José Moro lleva una vida dedicada en cuerpo y alma al vino. Y eso se refleja perfectamente en su proyecto más personal, Cepa 21, que este año ha celebrado su 21º aniversario. El empresario, primer bodeguero que entró en la lista Forbes de los 100 empresarios más innovadores, sabe muy bien lo que hace y ha encontrado el equilibrio perfecto entre la pasión vitinícola que corre por sus venas y esa firme apuesta por conseguir elaborar unos vinos que se adapten a los constantes cambios. El resultado se ha materializado en esta nueva era que vive Cepa 21 con la renovación de su imagen. Rescatando su lado más íntimo, lleno de recuerdos de la infancia, José Moro mira más que nunca al futuro para seguir emocionándose cada vez que cate uno de sus vinos.
En septiembre celebrasteis el 21 aniversario de Cepa 21, presentando, además, una imagen renovada. En un sector aparentemente tan tradicional como el vino, ¿también aplica eso de renovarse o morir?
Evidentemente, yo creo que hay que ir renovándose, sobre todo porque hay que evolucionar en la vida. La vida es una enseñanza en sí misma y todas esas experiencias que vas teniendo, las vas asimilando y aplicando a todo lo que sucede a tu alrededor, ya sea en la parte de marketing, en la comercialización o en los procesos. Llega un momento en que esas enseñanzas hay que expresarlas, y de una manera diferente.
En este caso, en esos 21 años de esta bodega ha habido muchos cambios. Ha supuesto, sobre todo, que esas raíces que empezaron a nacer en el año 2000, después de 21 años se hayan bajado para abajo y hayan ido cogiendo el alma del suelo. Nosotros hemos tenido que ser capaces de llevarlo a una botella.
El lema de la fiesta era “21 motivos para seguir soñando”. Para ti, ¿cuál sería a día de hoy el principal motivo para seguir soñando con este proyecto?
Cada vez que bebes un vino, bien para catarlo durante el seguimiento en el proceso de elaboración o un vino que ya ha evolucionado, te pone la piel de gallina por todas las características organolépticas que te muestra. Sólo por esa sensación aromática y gustativa, ya merece la pena seguir soñando y seguir haciendo las cosas cada vez mejor en un proyecto como Cepa 21.
Además, en una profesión tan versátil como es la de bodeguero, cada año tenemos más dificultades con la cosecha que viene y tenemos que sacarla adelante. Pero tenemos también otras muchas alegrías, porque participamos de esas vivencias que tenemos en el campo con el viñedo y en esos encuentros sociales que hay a la hora de vender nuestros productos. Eso nos da también mucho reconocimiento y orgullo. Y desde esa perspectiva, es un motivo de satisfacción e indica que, evidentemente, hay que seguir soñando siempre.
Echando la vista atrás a los inicios del proyecto y para una persona como tú que siempre ha estado ligado al vino, ¿con qué motivación creaste Cepa 21?
Queríamos hacer un vino diferente, un vino diferenciador en el contexto de la Ribera del Duero. Queríamos dos adjetivos que fueran el denominador común: la frescura y la amabilidad. Para ello, buscamos unas tierras cuya orientación es más norte, con un ciclo vegetativo más largo, en el cual la expresión frutal de esa uva tempranillo, de variedad reina, fuera diferente y tuviera muchísimos más matices. Con ese fin nacimos. Sabíamos que teníamos unas tierras con distintos suelos, que daban unas uvas con mucho carácter y personalidad.
Posteriormente, después de elaborar esas uvas, había que educar y domesticar ese vino con unas buenas crianzas y unos buenos procesos de elaboración: en barrica francesa, para obtener vinos frescos, vinos elegantes, con carácter, pero siempre con nobleza. Eso es lo que se buscaba desde el principio y creo que ahora están en el mejor momento. Ahora es cuando esas dos palabras se ponen más de manifiesto.
Esa reciente renovación de imagen va muy de la mano de toda la filosofía y demás. ¿En qué consiste este nuevo giro?
Como comentaba antes, en la vida estamos constantemente evolucionando y, detrás de cada vino y de cada botella, tiene que haber una historia, algo que contar. Y ese storytelling tiene que empezar por las etiquetas. En cada una de nuestras botellas, esas etiquetas muestran momentos históricos, del campo, de la viña; momentos que me han hecho aprender y querer esta profesión.
- En El Hito son esas piedras que separan unas parcelas de otras y que tantas veces las hemos visto y jugado con él, en el campo, algo muy significativo para mí. En el caso de la etiqueta del Hito Rosado y del Tinto, se muestran claramente esas dos tipos de parcelas que dan vida y muestran una tierra pobre como es Castilla y León. Por un lado, el viñedo capaz de dar esos vinos antológicos, esos vinos de lujo; y por otro, la imagen de un pastor con sus ovejas, que es la comida por antonomasia en Castilla y León, ese lechazo asado y el cordero lechal que sirve para celebrar.
