Durante el emblemático Mayo del 68, los jóvenes salieron a las calles de Europa demandando cambios significativos. Se cuestionaba el consumismo y se proponía una redistribución de la riqueza para reducir las desigualdades sociales. Pedían mejoras en las condiciones laborales y un aumento de los salarios, así como una expansión de los servicios públicos y del bienestar social. En definitiva, luchaban porque no querían vivir como sus padres. Hoy, en 2024, los más jóvenes pelean para no vivir peor que los suyos.
La tecnología y la globalización han abierto un mundo de posibilidades que eran inimaginables hace sólo unas décadas (desde la invención de la televisión y el teléfono móvil hasta la llegada de Internet y la inteligencia artificial). Esta expansión no solo ha cambiado la forma en que consumimos, sino que también ha redefinido las expectativas y experiencias de vida. Se disfruta de avances como la medicina personalizada, la educación en línea y el comercio electrónico, que ofrecen comodidades y oportunidades que antes no existían. La sociedad actual es, además, más sana y longeva.
La esperanza de vida ha experimentado notables avances en el último siglo gracias al desarrollo médico y los cambios en los hábitos nutricionales y estilos de vida. De hecho, los españoles son los ciudadanos de la Unión Europea que más años viven, de media 84 años (casi nueve años más que en 1980). Hoy, la mitad de las personas entre 25 y 29 años posee estudios superiores, universitarios o de formación profesional superior, cuatro veces más. Pese a ello, se da la paradoja de que aquellos que soplan menos velas en este pleno estado de bienestar no pueden aspirar a modelos de vida que incluyan el acceso a la vivienda digna o a empleos estables.
Tradicionalmente, cada generación ha superado económicamente a la anterior a medida que alcanzaban la misma edad. Pero, como escribe Daniel Fuentes, profesor de Teoría Económica de la Universidad de Alcalá y director de KREAB Research en La desigualdad de España, editado por Lengua de Trapo: “Los nacidos en los años 1980 han vivido en una sociedad cuya renta per cápita a los veinte años de edad es aproximadamente la misma que a los 35, lo que habla de tres lustros de estancamiento”.
La Gran Recesión, que comenzó en 2008, dinamitó la tendencia histórica de la riqueza intergeneracional al exacerbar los problemas estructurales existentes en la economía española. Como recuerda Fuentes, desde un punto de vista macroeconómico las principales vías de ajuste de las últimas crisis han sido la devaluación salarial, el recorte de los servicios públicos y el aumento de la deuda. “Vías de ajuste que tienen incidencia en el debate generacional y, aunque puedan parecer muy alejadas de ‘lo micro’, acaban sustanciándose en el día a día”, asegura el economista.
Con el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, el mercado laboral español, ya de por sí anómalo y desigual, saltó por los aires. Millones de personas perdieron sus empleos en la construcción y la industria, pero fueron aquellos con contratos más precarios –en su mayoría jóvenes– los que más sufrieron su crueldad. “Es lo que se conoce como cicatrices de la crisis”, recuerda a Forbes José Ignacio Conde-Ruiz, Catedrático de Economía de la Universidad Complutense y autor del libro La juventud atracada. “Lo que uno observa cuando hay una recesión es que las condiciones laborales de los nuevos entrantes, que son los jóvenes, se deterioran mucho y no se recuperan cuando la economía lo hace”, explica.
A pesar de las mejoras motivadas por la última reforma laboral –con número récord de afiliados a la Seguridad Social– la tasa de desempleo juvenil juguetea con el 30%, mientras que el salario por hora trabajada se ha estancado. Si a esta situación sumamos la inflación, el resultado es un empobrecimiento continuo de los hogares más noveles. Según la Encuesta Financiera de las Familias publicada por el Banco de España, la riqueza neta mediana de los hogares (una variable que mide el total del patrimonio acumulado, ahorros y activos como la vivienda o inversiones financieras, menos sus deudas) en aquellos hogares cuyo cabeza de familia es menor de 35 años ha descendido en veinte años un 72%. Es decir, en dos décadas se han esfumado 53.373 euros.
Lo que resulta verdaderamente llamativo es que mientras este colectivo pierde capacidad económica, los jubilados la ganan (ya son el grupo social con más riqueza). De modo que la distancia que separa ambas realidades es cada día mayor. Los últimos datos apuntan a una divergencia con los hogares compuestos por mayores de 65 y 75 superior a los 400.000 euros cuando hace apenas dos décadas apenas los separaban 110.000 euros. Y, lo que en un momento se explicaba por el ciclo de la vida –en la última etapa es cuando más activos se acumulan–, es hoy una preocupación de primer orden.
