¿Es el miedo? Sí, puede que sea el miedo. O, sencillamente, la incomodidad de tener una opinión que no sea aceptada. En el fondo, vienen a ser lo mismo, miedo e incomodidad. El silencio es el arma con el que operan, un silencio expectante, una espera que desespera. Un tic-tac hasta que el que manda en el grupo, el que más rango tiene, dice algo. Entonces sí, ahí llega la avalancha de opiniones. Hasta ese momento, nada; pero, a partir de ahí, una sucesión de opiniones, todas ya iguales, pero validadas. Son las opiniones en diferido, tan cobardes y, a su vez, tan cotidianas.
Por ser algo menos jeroglífico, pongamos un ejemplo que perfectamente podría ser real. Imaginemos que una gran compañía de refrescos lanza una nueva campaña, una pieza valiente y muy distinta a lo hecho habitualmente. Una pieza que, además de con el público general, se comparte internamente con el resto de compañeros de la empresa a través de email o WhatsApp, lo que os dé la gana. De repente, se hace el silencio; como mucho, algún tímido “congrats” de esos que no significan nada o unos simples aplausos en emoji. Reacciones tímidas. Hasta que el jefe dice “Grandísimo trabajo” y, ahí ya sí, la cascada de felicitaciones, la alegría al cubo.
¿Os suena? Seguro que sí. Este ejemplo es del ámbito profesional, donde prolifera como restaurantes Malvón en las calles, pero también existen las opiniones diferidas en nuestros grupos de amigos, en nuestras familias, en cualquier tema. Hay veces en que dudamos en dar un simple “me gusta” a un post hasta que no vemos que la mayoría lo apoya. Confieso haberlo hecho en más de una ocasión. Las razones son variadas, pero me temo que tener una opinión personal está en decadencia, que quienes la tengan estarán muy cotizados, aunque coticen a la baja. Es más sencillo sumarse al grupo y, así, evitar ser el que pensó distinto.
¿Siempre fue así? ¿Hubo algún momento en que el cementerio de valientes estuviese tan vacío? Hoy en día quienes se atreven a dar su opinión son los nuevos kamikazes. Volvamos al ejemplo de la compañía de refrescos. Imaginemos por un momento que alguien fue el primero en dar su opinión, pero que luego fue contradicha por quien más rango tiene en el grupo. Lejos de quedar retratado, incluso aunque yo tampoco estuviese de acuerdo, para mí su opinión ya habría valido infinitamente más que la de todos los que se sumaron después, cuando vieron que el viento era favorable. Porque es más importante tener una opinión que sumarte a una corriente de opinión.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.