Isidro Fainé (Manresa, 1942) lo ha sido casi todo en el mundo de la gran empresa en España y ahora… sigue siéndolo. Preside el patronato de la Fundación Bancaria “la Caixa” y de Criteria Caixa, que es el tentáculo de la entidad financiera con el que gestiona sus participaciones en grandes empresas como CaixaBank, Cellnex, Naturgy (la antigua Gas Natural Fenosa), Saba y Suez. También es vicepresidente de Telefónica, consejero de Suez y del Bank of East Asia y presidente de la Confederación Española de Cajas de Ahorros.
Es también presidente de honor de Naturgy, y en noviembre es probable que se convierta en el próximo presidente del Instituto Mundial de Banca Minorista. La agenda de Isidro Fainé sólo se parece a otra agenda: la de Isidro Fainé. Sin embargo, las cosas no tenían por qué haber discurrido así. La sed de aprender y el hambre de superarse delatan la tenacidad del que procede de un hogar humilde, del que admira a sus padres y valora su esfuerzo mientras les enseña a leer y a sumar. En definitiva, del que no nació ni sobre la moqueta de un ministerio ni sobre la alfombra roja de la alta burguesía. De adolescente, reparaba motores de motocicletas en un taller y, posteriormente, vendió material eléctrico. Iba a clase por la noche, de siete a diez, el horario de quienes tienen la obligación de trabajar y, con suerte, la ilusión de estudiar. Es doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Barcelona, ISMP en Business Administration por la Universidad de Harvard y diplomado en alta dirección por IESE. Es académico numerario de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras y de la Real Academia de Doctores.
Forbes le da su Premio a la Filantropía como presidente del patronato de la Fundación Bancaria ‘La Caixa’, cuya obra social ha colocado a España como una de las ocho potencias filantrópicas mundiales, según un estudio reciente de la Universidad de Harvard. No fue por falta de candidatas: estudiaron la actividad de 156.798 fundaciones de 19 países. Este año, sin ir más lejos, “la Caixa” ha incrementado su presupuesto social hasta los 520 millones de euros, que dedicará, entre otros, a promover el empleo entre colectivos vulnerables, a la educación y a la pobreza infantil, un capítulo al que la fundación ha destinado más de 440 millones de euros desde el aciago 2008. La obra social, con su enorme presupuesto y su énfasis en ofrecer oportunidades a quienes más las necesitan, sería motivo de orgullo para cualquier alto directivo de ‘la Caixa’. Seguramente, es algo más para Isidro Fainé.
Según un estudio de Harvard, la Fundación Bancaria “la Caixa” concentra más del 90% de los activos de todas las fundaciones filantrópicas españolas. ¿Cómo se construye un proyecto así en un país con escasa tradición filantrópica?
No estoy seguro de que España sea un país con escasa tradición filantrópica. Yo diría que, en la Europa continental, la filantropía se ha canalizado de maneras muy diversas, lo que ha restado protagonismo a la filantropía más convencional de grandes benefactores y fundaciones. Sin embargo, hay muchas entidades y personas, también en España, con una orientación de servicio y unas convicciones y valores que, con toda justicia, se pueden calificar de filantrópicos. Me gusta pensar que nuestra Fundación está en este grupo de personas y entidades.
“La Caixa” nació en 1904 con una aspiración que se ha mantenido inalterable: construir una sociedad más justa y con más oportunidades para todos, especialmente para quienes más las necesitan. Un objetivo que intentamos cumplir siguiendo el precepto que su fundador, Francesc Moragas, solía decir a sus colaboradores: “El trabajo en la cabeza y las personas en el corazón”.
La Fundación Bancaria es hoy la heredera de aquel compromiso de la entonces Caja de Pensiones para la Vejez y de Ahorros. Moragas, de quien este año celebramos el 150 aniversario de su nacimiento, fue un avanzado, que instauró hace más de un siglo una acción social moderna, basada en la previsión y el ahorro como herramientas para combatir las desigualdades y mejorar la vida de las personas más vulnerables. Un filántropo, por lo tanto, que inspiró una visión que nuestra Fundación ha mantenido hasta hoy. En la última década, entre 2008 y 2017, “la Caixa” ha dedicado más de 5.000 millones de euros al avance de nuestra sociedad, básicamente en las problemáticas social, cultural, educativa y científica.
