Para algunas personas, por ejemplo, el que escribe, la celebración de los Juegos Olímpicos cada cuatro veranos supone la oportunidad de vibrar con todo tipo de deportes que habitualmente no se suelen seguir. Muchas horas de televisión en alta definición, récords que ponen al límite la genética y tantas alegrías como decepciones. Con España siempre paladeamos ese regustillo amargo de quedarse a medias. Vaya por delante que finalizar el cuarto en una final –la conocida como medalla “de chocolate”– suena a fracaso, pero no lo es. Si a mí me dijeran que soy el cuarto –o el 126º– mejor escritor del mundo no creo que me sintiera demasiado triste.
En el plano deportivo –y aplicado al caso español– las decepciones vienen derivadas de unas expectativas exageradas o unas quinielas en las que realmente resulta muy difícil acertar. Muchas pruebas se resuelven en minutos o en unos pocos intentos. Pueden influir los nervios, una mala digestión, el factor psicológico, un soplo de viento o la puñetera suerte. Cualquier minucia te lleva de la gloria al infierno sin darte cuenta. Pero si hubiera que buscar la razón principal –aunque hay otras– de por qué España no está más arriba en el medallero no es necesario ir a Harvard. Sencillo: con la inversión adecuada llegan los éxitos deportivos.
España salva los muebles por la calidad de sus equipos –exigidos en sus competiciones profesionales–, pero nos falta apoyo a todos los deportistas –hombres y mujeres– cuyas hazañas sólo merecen mucho más de un breve en un diario deportivo salvo en los Juegos Olímpicos. ¿Queremos éxitos deportivos? Miremos a los presupuestos.
Otra pregunta es si eso debe ser prioritario. Evidentemente sí, pues hay fondos no estratégicos que se destinan a memeces o a satisfacer favores o peajes políticos. El deporte implica salud de la población, valores… enriquece a la sociedad en el plano físico y mental. Ya, ya… pero hablamos de incentivar el deporte de élite, no de hacer polideportivos en los barrios deprimidos. Pues todo influye, si se consiguen éxitos importantes en disciplinas minoritarias, muchos niños y niñas pueden animarse a practicarlo, eso es un hecho.
Como también es un hecho que los países que lideran el medallero cuentan con programas específicos en este campo. Lo hizo el Reino Unido cuando en Atlanta 96 logró un número irrisorio de medallas para una gran potencia económica –¡un total de quince, con sólo una de oro! frente a las 64, catorce de oro, en París 2024– y, en tiempos más recientes, Italia, con un programa interesante donde implica a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Resulta también sorprendente el caso de Países Bajos, que con apenas 17 millones de habitantes ocupa el sexto lugar en el medallero. Nigeria cuenta con una población doce veces mayor, pero resulta evidente que en la nación africana puede haber otras prioridades. La población poco tiene que ver en este asunto. Por ejemplo, China e India tienen casi el mismo número de habitantes –unos 1.500 millones– y mientras el gigante rojo obtiene cuarenta oros de entre casi cien medallas la India no ha logrado ningún primer puesto. El Gobierno, a través del Consejo Superior de Deportes (CSD), concede 4,6 millones de euros de subvención al Comité Olímpico Español (COE) y a la vez ayuda a las federaciones, el COE luego tiene su propio presupuesto muy lejos de países de nuestro entorno. También está el Plan ADO, que son becas que financian las grandes compañías de este país… Pero no hay que ser muy listo para ver que una estrategia nacional centralizada y seria no existe. No es China o Estados Unidos el espejo en el que mirarnos, son Italia, Francia, Países Bajos o Italia. ¿Esperanza? Ninguna. En Los Ángeles 2028 estaremos igual, que nadie lo dude.