Hace ya años, un compañero de trabajo me dijo que tomásemos un café y, emocionado, me enseñó un mensaje de WhatsApp. Lo recuerdo como si fuese ayer, el tipo ansioso y convencido de su tesis. “Me ha puesto puntos suspensivos, tío”. Se refería a un mensaje que le había enviado una chica, algo como “Sí, nos vemos…”. Me acuerdo de que no era gran cosa objetivamente, pero él estaba seguro de que esos puntos suspensivos eran una extraordinaria noticia que garantizaba que había partido y, muy probablemente, goles. La verdad es que no sé cómo terminó aquello, porque aquel entrañable compañero se marchó, pero el otro día, contando su historia, descubrí que había más gente obsesionada con el significado de los puntos suspensivos.
Hubo un tiempo en que este recurso servía para extender al infinito una enumeración. Ejemplo: “En ese camión magenta del supermercado había cajas con boniatos, rábanos, remolacha, coles de bruselas…”. Hoy la comunicación a través del móvil, principalmente por WhatsApp, lo ha cambiado todo. Los puntos suspensivos son más puntos de suspense que de enumeración. Suspense como el de mi excompañero, que veía en esa puntuación una puerta abierta al ligue. Pero no es el único significado de los puntos suspensivos. Qué traicioneros son los condenados. ¿No molesta muchísimo cuando alguien te contesta “Vale…” o “Sí…” o “Adiós…” sin saber muy bien por qué? ¿Qué se esconde detrás? ¿No están de acuerdo con lo que dicen? ¡Dios! Qué angustia.
En el fondo, siento que el valor de los signos de puntuación está cambiando. Antaño, antes de que Tam Tam Go cantase “Te di todo mi amor, arroba, love, punto com”, el punto y final era sólo eso, un elemento conclusivo. Ahora se ha convertido para mí en un recurso que me infunde pavor. Cuando mi pareja me escribe “Vale.” en un mensaje de WhatsApp pienso que, en realidad, hay algo que no vale, o, cuando un jefe pone “Lo vemos.”, sospecho que no saldrá adelante. No llega a ser tan cruel como un “okok”, recurso que odio, pero casi. Cosas de 2024, pero lo lógico es ya no poner punto y final.
Quizá mi compañero era un avanzado a su tiempo. O puede que yo, allá por 2017, viviera ya en el pasado, desconectado de esas señales. Lo que está claro es que, desde entonces, nunca he vuelto a ver los puntos suspensivos de la misma manera. Me encantaría que mi excompañero tuviera razón, que, tras jugar ese partido que tanto deseaba, sonriese, se acordase de mi y me mandase un mensaje diciendo: “Te lo dije…”.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.