Pero, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? En el análisis, distintos factores, y “no todos de índole económica ni necesariamente negativos o irreversibles”, argumenta Daniel Fuentes. Por ejemplo, comenta el experto, “las cohortes que se han jubilado a lo largo de esta última década lo han hecho con mejores trayectorias laborales que generaciones anteriores”. En efecto, la cuantía media de las nuevas altas de jubilación se acerca a los 1.500 euros mientras que la pensión media supera los 1.400 euros. Sin embargo, la fuente de la que bebe la brecha intergeneracional es el mercado inmobiliario. Al fin y al cabo, la vivienda es el principal factor de riqueza para las familias.
La vivienda se mira, pero no se toca
Recuerda Niall Ferguson en El triunfo del dinero que el mismo año en el que la empresa de juegos de mesa Parker lanzó al mercado el Monopoly, éste consiguió vender un cuarto de millón de unidades. Un éxito que deja entrever el atractivo de tener en cartera tus propias propiedades. Pero dice mucho más, y es que, “comprar propiedades inmobiliarias es una decisión inteligente. Cuantas más tenga uno, más dinero ganará”, matiza el historiador. En el panorama actual, hay toda una generación que no puede ni soñar con pagar un piso en la casilla más barata del tablero, así que, mucho menos en la vida real. Para algunos, literalmente: la vivienda se mira, pero no se toca.
España ha sido tradicionalmente un país ligado a la propiedad inmobiliaria, y pese a que mantiene una proporción elevada con respecto a otros países de nuestro entorno, la realidad es que esta cultura va perdiendo peso. En estos últimos veinte años, el porcentaje de propietarios ha pasado del 80,7% al 72,1%. Mención especial requiere lo acontecido con los noveles. Y es que, solo tres de cada diez hogares en los que al frente hay un menor de 35 años tiene en la actualidad casa propia. En 2002 el porcentaje superaba el 60%. “Hay un cambio sociológico claro en las nuevas generaciones, con la crisis inmobiliaria y la generalización del alquiler a otros ámbitos: bicicletas, patinetes, coches… por lo que esta opción ha dejado de tener las connotaciones negativas que siempre tuvo”, analiza para Forbes José García Montalvo, catedrático de Economía de la Universi- dad Pompeu Fabra.
Ciertamente, la idea de tener casa propia, comprar muebles, una buena televisión y casarse para tener hijos a los pocos años es una idea anclada en el pasado. Aunque no conviene olvidar un aspecto fundamental, el económico, porque a los que aún no pintan canas las cuentas no les salen. Según el Banco de España, el salario bruto de los trabajadores jóvenes de entre 16 y 34 años presenta crecimientos acumulados en torno al 25% entre los años 2015 y 2022 mientras que los precios medios de la vivienda lo han hecho un 42%. Una divergencia que definitivamente complica el acceso a la vivienda propia.
Si a ello sumamos que tras la crisis financiera e inmobiliaria iniciada en 2008, y como consecuencia de los cambios regulatorios y de supervisión introducidos para responder a la misma, los bancos han aplicado prudencia en la concesión de hipotecas, el resultado es un notable desplazamiento hacia viviendas de alquiler. Lo que ocurre es que esta opción no es ya una alternativa sostenible para otros muchos.
El 40% de hogares en alquiler (sobre todo de personas más vulnerables como los jóvenes) hacen un sobreesfuerzo para pagar el arrendamiento. De hecho, España destaca como la economía europea donde un mayor porcentaje de personas que residen en el mercado del alquiler se encuentran en una situación de riesgo de pobreza o de exclusión social.
Entre 2015 y 2022, el crecimiento acumulado de las rentas del alquiler por metro cuadrado supera el 28%. Por lo que, los más jóvenes y los más vulnerables, cuenta el profesor Montalvo, “van cayendo cada vez más abajo en la gradación de lo que sería disponer de un sitio para vivir. No pueden comprar, no pueden pagar un alquiler regular y tienen que ir a otras fórmulas, por ejemplo, compartir piso o alquilar habitaciones”. Aún así están condenados a seguir en este régimen.
