Hace ya más de 2.500 años que se cultivaron –en la Antigua Grecia– las semillas de lo que hoy en día conocemos como democracia. Si bien la autoría de dicha forma de gobernanza es difusa (y oscila entre figuras que van desde Solón a Pericles, pasando por Efialtes), su concepción ha perdurado el arduo pesar de la historia hasta el día de hoy. Tal es así que en 2024 la humanidad será testimonio de excepción de un acontecimiento único. Nunca en la historia tantas personas de tantos países diferentes habían sido llamadas a las urnas.
Más de 2.000 millones de ciudadanos, aproximadamente la mitad de la población adulta del planeta, tendrán derecho a depositar su papeleta y hacer valer su voz para elegir a sus legítimos representantes. Este fenómeno sin igual se dará en más de setenta países, incluyendo a ocho de los diez más poblados, y medirá las fuerzas tanto de las potencias hegemónicas (entre las que destacan EE UU o Reino Unido), como de aquellos actores emergentes que ambicionan hacerse un hueco en el tablero internacional, desde Indonesia a India o Suráfrica.
No obstante, tras el aparente manto de empoderamiento ciudadano que supone esta hazaña, se esconde una realidad mucho más oscura que cuestiona algunos de los preceptos básicos de la gobernanza que en su día postularon las mentes griegas.
Contrariamente a lo que cabría esperar, la democracia está en retroceso y bajo asedio en todo el mundo, ya sea por el auge de populismos y movimientos radicales, la erupción de guerras y conflictos o la incapacidad de llegar a consensos amplios que permitan gestionar de forma eficaz una nación.
Según el último índice democrático que publica anualmente el semanario The Economist, tan solo el 8% de la población vive hoy en día en democracias plenas, cifra que palidece frente al 54,8% que lo hace en regímenes, ya sea híbridos o totalitarios. En la misma dirección apunta el informe Freedom in the World, que ha publicado cada año ininterrumpidamente desde 1972 la organización no gubernamental Freedom House, con sede en Washington. En su último número, correspondiente al año pasado, expone que las libertades globales retrocedieron por decimoséptimo año consecutivo, agravadas por un auge de la represión a todos los niveles.
¿Qué cabe esperar, en este contexto, del super ciclo electoral habido y por haber en 2024? En juego, un modelo de gestión participativa cuya legitimidad está más cuestionada que nunca, agravada por las crecientes desigualdades, la consolidación de movimientos autoritarios o los riesgos inherentes del progreso tecnológico, auspiciados por la inteligencia artificial.
Bangladesh da pistas de lo que está por llegar
La primera cita electoral del año se dio en la pequeña Bangladesh el pasado siete de enero. La jequesa Hasina Wazed revalidó por cuarta vez consecutiva su mandato quinquenal como Primera Ministra de la joven democracia parlamentaria, en unos comicios marcados por la elevada abstención, el boicot de la oposición y múltiples indicios de fraude e irregularidades recogidos por las delegaciones de observadores internacionales. Su partido político, la Liga Awami de Bangladesh, arrasó al hacerse con 222 de los 300 escaños que conforman el parlamento, según datos de la comisión electoral central. El principal grupo opositor, el Partido Nacionalista de Bangladesh, a duras penas sumó trece escaños, tras haber calificado la jornada de simulacro electoral y denunciado la aprehensión de más de veinte mil de sus integrantes, entre ellos sus principales dirigentes políticos.
La participación, igualmente cuestionada por ser demasiado elevada, se situó en el 40% del censo, una muestra más del clima de insatisfacción y desinterés entre la ciudadanía del país. A todos los efectos no fueron unas elecciones ni justas ni libres, y ejemplifican la creciente deriva autocrática de Bangladesh bajo la batuta de Hasina, que gobierna con mano de hierro un sistema clientelar y corrupto. Pese a todo, los principales actores de la escena internacional se pusieron de perfil en el mejor de los casos tras los resultados electorales, anteponiendo sus respectivos intereses comerciales y geoestratégicos.
La Unión Europea, por ejemplo, adoptó un enfoque marcadamente equidistante, tras que –a mediados del año pasado– el gigante aeronáutico Airbus rubricase un acuerdo de compraventa con la aerolínea nacional de Bangladesh Biman para proveerla de diez aviones del modelo A-350.
