Debí darme cuenta antes, había demasiadas señales. Jugar una pachanga con los compañeros de trabajo y pasarse una semana entera como si hubiese subido el K2 sin bombona de oxígeno debió ser suficiente para comprenderlo, pero no. Salir una noche hasta la madrugada y al día siguiente quedarse tirado en la cama tomando ibuprofeno, cuando antes aguantabas tres fiestas seguidas, tuvo que servir para verlo, pero tampoco. Que los becarios que entran nuevos al equipo no sepan quién es Quimi, de Compañeros, tenía que ser más revelador, pero nada de nada. No quería ver. Hasta que una encuesta corporativa me lanzó un jarro de agua fría mientras me gritaba: “¡Espabila, que ya eres un adulto!”.
La semana pasada confluyeron dos sucesos que fueron un guantazo de la realidad. A mediados de la semana, un niño me golpeó sin querer en la cola del supermercado, un pisotón cualquiera sin importancia. Su abuelo (supongo que lo era), un tipo educado, pero al que odio ahora con todas mis ganas, le espetó: “Pide perdón al SEÑOR, que le puedes haber hecho daño”. SEÑOR. Podría entender que fuese el niño el que se refiriese a mí de esa manera, que a la corta edad de unos cinco años todavía no saben entender todos los matices de la realidad, pero que fuese ese señor, que él sí lo era, quien lo hiciese, me sentó como un tazón de estiércol para desayunar.
Andaba yo ya torcido desde entonces, cuando un segundo hecho vino a darme la puntilla. Siempre in extremis, el pasado viernes contesté en el último día habilitado para ello la encuesta ‘Great Place To Work’, que mide la calidad de tu entorno profesional. Menos mal que ya había contestado a todas las preguntas relevantes, a lo gordo, porque en la parte de los datos más personales me bloqueé como nos bloqueamos cuando nos revelan algo que intuíamos, pero que no habíamos verbalizado hasta entonces. La pregunta era sencilla: ¿Cuántos años tiene? Fue mi respuesta obligada lo que me soliviantó. Había cinco opciones: 25 años o menos, 26 a 34 años, 35 a 44 años, 45 a 54 años y 55 años o más. Casi por primera vez en mi vida profesional salgo del bloque de 26 a 34 años, pasando a ser de verdad un adulto.
Es curioso cómo hay veces en las que necesitamos un pequeño hecho en la realidad cotidiana para darnos cuenta de las cosas, un momento de revelación. Contestando a esta encuesta me di cuenta de que habré salido de la segmentación de YouTube de muchas marcas, que ya no me saltarán anuncios de Monster, que he pasado más años ya fuera del colegio que dentro de él, que soy un perfil goloso para las inmobiliarias, que sé lo que es el triptófano. Gracias a un chaval y a una encuesta corporativa entendí que, por muy vital que pueda sentirme y aunque la juventud se lleve por dentro, definitivamente y de forma objetiva soy un adulto.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.