¿Cuáles son las principales líneas estratégicas de su fundación?
El lema de nuestro Plan Estratégico, ‘Cambiamos presentes, construimos futuros’, refleja bien nuestra filosofía. Este plan fija nuestra hoja de ruta para el período 2016-2019 y contempla dos grandes prioridades. La primera, ofrecer más oportunidades a las personas más vulnerables. Los programas sociales, a los que destinamos el 60% de nuestro presupuesto, suponen el grueso de nuestra actividad. La segunda, la inversión en investigación, que triplicaremos hasta alcanzar un presupuesto de 90 millones de euros en 2019. Queremos seguir apostando por el avance de la ciencia, por el conocimiento, por la formación y por el talento.
¿Cómo han reaccionado ante el agravamiento de la pobreza infantil por culpa de la crisis y sus secuelas?
La lucha contra la pobreza infantil configura uno de nuestros programas más importantes. Nos hemos propuesto romper el círculo de pobreza hereditaria, aquella que se transmite de padres a hijos y a sucesivas generaciones en familias con escasez de recursos. Lo hacemos a través del programa CaixaProinfancia, que durante 10 años ha trabajado con 283.500 niños y niñas y sus familias. Nació antes de la crisis, cuando detectamos que algunos síntomas sociales empezaban a dar señales de alarma preocupantes. Síntomas que, con la crisis, se materializaron. Aquí funcionaron bien los pilares básicos de la Fundación: complementariedad, flexibilidad y anticipación, en especial éste último.
También han desplegado programas relacionados con la vivienda social y el empleo para colectivos vulnerables. ¿En qué consisten?
Quiero poner énfasis en esta cuestión: las personas que no tienen vivienda o trabajo son dos colectivos preferentes para la Fundación Bancaria “la Caixa”. Para paliar las dificultades de acceso a la vivienda, disponemos de dos programas: Alquiler Solidario y Vivienda Asequible. El primero facilita el acceso a una vivienda a personas que han visto reducidos sus ingresos a causa de la crisis económica o que han sufrido un proceso de ejecución hipotecaria y se encuentran en situación de vulnerabilidad. Vivienda Asequible, por su parte, ofrece alternativas para asegurar la emancipación de los jóvenes y dignificar la vivienda de las personas mayores. En total, tenemos 33.000 viviendas sociales. En cuanto al empleo, el programa Incorpora se ha convertido en un referente en integración laboral en España. Cada año, cerca de 25.000 personas en riesgo de exclusión social encuentran trabajo gracias a la mediación de este programa.
¿Cambió sus prioridades la Fundación ante la dureza de la crisis económica? No es lo mismo la filantropía en un país boyante que en un país con más de seis millones de parados…
Por supuesto. Durante esta década, siete años de grave crisis y tres de paulatina recuperación, nuestra obsesión ha sido trabajar para las personas que lo pasan peor. He de decir, sin embargo, que esta orientación hacia las personas más vulnerables se hizo explícita a principios de este siglo, años antes de que empezara la crisis, con el impulso de programas como los mencionados CaixaProinfancia e Incorpora.
Nuestro país ha sufrido mucho. La crisis ha golpeado extensa y profundamente a millones de familias. Nosotros hemos puesto de nuestra parte todo lo que hemos podido para aliviar la situación. Sin duda, estos tiempos tan difíciles lo hubieran sido todavía más para miles de personas, de no haber sido por el apoyo de “la Caixa”.
¿Cómo lograron poner a salvo buena parte del gasto social de la entidad en un contexto que hizo tanto daño a los balances de los bancos y cajas?
