Con motivo de la publicación de las memorias del expresidente del gobierno francés Nicolas Sarkozy (París, 68 años), Los años de las luchas, de Alianza Editorial, publicamos un extracto sobre la divertida visita de Estado que él y su esposa Carla Bruni realizaron a España en 2009.
Letizia Ortiz vs. Carla Bruni, ¿Quién es la más elegante?
«En las cenas de Estado, la imagen y las formas suelen ser, como mínimo, igual de importantes que el fondo. Los discursos oficiales que en tal contexto se intercambian son breves, oficiales y siempre consensuados. Los medios de comunicación se centraron, por tan to, en una competición bien distinta: la que ellos mismos habían organizado por su cuenta entre la esposa del príncipe heredero Felipe de Borbón —Letizia Ortiz— y Carla. Se trataba de saber cuál de las dos mujeres sería la más elegante, la más carismática; cuál quedaría, a fin de cuentas, por encima de la otra. Aquello era algo un poco obtuso y bastante machista. La prensa española dedicó al asunto todas sus portadas. No importaba nada más que la apariencia, cuando lo cierto es que ambas habrían tenido no poco que decir en términos de visión e inteligencia. A esas alturas, ninguna de las dos necesitaba acreditar su vivacidad mental.
El periódico El Mundo, tan serio siempre, salió con una comparativa histórica que nos hizo muchísima gracia a Carla y a mí: «Madrid resistió a Napoleón, pero, doscientos años después, la ciudad ha sucumbido a su réplica o, mejor dicho, a la esposa de su réplica. Salta a la vista que Napoleón se equivocó enviando al general Murat a invadir la capital de España. Si hubiera enviado a Josefina, puede que la historia hubiera sido diferente…». Imposible imaginar un homenaje más cumplido. Es verdad que Carla fue una primera dama que ofreció al mundo una imagen de la elegancia y la inteligencia francesas. Yo estaba encantado con aquel éxito tan merecido. Qué lejanas y ridículas se veían ya las críticas que en su momento había suscitado nuestro matrimonio.
Carla hacía honor a Francia, y aquel día asumió los deberes de su cargo con aplicación, rigor y excelencia, igual que hizo todos y cada uno de los días de mi manda to presidencial de cinco años. La futura reina de España, por su parte, se mantenía en su sitio con una gracia notable y mucha contención. Aquella experiodista se preparaba con tesón para su futuro papel de reina; se la veía aplicada y seria. Pero yo percibí, por algunos de sus comentarios, que al mismo tiempo tenía sus propias convicciones y que no estaba dispuesta a renunciar a ellas. El futuro rey Felipe estaba muy atento a las reacciones de su esposa. Solo tenía ojos —literalmente— para ella. Le vi muy cercano y atento a todo lo que decía su mujer. Era un marido enamorado y daba gusto verlo. Por el contrario, la relación de Letizia con el rey, su suegro, no me pareció ni de confianza ni de afecto. Constaté clara mente una reticencia, sin duda recíproca.
Aquella noche dormimos en el palacio que nuestros anfitriones habían asignado a la delegación francesa. Resulta que se trataba de la antigua residencia del general Franco. El palacio de El Pardo se emplazaba en medio de un frondoso parque situado a las puertas de Madrid. A Carla, cuando se enteró de aquel detalle, le costó mucho conciliar el sueño; encontraba turbador que Franco hubiese vivido allí. No es que haya creído nunca en los fantasmas, pero sí que ha sido siempre sensible a las vibraciones de las casas y siempre ha pensado que algunas, por su historia, no eran buena compañía… Tal vez fuera el caso de aquel palacio en que nos alojábamos.
Hubo una escena cómica volviendo a nuestro alojamiento, en un coche blindado que nos llevaba a buena velocidad por las calles de Madrid. Carla llevaba un vestido que le apretaba mucho el hombro; había llegado un punto en que realmente le estaba haciendo daño. La cena se había prolongado hasta bastante después de medianoche, como siempre sucede en España, donde todo acaba tarde y nada empieza pronto. La pobre no podía más y me pidió, en cuanto entramos en el pequeño habitáculo de nuestro vehículo, que le desabrochara urgentemente la parte alta del vestido.
Yo también iba de gala, con toda la parafernalia de las condecoraciones, lo que dificultaba bastante mis movimientos. Y, por motivos de seguridad, el convoy circulaba a unos cien kilómetros por hora: íbamos dando tumbos de un lado a otro del coche, era incomodísimo. Los dos policías españoles que iban en la parte delantera del vehículo no se volvían, por pudor, mientras yo bregaba por soltar aquel dichoso corchete. Al final, por pura torpeza, lo rompí. Nos dio un ataque de risa pensando que alguien pudiera vernos en aquella situación lamentable: Carla con el vestido medio abierto y yo con la pajarita desenganchada y, por si fuera poco, el botón del cuello de la camisa arrancado, víctimas ambos elementos de la «delicada» operación. En serio que acabamos llorando de la risa. Afortunadamente, en aquel palacio no nos esperaba ningún tipo de recibimiento oficial, conque pudimos llegar a la habitación sin testigos y en una relativa discreción».
* «Los años de las luchas» está a la venta en toda España.