesas de ultramar, la mayoría de las cuales son islas) a la montaña (cuentan con nueve cadenas montañosas y el primer dominio esquiable del mundo con 350 estaciones), pasando por sus once parques nacionales, sus 19.000 km de rutas ciclistas y sus más de 8.000 museos y 6.000 festivales y el renombre mundial de su gastronomía y viñedos. Toda la Galia parece estar ocupada por los turistas… ¿Toda? ¡No! Hay una región que, curiosamente, se resiste, gracias a que dispersa mucho al pacífico invasor vacacional… Es la región del valle del Loira y sus célebres castillos.

El nombre de “castillos del Loira” engloba una relación de monumentos que va de los cuarenta a los cien, dependiendo de lo estrictamente que consideremos los límites geográficos del valle por el que discurre el curso medio y bajo del Loira y sus afluentes (Maine, Cher, Indre, Creuse o Loir). La zona que la Unesco declaró en 2000 Patrimonio de la Humanidad es una sección del río de unos 280 kilómetros, delimitada por las poblaciones de Sully-sur-Loire (al este, en las cercanías de Orleáns) y Chalonnes-sur-Loire (al oeste, antes de alcanzar Nantes), en la que, en realidad, hay casi 3.000 edificaciones bautizadas como “château”, aunque algunas son pequeñas y son casas particulares que en algunos casos se han convertido en hoteles boutique.

Aunque varios del medio centenar aproximado de los castillos principales tuvieron en su origen una finalidad defensiva, la mayoría fueron edificados (o reconstruidos, en el caso de los más antiguos) por la nobleza en el Renacimiento, ya como lugar de descanso o para partidas de caza. Lógicamente, no todos estos castillos están fuera del foco del turismo de masas, pero, de hecho, se podría reducir a tres los que pueden considerarse como “muy turísticos”. Y los hay, incluso, que pueden ser visitados casi a solas… Esta es nuestra selección.

Los tres principales

Aquí figuran los tres más grandiosos, auténticos lugares emblemáticos que atraen a cientos de miles de visitantes cada año, pero que son ineludibles. Se trata de los castillos de Chambord, Chenonceau y Azay-le-Rideau, por orden de espectacularidad… 

El de Chambord es el más grande de todos los castillos de la región. Situado en el corazón del mayor parque forestal cerrado de Europa (unos 50 km2, rodeado por una muralla de 32 km), y sólo queda por detrás en esplendor con el palacio de Versalles, aunque, en realidad, fue construido como pabellón de caza para el rey Francisco I (sí, el mismo que fue derrotado en 1525 en la batalla de Pavía y hecho prisionero en el Alcázar de los Austrias –el actual Palacio Real de Madrid– por el emperador Carlos I, hasta firmar el Tratado de Madrid), que mantenía, además, sus residencias reales, mucho más antiguas y modestas, y de origen defensivo, los castillos de Blois y Amboise. Construido entre 1519 y 1547, Chambord es la auténtica joya del Renacimiento francés, con sus ocho inmensas torres, sus 440 habitaciones, 365 chimeneas y 84 escaleras, entre las que destaca su fabulosa escalera central de doble hélice.

El castillo de Chenonceau, por su parte, destaca por su famosa galería de dos pisos, a modo de puente sobre el río Cher. El castillo actual comenzó a construirse en 1513, derribando un castillo y un molino fortificado que databan del siglo XIII.  Su primer dueño fue Thomas Bohier, un burgués que trabajó para cuatro reyes: Luis XI, Carlos VIII, Luis XII y Francisco I. La fortuna que amasó le permitió financiar la construcción del castillo de Chenonceau, de cuya supervisión y diseño se encargó personalmente su esposa, Katherine Briçonnet. Los hermosos jardines y el tupido bosque situado en la otra orilla del río Cher, al que se accede a través de la galería, forman parte del irresistible encanto de este castillo palaciego.