Lo cierto es que la razón de ser de “la Caixa”, fuera bajo la forma de una caja de ahorros y, más tarde, bajo la de una fundación bancaria, siempre ha sido filantrópica. Desde su nacimiento, “la Caixa” ha tenido como objeto promover el bien común, en particular el de las personas con menos oportunidades. Esta lógica está detrás tanto de la vocación de hacer pensiones para la vejez de los obreros de principios del siglo pasado, como de las bibliotecas, escuelas y hospitales, para personas sordomudas, invidentes o con tuberculosis, que se fueron abriendo simultáneamente a la expansión de oficinas bancarias. Por tanto, la preservación de este gasto social es consustancial a “la Caixa”. Esto ha estado siempre muy interiorizado a todos los niveles de la entidad: en sus órganos de gobierno, en su dirección y en toda la plantilla de trabajadores. Esta es la razón por la que en “la Caixa” hemos luchado con todas las fuerzas y con toda nuestra inteligencia por mantener nuestra contribución a la sociedad. Incluso en los peores momentos de la crisis, la Obra Social contó con un presupuesto anual de 500 millones de euros, a partir de 2007, que en cuanto hemos podido, hemos elevado y que el año que viene será de 530.
España envidia la cultura filantrópica de las grandes familias de Estados Unidos y es crítica con lo que se hace aquí. ¿Es justa esa comparación?
No creo que envidiemos la cultura filantrópica de los Estados Unidos. Son dos modelos de sociedad muy distintos, y no me atrevería a decir que los Estados Unidos son una sociedad más altruista o filantrópica que la española, o la europea en general. Lo que sí me parece importante y necesario es que las sociedades reconozcan el compromiso de las personas y de las empresas que destinan sus recursos al progreso de la sociedad. Es de justicia.
Una sociedad que busca el bien colectivo se caracteriza por la implicación y la participación individual y privada en proyectos de interés general. Es algo que todos hemos de incentivar y de reconocer.
Se habla mucho de los incentivos. ¿Cómo debería animar el estado a que otras empresas y familias prósperas siguiesen el ejemplo de la Fundación Bancaria ”la Caixa”?
Si queremos ser un país más rico y próspero en materia cultural, científica y social, es básico que se ofrezcan alicientes para que la sociedad sea generosa y contribuya. El sistema de mecenazgo debe mejorar. No solo a través de unas mayores desgravaciones fiscales y de una menor regulación legal de las ayudas al arte, sino también de una sensibilización social que debe empezar ya desde la escuela. Creo que el Estado debería colaborar con el sector privado, que en este caso debería tener un papel subsidiario, para afrontar la grave problemática social que tienen algunos colectivos de personas en nuestro país.
¿Qué hace un directivo con su dilatada trayectoria de éxito para no perder la perspectiva de las necesidades sociales?
Creo que la vida es servicio. Siempre he tratado de mantener esta actitud en cualquiera de las actividades y empresas que, personal o profesionalmente, he emprendido en mi vida. Lo aprendí de mis padres, con su ejemplo y su cultura del esfuerzo, y es mi motor existencial.
Un elemento básico de la filantropía moderna es evitar el paternalismo y concentrarse en las necesidades de la sociedad y no en las necesidades del donante. ¿Cómo cumple su Fundación con estos dos objetivos?
En su último libro, El deber moral de ser inteligente, el pedagogo Gregorio Luri plantea un escenario en el que todo el mundo tiene que poner de su parte para salir adelante. La sociedad, promoviendo programas que vayan más allá de una beneficencia asistencial, que podríamos calificar de paternalista, y que persigan la completa autonomía e independencia de las personas. Luri se refiere a personas en situación de pobreza. Por su parte, los beneficiarios de los programas orientados a esta problemática deben tener claro que, sin un esfuerzo personal importante, no hay programa social en el mundo que pueda tener éxito. Pretender sustituir el esfuerzo por la lástima no solo es ineficaz sino que es, según este pedagogo, miserable.
Me gustan estas palabras, porque apelan a uno de los referentes en los que más creo: la cultura del esfuerzo. Esta es verdaderamente la forma moderna de hacer filantropía. Promover el esfuerzo de las personas. Tiene mucho que ver con el empoderamiento y, en último término, es una filantropía cuyo éxito se mide en la medida en que deja de ser necesaria. No podemos quedarnos quietos, sin poner todo de nuestra parte, cuando vemos en nuestro alrededor personas que tienen necesidades básicas no cubiertas y que sufren por ello.