Es un halago para mí poder escribir para Forbes Women, revista que admiro y valoro, del mismo modo que respeto los asuntos que se tratan en ella. Es un honor y un enorme reto hablar sobre Itziar. Intentaré hacerlo desde fuera, tratando de explicar por qué decía a todo que sí y era capaz de hacer “todo a la vez en todas partes”. Itziar trabajaba para vivir, no vivía para trabajar. Esa fue una de las tantas cosas que procuró enseñarnos, pero nuestra vida rara vez es como nos gustaría que fuera.
Empecemos por el principio: seamos sinceros y honestos. Hacemos lo que podemos y a veces, muy pocas, lo que queremos. Itziar Castro decía a todo que sí porque no se podía permitir decir que no. Como afirmaba Escotado, elegante es el que tiene la posibilidad de elegir.
Parece que en nuestro país cuantas más cosas intentes hacer para sobrevivir, menos en serio te toman. No se podía permitir decir que no, como no podemos permitírnoslo la mayoría de las personas. Que para más inri dejamos la piel, la salud física y mental, invirtiendo todo el tiempo posible en procurar que no se nos note. Ay amiga, se lo que quieras pero “que no se te note”. ¿Te suena?
Más allá de criticarla por su físico, lo hacían por su trabajo, la cuestión que quiero discutir aquí. Dicen que el trabajo dignifica. Si no estás «dignificado» para trabajar, porque tu odio interno supera cualquier habilidad, si tus traumas y tus heridas no te dejan ver con claridad, ¿Qué función ejerce el trabajo entonces? ¿Salvarte, definirte, empoderarte, arrastrarte? En una falsa sociedad del bienestar en la que sobresale el machacado, pero el fracasado también. Una sociedad en la que naces, creces, ya casi ni te reproduces y mueres, haciendo malabares en un callejón sin salida mal llamado éxito.
Itziar sobresalía, y ella lo sabía. Sabía que de repartir algún pecado capital, España se quedaba con la envidia. Itziar intentaba llegar allí donde pudiese. Intentaba ser actriz, directora, influencer, presentadora, humorista, escritora. Y me da vergüenza decir que lo intentaba, porque realmente lo era.
Los que se nombran a sí mismos policías de la moral, e incluso sienten que tienen más poder que el Papa o el sombrero de Hogwarts, definen a lo que te dedicas o a lo que no, en su universo plagado de carroñeros llamado Twitter. Para ellos somos subvencionados millonarios, al más puro estilo de la escena final de “La gran belleza” -nada más lejos de la realidad-. Más tarde son ellos los que disfrutan de nuestras películas, de nuestros conciertos, de nuestras series o de nuestros libros. Los que se supone iban a salir mejores, han resultado ser jueces sin parte detrás de un alias mundano sin, por supuesto, haber aprobado exámenes o notas de los que ellos mismos son esclavos.
Y lo que es peor: se han apropiado de la palabra MOCATRIZ, como estandarte del insulto de los que atacan a lo que sobresale de la norma. Para hacer daño a los que perseveran, perdiendo el aliento en el intento, para hacer de éste un mundo menos gris. Hacen además referencia a uno de nuestros grupos y amigos más queridos del Underground, los cuales, me consta, escribieron esta canción con otro sentido. Pero, como dice el refrán, no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Itziar era todo y por eso se la denostaba. Era todo por supervivencia, pero sobre todo por vocación. Itziar era el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie. Era la persona que hacía bromas, autoproclamándose casi ganadora del Goya -como si ganar premios definiese tu talento o tu profesión-. Nos reíamos de nosotras mismas con la frase: «¿Hay alguna lucha donde no te hayas involucrado?».
La pregunta sería: ¿por qué los demás no lo están? ¿Es necesaria una palabra (activismo), para definir a las personas que en realidad actúan como se debería actuar? ¿Qué sería lo contrario de activista? ¿Anti activista? Ni siquiera existe porque no tiene sentido. ¿Acaso no deberíamos estar todos en contra de la violencia y la violación de cualquier derecho humano? Me da incluso pereza tener que explicar lo que creo que es más fácil de entender que hacer una derivada. Es más, incluso la religión católica -refugio de los cobardes como decía Napoleón-, aboga por estas premisas. ¿No es aquí, precisamente, donde juega la moral al estar en contra de la propia convivencia de la sociedad?
A Itziar se la criticaba por querer el bien. ¿No es acaso lo que deberíamos querer todos? Por querer llegar a todo, por sufrir para llegar a todo.
Dicen que el miedo paraliza y la rabia moviliza. Jamás la vi tener miedo. Jamás la vi tener dudas. Jamás la vi tener rabia. Jamás la vi compadecerse. Jamás la vi doblegarse frente a una ira desenfrenada y frenética, cada día, cada minuto, cada movimiento.
