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Dentro del narco

Entrevista a Andros Lozano, escritor y periodista
Andros Lozano, fotografiado por FORBES en el municipio de El Cuervo (Sevilla) el 27 de abril. Fotografía: Manuel Naranjo Martell

Acompañar a la Guardia Civil en sus redadas o dar voz a los narcotraficantes son dos caras de un mismo trabajo. Tras quince años estudiando a conciencia las redes que recorren el sur de España, este reportero y escritor (Valencia, 1984) publica Costo. Las leyes del estrecho, un recorrido histórico y geográfico por el oscuro negocio de la droga.

¿Cuáles son leyes del Estrecho?

El silencio, la violencia y la dificultad extrema para abandonar el tráfico de hachís. Una vez que te adentras en él sólo hay dos caminos posibles: la muerte o el exilio.

¿Qué te lleva a escribir sobre el narco?

En 2011 me di cuenta de que ese mundo no estaba bien contado. El alcalde de Barbate le había declarado al New York Times que se había triplicado el número de encausados por el narco en dos o tres años, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria en España y la caída de los grandes bancos a nivel internacional. Hice un viaje casi iniciático a Barbate y me empecé a interesar por las causas judiciales y las historias humanas.

Has hablado con todos los perfiles, desde las autoridades hasta los jefes del crimen organizado. ¿Dónde has encontrado más humanidad?

En quienes han vivido las consecuencias del narco más dramática y directamente. El padre que se ha quedado sin hijo y –después de admitirme que éste se dedicaba al narco– reclama justicia. La chica que me cuenta que con seis años aparecía su padre en casa de madrugada con unos marroquíes a los que tenía que atender…

La narcocultura de los Ferraris y la prostitución o el deseo de salir de la pobreza, ¿qué manda a la hora de meterse en este mundo?

El ansia del dinero fácil y del lujo: poder gastar miles de euros en una noche y que al día siguiente no te falte de nada. Marruecos está a un paso; si al mapa se le diera la vuelta y el País Vasco, Asturias o Cantabria estuvieran junto al Estrecho no sería Andalucía sino estas comunidades la que darían el salto al narco.

¿Qué diferencia hay entre empotrarse como periodista con la policía o hacerlo con los narcos?

Es totalmente diferente. Con la Guardia Civil pones el foco en conocer las investigaciones policiales y a la gente que se deja el pellejo. Al otro lado, lo que sientes es que puedes ser detenido en cualquier momento.

¿Qué hay que hacer como reportero para que confíen en ti unos y otros?

Uno se va ganando la confianza de una manera progresiva. Cuando le traslado a un narcotraficante que quiero verme con él, yo soy periodista, él es narco y los dos sabemos a lo que jugamos. Cuando se me permitió empotrarme con la Guardia Civil con 400 agentes que iban a desarmar una macroorganización, yo me había ganado previamente la confianza de la mayoría de los jefes de la operación. Lo principal es ser honesto. Yo nunca voy a blanquear ni a poner como un héroe a nadie.

Describes en tu libro a Antón El Gitano paseándose con un cachorro de león por Barbate. ¿Hay un modelo de Scarface a la española?

Se dan condicionantes que les hacen ser parecidos. Les uniría ese afán de exponerse, de decirse: “me están buscando y yo soy capaz de pasearme con una cría de león o de aparecer en un videoclip”. El Messi del hachís no dudaba en subir a sus redes una foto con Sergio Ramos o Florentino Pérez en el palco del Bernabéu cuando era consciente de que le estaban persiguiendo. Creen que están por encima del bien y del mal.

Si desapareciera el narco en el sur de España, ¿cuántos puntos subiría el paro?

Seguramente, en determinadas comarcas andaluzas, unos cuantos. Debe haber más de 10.000 personas dedicándose a esto; quizá el doble. Solo en La Línea de la Concepción hay unas 600 familias. Si consideramos que una familia media puede tener entre tres y cinco miembros estamos hablando de entre 1.800 y 3.000 personas solo allí.

Cambiando de latitudes, ¿qué hacía Feijoo en aquel yate?

Me imagino que pasar un día distendido con una persona de la que no sé si conocía su relación con la delincuencia. Hay personajes que tienen que saber protegerse frente a quién se les acerca. No puedes permitir que se te vea con determinadas personas.

¿Sientes como autor de Costo el peso de ser publicado por la misma editorial de Fariña, el libro sobre el narcotráfico en Galicia que fue un auténtico fenómeno?

Para mí es un halago la comparación, pero son totalmente diferentes. [Nacho Carretero] hace una labor de viajar a aquella época magnífica y yo aporto el reporte de ir a los sitios que yo voy desgranando en el libro.

Tú sabes lo que es pisar los tribunales acusado por un narco –te denunció Abdellah el Haj, el Messi del hachís– pero, ¿has recibido amenazas de mayor consideración?

Nunca. He trabajado con mucha cautela. Cuando me he sentado con un narcotraficante nunca le he engañado.

Costo se cierra con el relato de tu viaje en lancha con una banda para recoger 2.400 kilos de hachís en la costa marroquí. ¿Qué siente un periodista con un pasamontañas?

Es complejo. Tenía tanto interés en contar la experiencia que era una mezcla de nerviosismo y excitación. A la vuelta me pudo la sensación de verme rodeado de fardos de hachís y el miedo a una persecución policial en altamar en la que se pudiera producir un accidente. Y sobre todo a que pudiera haber un intento de robo al volver a la península. Por suerte nada de eso sucedió.

Supongamos que se legalizara el cannabis, ¿dónde concentrarías tus esfuerzos periodísticos?

Desde que estoy investigando esto hago muchas más cosas. El otro día publiqué un reportaje sobre la sequía, por ejemplo. Nunca he dejado de contar historias. Historias siempre va a haber. Historias potentes.

¿Fumas hachís?

No. No sé ni liar un porro. Ni tabaco fumo. No consumo ningún tipo de droga. A lo mejor esa contradicción es lo que me lleva a que me interese tanto periodísticamente este mundo.