Castillo de Azay-le-Rideau

Finalmente, el tercero de los castillos que no pueden dejar de visitar bajo ningún concepto es el de Azay-le-Rideau, uno de los más bellos ejemplos de la arquitectura del Renacimiento francés. Si la característica de Chenonceau la galería que, a modo de puente, salva el río Cher, la de Azay-le-Rideau estriba en haber sido construido directamente sobre una diminuta isla del río Indre. Al igual que en el caso de Chenonceau, fue una mujer, Philippe Lesbahy, la esposa del tesorero de Francisco I y alcalde de Tours, Gilles Berthelot, quien se encargó de dirigir, entre 1518 y 1524, la reconstrucción de la fortificación que había heredado de su familia. En este pequeño castillo palaciego destaca su estilo italianizante, con sendas torretas en cada esquina, una imponente escalera central y la belleza de su reflejo sobre las tranquilas aguas del Indre, que hizo que el escritor romántico francés Honoré de Balzac lo definiera en su novela “El lirio en el valle” como “un diamante tallado en facetas, engastado por el Indre” (“diamant taillé à facettes, serti par l’Indre”).

Museos de arte contemporáneo

Aunque en muchos de los castillos es tan destacable la decoración interior como la belleza de su arquitectura, hay ocasiones en las que el mobiliario y decoración desapareciern con el paso del tiempo. En vez de una hermosa cáscara vacía, el gobierno de la república francesa convirtió dos castillos que se han convertido en dos importantes museos de arte contemporáneo.

Chaumont-sur-Loire

El más importante de ellos es Chaumont-sur-Loire, un espectacular castillo palaciego situado en una colina que se asoma sobre el río Loira. Chaumont-sur-Loire vivió su esplendor hasta comienzos del siglo XX. Fue en el siglo XIX cuando se crearon sus jardines, que en la actualidad albergan una imponente colección de esculturas e instalaciones artísticas de artistas de renombre como los representantes británicos del land-art Andy Goldsworthy y Chris Drury o nuestro Miquel Barceló, de quien se puede ver una obra en cerámica titulada “La Grotte Chaumont” que representa la gigantesca boca abierta de un ogro. En el interior del palacio muchas de las habitaciones también han sido tomadas por obras de todo tipo: desde enormes instalaciones de video (como “Effects de soir”, del italiano Davide Quayola) a una impresionante instalación de arte povera, “Kitchens”, a cargo del fallecido artista griego Jannis Kounellis, pasando por una intervención a base de la pareja de artistas suizos Gerda Steiner y Jörg Lenzlinger, “Les pierres et le printemps”, que ocupa toda la capilla del castillo, o la “Bibliothèque cristallisée” del artista francés Pascal Convert, que interviene sobre la antigua biblioteca del lugar con sus libros realizados en cristal tallado.

Mucho más sorprendente es el castillo de Oiron, el más meridional de los castillos del Loira. Esplendoroso durante el Renacimiento, en el siglo XVIII inició un declive progresivo que se agudizó en el siglo XX, al quedar deshabitado en 1910. La república lo salvó de la ruina convirtiéndolo en museo de arte contemporáneo en 1993. En él se pueden observar obras de más de sesenta artistas de lo más diverso: desde el escenógrafo Bob Wilson –del que se incluyen piezas de mobiliario de sus espectáculos “King Lear” y “Doctor Faustus”– al español Joan Fontcuberta (“Cocatrix”) pasando, entre otras muchas esculturas e instalaciones que ocupan las grandes habitaciones, obras conceptuales de Christian Boltanski (“Les ecoliers d’Oiron”, Marina Abramović (“Room for Departure”), Thomas Grunfeld (“Misfits”), Daniel Spoerri (“La collection de mama W” o “Corps en Morceaux”), James Lee Byars (“Corne de Licorne”), un video de la pareja suiza de artistas Peter Fischli y David Weiss (“Der Lauf der Dinge”) o sendas instalaciones sonoras creadas específicamente para su escucha en el castillo: “Chambre d’écoute”, del compositor minimalista británico Gavin Bryars, compuesta en 1993, y “Concert for Flies” de Vladímir Tarásov e Ilya Kabakov.