Contra ella todo era violencia, si se movía, si actuaba, si dirigía, si respiraba, si vivía. No se le permitía estar mal, tan solo un paso en falso y la jauría se desataría. Lo que nunca imaginé fue lo que podría estallar, incluso después de su muerte.
Itziar comenzó como directora de casting. Así que sí, Itziar era directora de casting, actriz, dramaturga, escritora, creadora y miles de cosas más. Y, sobre todo, amiga.
Y la pregunta es: ¿desde cuándo te define tu puesto de trabajo? ¿En qué momento hace falta saltar un aro de fuego, lanzarte en liana de un puente de mil metros o que un papel escrito a boli avale lo que eres, lo que quieres o lo que puedes ser? ¿No le decimos a nuestros hijos que pueden ser lo que quieran, que con esfuerzo lograrán todo lo que se propongan y que sus sueños se cumplirán cuanto más fuerte lo deseen?
No nos mintamos a nosotros mismos -hablo en masculino, para que no impacte el inclusivo-. Todos, absolutamente todos, conseguimos las cosas de una manera: suplicando. Es así de triste, pero es la verdad.
Un amigo, un pariente, un sobrino. La era de la meritocracia se fue como vino. Tu “deber” es ser el más amigo, el más vecino, el mejor vestido o el más divertido. Irte último, para ser el primero. Y, una vez allí, ejercer la revolución desde dentro para que te valoren por lo que has conseguido, en el mejor de los casos si superas el primer piso. Nunca ha cobrado más sentido la frase: “El no ya lo tienes, ahora, ve a por el ridículo”. Y tú, que has llegado donde estás como todos, agachando la cabeza y estafado por Ryanair, comprando el champú-gel del Mercadona para llegar a fin de mes, vuelcas tu frustración con el que se atreve a denunciar tu situación para que vivas mejor. ¿Lo has pensado, Manolo?
Itziar Castro lo sabía y aun así, siempre se iba la primera.
Una amiga mía, doctora en Filosofía de Ciencias Políticas, que se denomina a sí misma tabernera porque así regenta su local, me dijo una vez: «En este país, de los baños se sale con trabajo». No seré yo quien lo niegue o lo desmienta, para eso estás tú, querido lector. Itziar era la fuerte, la estoica, la resiliente. Así pues, ¿Qué nos queda a los demás? ¿Limitarnos a asumir que a quien nace para martillo, del cielo le caen clavos? Entonces ¿Qué llegó antes: los clavos o el martillo? Tú también sabes que si dices que no, pasarán al siguiente de la lista.
Da igual cuando leas esto.
Para Itziar la militancia era su oxígeno. Todavía sigo intentando descifrar cómo lo hacía para llegar a todos lados. Y no paro de darle vueltas a que hubiese pasado si hubiese parado. Es el sistema quien oprime, aprieta, ahoga y desgasta. A lo que nosotros le llamamos «militancia», el circo romano lo llama «mamarrachada». ¿No son acaso las mamarrachas las que han conseguido que tu hija, sobrina, hermana, madre o prima puedan estar escribiendo estas palabras?
Paul B. Preciado dice que deben sobrevivir Orlandos para contar la historia de los que han caído. Para mí siempre serás una de nuestras Orlandos y haremos que tu nombre no se borre de la historia. Manolo, yo te quiero como te quería Itziar, porque tú eres una cifra más, como lo soy yo y lo era Itziar, porque no te puedes permitir decir que no, ni existe tu utopía. Imagínate si mejorases tu comprensión lectora y analizases el texto, ese que odiabas en secundaria, para darte cuenta de que tu tesis es la misma que la mía. Manolo, quién lo diría. Y, aun así, líbranos del mal, Manolo, porque hemos sido unas privilegiadas blancas que no nos dieron a elegir dónde nacer, pero sí cómo vivir y escogimos la crítica, no la queja.
Ojalá estas palabras sirvan para sanarnos y no para separarnos. Para unirnos y no para dividirnos. Si todo lo que se invierte en odiar al diferente lo invirtiésemos en mejorar como sociedad, en poner el foco donde tiene que estar… Ay querida Itzi, así era el mundo que tú querías crear y el que todos deberíamos soñar.
Allá donde estés Itziar, mi querida amiga, gracias por enseñarnos que decir que sí es un acto de valentía. No veremos más tus manos en las pancartas, no escucharemos tu grito por las calles angostas, ni nos derretiremos en tus cariñosos brazos. Tú bien sabes que a las que nos dejas -como bien nos decía la Vasallo- no nos podrán quitar lo petardo ni lo político, porque el callar agota, pero el amor nos sobra.