Otros, como Rusia, fueron mucho más efusivos a la hora de felicitar a Hasina por su reválida. Moscú, a través de la compañía estatal Rosatom, está construyendo la primera central nuclear del país, y se espera que inicie su actividad este mismo año tras una década en construcción. También China e India, que se disputan la influencia regional en la nación sudasiática, enviaron sendas misivas de felicitación. Mientras Delhi se consolida como principal proveedor armamentístico de Daca y dispara sus exportaciones hacia el país vecino, China cimenta su papel de socio estratégico en el desarrollo de infraestructuras críticas.
La podredumbre democrática de Bangladesh no es ni mucho menos un caso aislado. Otras naciones como Pakistán han protagonizado igualmente episodios de persecución política, como la detención y el posterior encarcelamiento del ex Primer Ministro del país Imran Khan bajo cargos de corrupción. El carismático líder fue privado de presentarse a las elecciones generales que tuvieron lugar en febrero, y su partido político, el Movimiento por la Justicia de Pakistán, ha sido mayormente desmembrado y descabezado.
En Venezuela, donde se espera que la ciudadanía sea llamada a las urnas en algún momento de la segunda mitad del año, la principal candidata opositora al gobierno de Maduro fue vetada por el Tribunal Supremo de Justicia a participar en la cita electoral. María Corina Machado no solo contaba con el apoyo unánime de todos los grupos opositores agrupados bajo el paraguas de la Plataforma Unitaria, sino que gozaba de un apoyo popular claramente superior al de Maduro, según la firma de análisis de datos Datanalisis, afincada en Caracas.
La no participación de Machado, cuestión central en los acuerdos de Barbados firmados en octubre del año pasado entre el gobierno central y la oposición, y que incluían también la liberación de presos políticos o la reanudación de vuelos desde EE UU para deportar inmigrantes ilegales venezolanos, implicará con casi total seguridad la reimposición de sanciones económicas a la línea de flotación del ejecutivo de Maduro, la industria petrolífera. Washington había otorgado una moratoria de seis meses a varias compañías del sector para reanudar sus operaciones en Venezuela, entre ellas la española Repsol, pero la renovada deriva autocrática del país caribeño no anticipa nada bueno.
Taiwán aguanta por ahora la presión
El 13 de enero, el Partido Democrático logró la reválida en las elecciones generales más disputadas en la isla de los últimos años. No obstante, pese a asegurarse un tercer mandato consecutivo al frente del ejecutivo, lo cual es en sí mismo toda una hazaña dado que ninguna otra formación política lo había logrado antes, la victoria dejó un regusto amargo al acusar el desgaste político. El Partido Democrático encabezado por Lai Ching-te cedió más de 2,5 millones de votos, y con ellos la mayoría en la cámara legislativa, que pasó a estar controlada por el Kuomintang, principal partido de la oposición, al obtener un escaño más.
El resultado electoral aflora una creciente polarización en la isla, cuya fragmentación ideológica es muy patente en función de la geografía. Y quizá más importante, deteriora notablemente la posición negociadora de Taipéi para con Pekín, que en última instancia anhela tomar el control de la isla como hiciese años atrás en Hong Kong.
Si bien el Kuomintang es igualmente una fuerza política de corte nacionalista, sus dirigentes han abogado históricamente por un enfoque más constructivo con China, lejos de la retórica de la confrontación que suele predominar en el seno del Partido Democrático. En ese sentido, es posible que veamos un renovado esfuerzo para rehacer puentes a lado y lado del estrecho de Taiwán, tras ocho años de relaciones diplomáticas congeladas.
Apenas dos días después de los comicios, la isla de Nauru, situada en el Pacífico, anunció la ruptura de relaciones diplomáticas con Taiwán, al tiempo que oficializaba el reconocimiento de China como interlocutor único. En los ocho años que ha gobernado el Partido Democrático la isla, otras diez naciones han seguido los mismos pasos que Nauru, dejando a Taipéi con solo doce países que todavía reconocen su integridad territorial. Estos movimientos diplomáticos responden a la creciente presión de Pekín para aislar internacionalmente a Taiwán y deslegitimar en última instancia su existencia. En juego, mucho más que un pedazo de tierra: el acceso a la estratégica industria de los semiconductores, vital para engrasar gran parte del tejido industrial de alto valor añadido.
