Su voz conquistó a toda una generación, concretamente a la que comenzaba a disfrutar de su juventud en la década de los sesenta. Pero hubo algo en ella mucho más característico que su música, su melancolía. Tanto su rostro como las letras de sus canciones parecieron estar siempre sumidas en un estado permanente de tristeza. Françoise Hardy (1944-2024), quien fue esa artista polifacética que supo dejar huella puede que sin hacer mucho ruido, falleció anoche a la edad de 80 años, según anunció su hijo, Thomas Dutronc, a través de una publicación en Instagram.
Parisina de nacimiento, la estrella alcanzó la fama nacional con su single más sonado, Tout les garçons et les filles, grabado en 1962, compuesto por ella misma y defendido con un francés de acento parisino. Con este sencillo vendió millones de copias y convirtió su letra en todo un himno generacional, puede que por el sentimiento compartido de su letra: una tristeza arraigada, producida por ver cómo los adolescentes de su edad caminaban de la mano por las calles, enamorados, bajo el embrujo de Cupido, mientras que ella todavía no había sido tocada con esa flecha.
Con esta canción Hardy envidió el amor ajeno y cantó al desamor propio, y compartió con los demás el sentimiento que produce esa primera decepción amorosa, propia de la juventud. Desde un programa de jóvenes talentos presentó Tour les garçons et les filles, con su melena rubia, su flequillo recto y su rostro apagado, tímido, precisamente por esa infancia solitaria que tuvo en el que la religión fue un refugio para ella.
Tras el lanzamiento de ese primer sencillo que le valió la fama nacional, llegaron otros muchos pasos que empezaron a encumbrar la carrera musical de Hardy. Un año después, en 1963, participó en el Festival de Eurovisión con la canción L’amour s’en va, con la que dejó a su país en una quinta posición. Más tarde, llegaron otras canciones que le dio una grandísima consideración internacional, conocida tanto en Japón como en Estados Unidos, por su ritmo y por ese dominio de los idiomas. Fue una de las primeras artistas francesas en cantar en varios idiomas y en traspasar fronteras.
Con una trayectoria musical agradecida por sus más de 28 discos, los escenarios no fueron el único territorio que conquistó. Fue modelo y sirvió de musa para Paco Rabanne, quien se rindió rápidamente a los encantos de la mujer que representaba el estilo que quería para sus diseños. Con él trabajó en repetidas ocasiones, forjándose entre ellos una amistad que duró hasta el año pasado, cuando falleció el diseñador de origen español.
Tímida e introvertida, su personalidad no fue una barrera para ella. Durante su vida pública, que empezó cuando firmó su primer contrato con una discografía a los 17 años, se forjó la imagen de una mujer misteriosa, distante, triste, celosa de su intimidad y elegante. Así la vimos todos y así la vieron Rabanne y otros diseñadores del momento, como Yves Saint Laurent, que también sucumbió a su encanto discreto y al interés que despierta haber llegado a ser una representante del pop francés y de la ola yé-yé.