Cuando la gente se imagina a un líder, a menudo piensa en alguien con una actitud autoritaria, alguien como Vladimir Putin. Pueden imaginarse a un genio enigmático y exigente –tal vez Elon Musk o Steve Jobs–. O quizá alguien a veces frío y despiadadamente entregado a su causa, como la reina Isabel a su corona. Estos son arquetipos comunes de liderazgo.
Con demasiada frecuencia, la gente emula a los dictadores, confundiendo la tiranía con el liderazgo. Sin embargo, a pesar de las nociones preconcebidas, los líderes más eficaces no suelen ser ninguna de estas cosas. Por el contrario, son amables, coherentes y tratan a los demás con dignidad y respeto.
De hecho, el amor puede ser la mayor ventaja competitiva de un líder. Tratar a los demás con dignidad y respeto me ha funcionado con todos los equipos que he dirigido, desde Merrill Lynch hasta TDAmeritrade, pasando por el equipo de fútbol americano de la Universidad de Coastal Carolina. Cuando las personas son recibidas con amabilidad, se esfuerzan más, cometen menos errores y manejan mejor el estrés.
No tiene por qué creerme. El poder de la amabilidad está respaldado por la investigación y, según la Harvard Business Review, «produce resultados positivos para las empresas» y «ser amable con sus empleados puede ayudarle a retener a los mejores talentos, establecer una cultura próspera, aumentar el compromiso de los empleados y mejorar la productividad».
Pero, ¿qué significa ser un líder amable? ¿Y cómo puede ser amable pero también tomar las decisiones difíciles –desde despedir a alguien– y serlo al mismo tiempo? Requiere empatía, así como la capacidad de pensar en términos de un bien mayor.
La amabilidad no significa dejar que los demás le pisoteen, tolerar las excusas o ignorar los errores. Por el contrario, tiene que tratar a los demás como le gustaría que le trataran a usted en la misma situación.
Éste es un postulado básico de la libertad y de la vida y la mayoría de la gente responde instintivamente de forma positiva a él, incluso cuando las cosas son difíciles. Rendir cuentas forma parte de respetarse a uno mismo y ser digno. Del mismo modo, responsabilizar a los demás de sus actos forma parte de respetarlos. Esto es de sentido común.
Nadie quiere ser tratado injusta o duramente, pero la mayoría de la gente entiende cuándo una situación es realmente difícil. Los grandes líderes reconocen y abordan las situaciones en las que alguien ha sido tratado injustamente. No hacerlo significa que los individuos no confiarán en que usted vela por los intereses de todo el equipo.
Esto implica un segundo principio básico para liderar con amabilidad: como líder, debe comprometerse con el bienestar de los demás. Si está en ello para sí mismo, o sólo sirve a sus accionistas (a expensas de sus empleados o clientes), entonces erosionará rápidamente la confianza y la buena voluntad.
Comunicar que está comprometido con el bienestar de su equipo puede ser difícil, sin embargo, cuando son cientos o miles. Es imposible hablar con cada uno de ellos individualmente.
En su lugar, debe hacer un esfuerzo especial para comunicárselo al grupo y asegurarse de que sus acciones demuestran que le importan. Debe tener claro cómo equilibra las necesidades del equipo con las de los clientes y los accionistas.
Tampoco debe mimar a su equipo. Por el contrario, debe confiarles la verdad.
Y el mero hecho de que ocupe una posición de liderazgo no le hace mejor que cualquier otra persona de su equipo. Se trata de las personas a las que sirve. No se trata de ego. De hecho, no se trata del líder en absoluto.
Todo esto se suma al amor, que no es algo de lo que la gente suela hablar en los negocios (o en los deportes). Pero si usted se cree estos principios –que debe tratar a los demás con dignidad y respeto– eso equivale a amor. El amor es la base sobre la que se ejecuta el liderazgo, y no sólo su equipo rendirá mejor, sino que usted también se sentirá mejor consigo mismo.
No es fácil, pero si practica la amabilidad todos los días, su equipo perseverará en los momentos difíciles y ganará en los buenos.