El discurso del miedo cala hondo
La seguridad se ha convertido en el eje vertebrador de muchas naciones del mundo. Posiblemente una de las que mejor ejemplifique esta deriva orwelliana sea El Salvador, cuyo presidente, Nayib Bukele, se aseguró un segundo mandato al frente del país centroamericano tras ganar sin oposición las elecciones generales celebradas el pasado cuatro de febrero. Es la primera vez en más de ochenta años que un líder político es reelegido al término de una primera legislatura.
El secreto de su éxito radica en haber parado los pies a los grupos criminales que durante décadas extorsionaron y amedrentaron a gran parte del tejido social y económico del país. Tal es así que, desde su llegada al poder en 2019, El Salvador ha reducido en más de un 90% sus ratios de homicidios, situándose en apenas 2,4 por cada 100.000 habitantes en 2023, casi a la par de los 2,2 que registra la media europea, que es a su vez el continente con las cifras más bajas del mundo.
Para lograrlo, Bukele planteó un pulso a las bandas, y en marzo de 2022, tras una fatídica jornada que culminó con la muerte de 62 personas, aprobó el estado de excepción. Como resultado, más de uno de cada cuarenta y cinco adultos han sido encarcelados desde entonces, y El Salvador cuenta ahora con un 1,6% de sus escasos 6,3 millones de habitantes entre rejas, la ratio más elevada del mundo.
Tales medidas, que llevaron aparejadas la supresión de múltiples derechos civiles como la libertad de reunión, no han impedido que Bukele se consolide como el líder más popular de toda Latinoamérica. Es más, el culto a su figura y a su manual de política está calando en otros países de la región como Perú o Ecuador, donde la violencia había ganado enteros en los últimos meses. Parece cada vez más evidente que la ciudadanía está dispuesta a renunciar a derechos y libertades en pro de un marco de seguridad de garantías.
Los pesos pesados entran en escena
En las próximas semanas irán desfilando por la pasarela electoral algunas de las principales espadas del tablero internacional, a medida que vayan rindiendo cuentas con sus ciudadanos.
México, uno de los máximos beneficiarios de las disputas comerciales entre China y EE UU y que ha registrado sólidos niveles de crecimiento y de atracción de inversión foránea, tendrá por vez primera una mujer como presidenta del país. Claudia Sheinbaum, exalcaldesa de la capital y vencedora de las primarias en Morena, el partido de izquierdas del presidente saliente Andrés Manuel López Obrador, se verá las caras con Xóchitl Gálvez, quien liderará una coalición de fuerzas conservadoras. Entre los retos por delante, el papel creciente de las fuerzas armadas en la gestión de infraestructuras estratégicas del país o la siempre espinosa cuestión fronteriza con sus vecinos del norte, los EE UU.
También India, que desde el año pasado ostenta el título de país más poblado del mundo, pondrá a prueba el aura de invencibilidad de Narendra Modi. El líder hindú ha implementado una agenda cada vez más nacionalista en el país, marginalizando a las minorías cristianas y budistas en el proceso.
Y el cinco de noviembre, el mundo volverá a seguir con mucha atención el proceso electoral de la primera potencia, en un momento en que se cuestiona cada vez más el orden unipolar que tejió tras la disolución de la URSS. Previsiblemente, dos octogenarios que han probado ya las mieles del poder se disputarán el acceso al despacho oval, enfrentando dos modelos de gobernanza antagónicos y arrastrando con ellos a una sociedad peligrosamente polarizada. Cuestiones espinosas como las guerras de Ucrania y la Franja de Gaza, o las disputas comerciales con China y la Unión Europea, pueden experimentar cambios bruscos en función del resultado en las urnas.
En juego, mucho más que un puñado de elecciones. 2024 traerá, tal y como ya hemos empezado a constatar, la reconfiguración del mundo tal y como lo hemos conocido hasta la fecha.