En el reverso de la moneda, la generación sénior. Accedió a la vivienda principal en un momento en el que para hacerse con un piso bastaba en el entorno de tres años de sueldo (hoy la cifra es más del doble) y, gracias al aumento creciente de sus rentas, se han transformado en multipropietarios: terrenos, garajes, naves, locales, oficinas, edificios de pisos…
En total, los hogares con cohortes mayores de 75 años manejan en este tipo de activos inmobiliarios el doble que hace veinte años. Y, a medida que crecen sus propiedades, lo hace también su riqueza gracias a los ingresos en forma de alquiler. La cuestión es, ¿debe resignarse toda una generación a encontrar un espacio en el que vivir y desarrollar sus expectativas futuras?
El que no herede, no sale en la foto
Los remedios por parte de la clase política para atajar la situación no han avanzado demasiado en la cuestión capital. Los controles de precios han demostrado no responder al propósito inicial en los casos en los que la oferta es limitada y la demanda alta; y la ampliación del parque de vivienda pública y asequible, que es una medida eficaz, necesita un tiempo del que no se dispone. Montalvo cree que “el problema es tan grave y complejo que necesitamos muchas políticas públicas más. No hay una solución mágica”.
Por otra parte existe el inconveniente de que la demografía política no acompaña. A medida que el envejecimiento de la población aumenta, también lo hace la relevancia política de las generaciones mayores y, con ella, la distribución desigual. “Los jóvenes de los 90 eran políticamente relevantes porque suponían el 35% del electorado y ahora apenas llegan al 20%. No solo han perdido estar en un entorno donde la renta per cápita crece, sino que ahora la política no les acompaña”, menciona el economista José Ignacio Conde Ruiz.
La lista de personas más ricas del mundo que Forbes publicó recientemente destacó una tendencia por encima de las demás: por primera vez en quince años, ninguno de los que figuran en la lista de multimillonarios menores de treinta años generó su enorme riqueza por sí solo. Es decir, sus cuentas están abarrotadas de dinero familiar. Valga como ejemplo la multimillonaria más joven del mundo, la brasileña Livia Voigt, que con solo 19 años –y todavía en la universidad– alberga un patrimonio estimado de 1.100 millones de dólares gracias a la compañía fundada por su abuelo. Las señales son claras: la Gran Sucesión ha comenzado.
Los miembros de la generación de los Baby Boomers –que ahora tienen aproximadamente entre 57 y 75 años– pasarán su riqueza a sus descendientes a medida que envejecen y mueren. Es un proceso natural que en este caso destaca por una particularidad: la enorme cantidad de recursos acumulados. Según el Informe de riqueza 2024 de la firma inmobiliaria Knight Frank, unos noventa billones de dólares en activos pasarán de generación en generación en las próximas décadas –sólo en EE UU –lo que convertirá a los millennials adinerados en “la generación más rica de la historia”. Pero, ¿a toda una generación?
Olga Cantó, catedrática de Fundamentos del Análisis Económico en la Universidad de Alcalá y miembro fundador de EQUALITAS –grupo de investigadores interesados en el análisis de la desigualdad y la pobreza– advierte a Forbes de que este fenómeno, lejos de reducir la desigualdad existente, la agravará, pero en el sentido más tradicional del término: “pesará más la desigualdad de clase, entre ricos y pobres, dentro de cada generación que la brecha intergeneracional”, asegura. Y es que, como recuerda la experta, “desde 2002 en adelante, el principal cambio es un sostenido aumento de la riqueza neta que se lleva el 5% y el 1% más rico. Mientras, el 50% más pobre pierde la mitad de lo que se llevaba en 2002”, por lo que estas personas transmitirán poco a sus descendientes.
En otras palabras, mientras que unos sumarán riqueza, otros sumarán más desigualdad, ya que no todos los jóvenes heredarán, ni heredarán lo mismo. De hecho, se estima que las herencias determinan casi el 70% de la desigualdad de la riqueza en España, un porcentaje superior al de los países de nuestro entorno europeo y similar al de EE UU. Malas noticias, por tanto, para el presente y para el futuro del país. Según la OCDE, alrededor de dos terceras partes de la desigualdad de ingresos que se acumula a lo largo de la vida se transmite a los ingresos recibidos a través de las pensiones en la vejez.
La precariedad de ingresos en la juventud no es un problema estático, sino que tiende a tener efectos a largo plazo. Así que quedarse quieto no es una opción. Como recalca Daniel Fuentes: “a veces, algunos problemas se arreglan solos, pero mejor si tomamos las riendas de la situación”.