Manuel Vilas (Barbastro, 1962) es un autor polifacético y heterodoxo que se ha labrado una carrera literaria como poeta y narrador que ya viene cargada de abundantes premios. Entre sus libros de poesía sobresalen Resurrección (XV Premio Jaime Gil de Biedma 2005), Calor (VI Premio Fray Luis de León 2008) o Gran Vilas (XXXIII Premio Ciudad de Melilla 2012). En su faceta como novelista –más conocida para el gran público– destacan títulos como Aire Nuestro (Premio Cálamo 2009), Los inmortales (2012) y El luminoso regalo (2013). Ha sido Premio Llanes de Viajes y, en 2015, Premio de las Letras Aragonesas. Su colaboración con la prensa escrita es habitual y su nombre se ha conformado con el tiempo como firme garantía de calidad narrativa.
Su último trabajo, Ordesa (Editorial Alfaguara, 2018), le ha colocado entre los autores más vendidos del país. Un duro y exigente ejercicio de memoria con el que Vilas recupera la historia de sus padres y por ende, la suya propia: “Necesitamos mirar atrás, porque somos también lo que vivimos. Mirar atrás nos hace más humanos. Si no tienes pasado, no has vivido”, asevera.
Escrito desde la emoción y el doloroso vacío, entre las páginas del libro el autor rememora aquellas figuras –y sus circunstancias– que para él fueron clave y que estuvieron presentes, pero ya no están… Al tiempo que hace una crónica íntima de las últimas décadas y una profunda reflexión sobre la naturaleza humana.
Muchos años dedicado ya a la literatura, ¿cómo fueron sus comienzos? ¿Dónde está el germen que despertó su vocación? ¿Qué circunstancias han marcado especialmente su trayectoria narrativa?
Me da la sensación ahora de que mis comienzos fueron los comienzos de alguien a quien ya no conozco, como si hubieran pasado tres mil años. Veo a un crío intentando leer novelas y poesía. Un crío de quince años leyendo una novela de Herman Hesse. La palabra vocación casi me da miedo.
A mí me hubiera gustado ser como Lou Reed y fundar una banda de rock and roll, pero como no pudo ser, pues me dediqué a escribir. En mi caso, la literatura ha sido un lento aprendizaje. Intentas que cada libro sea mejor que el anterior.
Además de novela y relato, también ha escrito poesía. ¿En qué campo narrativo se mueve mejor? ¿Hay momentos concretos para cada género?
Me muevo mejor en el campo en el que quiera encontrarme el lector, en donde más me quiera la gente, o en donde más paguen, como todos los seres humanos que viven en este planeta tierra. O como los futbolistas. El mejor momento es cuando alguien te dice que lo que ha leído tuyo le ha llegado al corazón.
Con ‘Ordesa’, su último trabajo, subió a la lista de los más vendidos y ahí sigue. ¿Qué tiene de especial este libro para que haya conectado tanto con los lectores?
Tiene amor, mucho amor.Yo quise mucho a mi padre y a mi madre y desde que se murieron el mundo es peor. Por eso escribí el libro. Los lectores se reconocen en la historia de Ordesa en tanto en cuanto ven allí a sus propios padres.
Es también un libro sobre la memoria, la memoria de una familia. Los lectores me dicen que cuando les llama su madre, tras leer Ordesa, siempre le cogen el teléfono. Eso es lo que más feliz me hace: que un lector me diga eso. Lo demás me interesa poco. Creo que si mi libro ha ayudado a que los lectores piensen en sus seres queridos todo ha valido la pena.
¿Qué le empujó a bucear en un pasado como el de sus padres, como el suyo propio? ¿Resulta duro mirar atrás?
Los traje al presente, a mi padre y a mi madre. Los saqué de la muerte y me los llevé a mi casa. Mirar atrás es lo que siempre estoy haciendo. Necesitamos mirar atrás, porque somos también lo que vivimos. Mirar atrás nos hace más humanos. Si no tienes pasado, no has vivido. Todos seremos pasado, está en nuestro futuro. Miras a los que ya no están porque un día serás tú el contemplado.
Exponerse a una autobiografía tan profunda, ¿implica riesgos? ¿No le impone cierto miedo tal exposición?
Me gusta sentirme libre. La libertad o se ejercita o es solo una palabra vacía. La libertad, eso siempre vale la pena. Adiós al miedo. Mi vida ha sido buena. Todas las vidas merecen la pena. El fracaso no existe. Estar vivo es el éxito.
La muerte de los padres, el amor, la soledad… También el paso del tiempo, la memoria perdida. ¿Escribir este libro ha sido una terapia, saldar una deuda?
Ha sido maravilloso escribir este libro. No había nada que saldar. Tampoco había terapia. Había hermosura y amor. Toqué con mis dedos el misterio de la vida, eso fue mi libro.
Los días del pasado volvieron. Y fui feliz escribiéndolo. Los sentimientos no mueren. Se quedan en el corazón. Entenderse, convivir con tu propia soledad es algo que tarde o temprano nos llega a todos. Pero la soledad tiene belleza, hay que saberla encontrar.
Ordesa: ¿reflexiones nostálgicas de una época irrepetible? ¿Distanciamiento de un sentimiento de clase que ya no es tal?
Una exaltación de la vida de mis padres, eso quise. Al hablar de mis padres, hablé también de la España que les tocó vivir. Una España peor que la mía, pero eso no significa que yo sea más feliz de lo que lo fueron ellos. Sentimiento de clase siempre lo tendré, porque todo lo que tengo no me lo ha regalado nadie. Y ahora que lo pienso: no sé muy bien qué es lo que tengo. No hemos sabido gestionar este mundo de abundancia. Se puede ser feliz solo con cultura y libertad, pero eso lo hemos olvidado.
Tal y como están las cosas, ¿podríamos decir que se puede vivir hoy día de la literatura? ¿O para mantener un saldo bancario razonable resulta necesario tener colaboraciones con prensa como las que hace?
Para eso está España, como para vivir de la literatura. Los escritores en España siempre han sido pobres. Si fue pobre Cervantes, yo creo que por cortesía hay que seguir siendo pobre. Sería hacerle un feo a Cervantes, y eso nunca.
Si Cervantes fue pobre, yo también. Por solidaridad entre escritores. Fuera de bromas, es preocupante el poco aprecio a la cultura que hay en España. Si un buen escritor no puede vivir de lo que escribe quien sale perdiendo es el país en donde eso ocurre.
¿Tiene ya nuevos proyectos narrativos en mente?
Estoy allí delante del ordenador, a ver qué cae. Como quien pesca en un río de aguas turbulentas. Pero si no escribo, me siento mal. Porque si no escribo, enfermo.