Castillo de Cheverny

Y aunque no se pueda considerar “arte contemporáneo”, otro de los castillos más famosos de la región, el de Cheverny, alberga en uno de los antiguos edificios de servicio una exposición permanente dedicada a Tintín, el más famoso de los personajes de tebeo creados por Hergé, dado que el castillo de Cheverny le sirvió de modelo al dibujante belga para crear su castillo de Moulinsart, la residencia construida para un antepasado del capitán Haddock, que apareció por primera vez en la historieta “El secreto del unicornio”, y que terminaría convirtiéndose en residencia habitual de Tintín, el capitán Haddock, el profesor Tornasol y el perro Milú.

Hergé no sólo se inspiró en la arquitectura exterior del castillo, sino que también utilizó su decoración y mobiliario para recrear las estancias de Moulinsart. El de Cheverny es uno de los palacios más modernos de todos los que encontramos en la región –data de la primera mitad del siglo XVII y se construyó sobre una edificación previa del siglo XVI– y tiene la particularidad de ser propiedad privada: ha pertenecido desde sus inicios a la familia Hurault de Vibraye, una familia de financieros y militares, distinguida al servicio de varios reyes franceses, y siempre ha estado habitado, de ahí la excelente conservación de su mobiliario y decoración. Los actuales propietarios, Charles-Antoine de Sigalas, marqués de Vibraye, y su esposa, Constance du Closel, viven desde 1994 en el ala derecha…

De Leonardo da Vinci a un médico de Don Benito

El recorrido por esta breve selección de castillos de la región del Loira no debería olvidar otros edificios excepcionales como son las fortalezas de Blois y Amboise, situadas en la actualidad en pleno casco urbano de sus poblaciones respectivas, y el castillo de Villandry, con una colección de jardines ornamentales realmente espectacular.

Situado en el corazón de la ciudad de Blois, en la orilla derecha del Loira, el castillo homónimo muestra en torno a su patio un panorama histórico completo de la arquitectura francesa, desde la Edad Media –la fortaleza original ya fue atacada por los normandos en 854– hasta el periodo clásico, lo que lo convierte en un edificio clave para comprender la evolución de la arquitectura a lo largo de los siglos, hasta quedar abandonado a mediados del siglo XVII. Durante la Revolución Francesa, para acabar con todo vestigio de la realeza, el castillo de Blois fue desvalijado por completo y se pensó, incluso, en su demolición. Pero Napoleón I decidió venderlo a la ciudad de Blois que lo fue restaurando paulatinamente, gracias a los esfuerzos de Prosper Mérimée –el arqueólogo, historiador y escritor autor de “Carmen”, la novela en la que se basó Bizet para su ópera homónima– para que fuera declarado monumento histórico.

Por su parte, el castillo real de Amboise, que domina la ciudad y las vistas sobre el Loira, perteneció desde el siglo XI a la poderosa Casa de Amboise. En 1434 pasó a formar parte de la corona y comenzó a servir como residencia a varios reyes, entre ellos Carlos VIII, Luis XII y Francisco I. Durante la Revolución Francesa fue demolido en sus dos terceras partes, pero en 1873 pasó a manos de la Casa de Orleans, su actual propietaria, que se encargó de su reconstrucción. En una capilla separada del edificio principal se encuentra la tumba de Leonardo da Vinci, que residió en otro edificio cercano al castillo (comunicado por un pasadizo subterráneo), el palacio de Clos-Lucé, los tres últimos años de su vida, y donde se muestran en la actualidad distintas exposiciones temáticas sobre el fabuloso pintor e inventor renacentista italiano.

Nuestro recorrido finaliza en el castillo de Villandry, cuya construcción finalizó en 1536, siendo considerado el último de los grandes palacios construidos a orillas del Loira en el siglo XVI.  Uno de los grandes atractivos de su visita son sus jardines, resultado de una paciente reconstrucción llevada a cabo en 1906 por un extremeño de Don Benito (Badajoz), el doctor Joaquín Carballo. El médico pacense quiso recrear los jardines típicamente renacentistas del siglo XVI, actualmente visibles en toda su plenitud desde la torre del homenaje de la edificación. Su propietario actual es Henri Carvallo, bisnieto de don Joaquín, que hace ahora cien años exactamente fundó “La Demeure Historique”, la primera asociación de propietarios de castillos y casas antiguas francesas, que cuenta con más de tres mil miembros, dueños de edificios monumentales.