Inscríbete y asiste este jueves, 24 de octubre, al Forbes Summit Reinventing Spain 2024
Opinión David Ruipérez

Empleos “incómodos”

A todo se acostumbra uno y el salario es muy razonable en algunos casos.

Determinados oficios nunca podían clasificarse como agradables para los sentidos. Limpieza de alcantarillas, fontanería, embalsamador de cadáveres o el noble oficio de mamporrero, es decir, quien guía el enorme miembro viril de un caballo para penetrar una yegua o le extrae el semen, son sólo unos pocos ejemplos. A todo se acostumbra uno y el salario es muy razonable en algunos casos. Luego hay otra serie de empleos que tienden a conducir a la infelicidad, según un estudio de la Universidad de Harvard. Guardan relación con la soledad, como los conductores de camiones, repartidores, vigilantes de seguridad… En este grupo se incluyen los operarios de servicios de atención al cliente, obligados a intentar resolver los problemas de gente impaciente y enfadada con la compañía a la que reclaman. Sin embargo, existe otro grupo de trabajadores que desempeñan empleos que tienen un impacto negativo en su salud mental y cuyos problemas empiezan a salir a la luz o a plasmarse en sentencias judiciales.

Las demandas de empleados de Meta –propietaria de Facebook e Instagram- por las secuelas psicológicas y traumas derivados de ver vídeos e imágenes que muestran lo peor del ser humano han puesto el foco en esos trabajos que te obligan, para evitar su difusión, a contemplar perros hervidos vivos, padres cortándole el cuello a su bebé, ejecuciones a manos de grupos terroristas y, en resumen, las peores atrocidades imaginables. Resulta evidente que esos trabajos deben conllevar un respaldo de atención médica especializada y no son puestos para los que sirva cualquiera. Probablemente, una inteligencia artificial sea la que al final se ocupe de estos incómodos asuntos y censure las barbaridades que quieren compartir, por distintos motivos, los propietarios de unas mentes atrofiadas o criminales.

Moderadores de bingo ‘online’

Pero poco o nada se habla de otros trabajos cuyos promotores tratan con discreción, pues implican también disquisiciones morales y sufrimiento humano. Pongamos como ejemplo los moderadores de chats en salas de juego virtuales. Durante unas horas, su cometido principal es, por describirlo a grandes rasgos, que los jugadores de bingo u otros juegos de azar convivan sin enzarzarse en discusiones (políticas, deportivas, personales…) y animar –con buenas palabras- a que lo deje –hasta mañana- a esos que juegan compulsivamente sumidos en una espiral peligrosa.   

Tras conversar con algunas de las personas que llevan a cabo esta desconocida labor uno llega a la conclusión rápida de que, pese a ser trabajos sencillos, cómodos y no mal pagados, pueden degenerar en crisis de ansiedad o conducir a la infelicidad. Quizá los empleados son conscientes de que contribuyen a perpetuar un negocio que fomenta la autodestrucción a través de la ludopatía. Se precisa de un equilibrio emocional y capacidad para desconectar tras la jornada laboral, pero esas empresas no filtran mucho, ni dan apoyo al empleado como pasa con los visualizadores de vídeos violentos de Meta. Como moderadores, están en contacto directo con todo tipo de personas desgraciadas, víctimas de la soledad y de las adicciones, necesitadas de cariño y atención. Muchas de ellas reducen su vida social a esos chats de las salas de juego.  Es triste, pero nadie hará nada -las Administraciones Públicas me refiero- ni por los empleados, ni por los clientes, pese a las familias destrozadas que ha dejado esa cara B de los juegos de azar.