- No tiene nada que ver, por supuesto, con la etiqueta de Cepa 21, donde la viña coge un protagonismo especial y hay una imagen representada que yo he vivido muchas tardes con mi padre, de esos viñedos viejos donde los tractores no podían coger y sólo cogían la azada. Eran momentos duros, pero había que quitar esas hierbas porque quitaban vitalidad a la cepa. Es un claro ejemplo de la tradición del trabajo y del esfuerzo en Castilla y León.
- Malabrigo, por supuesto, es la etiqueta y el vino que mejor representa la filosofía de Cepa 21, porque era lo que significa la palabra es la frecuencia de aires del norte que se juntan aquí alrededor de una parcela y hace un frío espantoso. Y la etiqueta recuerda esos momentos en los que yo iba a poder con mi padre y ese frío hacía que a la hora de almorzar nos comiéramos ese cacho pan y ese cacho jamón con la botella vino. Esos momentos la verdad es que eran de total satisfacción dentro de la dureza de lo que es la poda y de lo que implica.
- Y Horcajo, que es el rey de los vinos de alta gama de Cepa 21. Representa la timidez y sobre todo en las tierras pobres que dan y que proceden de esa caliza castellana que le da, a la vez de timidez, una finura y una elegancia entrañable en los vinos. En este caso en cierta manera porque provienen de una producción muy corta y evidentemente son uvas muy concentradas, muy potentes y que bien trabajadas dan vinos con una profundidad tremenda.
Y un cambio de imagen trae consigo también una ambiciosa proyección. ¿Qué expectativas tenéis esta nueva andadura?
Lo principal cada año es sacar adelante tanto la cosecha que vendimiamos, dejarla encaminada para que después de ese cuidadoso proceso de elaboración, dé los de lo mejor de sí a partir del segundo, tercero o cuarto año. Y por otro lado, esas cosechas que salen al mercado tienen como objetivo conseguir una consolidación en el mercado y hacer la marca cada vez más fuerte, más potente. Ese es el objetivo principal de Cepa 21: hacer que sus vinos tengan esa presencia internacional y estén presentes en los mejores restaurantes y las mejores tiendas del mundo. Y nos hagan sentir la satisfacción de hacerlo mejor cada año.
¿Cuál es el mayor mercado de Cepa 21 actualmente?
Sin duda, el mercado español es el más importante para los vinos de Cepa 21. Creo que la gente admira la marca en cada uno de sus rangos: de Hito hasta Horcajo. También tenemos más o menos un 25% de exportación, cuyos mercados más importantes son Latinoamérica, un mercado donde muy a pesar de las crisis también vividas, la cultura del vino va creciendo de una manera importante. Porque el vino es algo glamuroso, es salud y alegría. el vino es motivo de celebración. Y eso está adquiriendo unos matices muy especiales en Latinoamérica.
Estados Unidos es un mercado también muy interesante para nosotros. Es mucho más competitivo, pero tenemos que seguir luchando y trabajando para que la marca año tras año consiga sus objetivos y, como he dicho, esté presente en las mejores tiendas y los mejores restaurantes. Por supuesto, Europa, con Suiza y Alemania a la cabeza, son importantes para nosotros. Además, estamos haciendo las primeras incursiones en la parte asiática: Tailandia, Vietnam o China, y esperemos que poco a poco también vayan teniendo resultados.
Cepa 21 es una bodega que trasciende más allá de lo que es el vino y siempre estáis buscando sinergias con otros sectores o actividades. ¿En el mundo del vino se debe ser innovador, transgresor y arriesgar?
Es absolutamente imprescindible, sobre todo para mantenerse vivo y para que la sociedad te sienta así. Hay que innovar y ser transgresor y diferenciador, pero igual que en el resto de negocios. Hay que hacerlo con inteligencia, con sabiduría y con maestría, para que la imagen de marca siempre esté impoluta y, sobre todo, la calidad de los productos sea cada vez mejor.
El cambio climático está afectando mucho a la producción del vino. ¿Crees que es un buen momento para que los jóvenes emprendan en este sector?
Siempre es buen momento. Yo creo que el vino, con una viticultura bien trabajada, te puede dar unos beneficios suficientes para vivir con mucha dignidad en un entorno tan saludable como es el campo. Siempre es buen momento para que los jóvenes se acerquen a los pueblos y, sobre todo, a través de lo que han podido vivir desde pequeños con sus familias. Y se establezcan en estas zonas rurales y la viticultura sea una forma de vida, igual que lo es el hacer buen vino con bodegueros jóvenes que muestren sus inquietudes. Es fundamental y ojalá haya mucha gente que quiera vivir en este entorno rural.
Además de requerir un conocimiento profundo, el vino también tiene un componente muy emocional y personal. ¿Qué feedback sueles recibir de un ‘bebedor medio’?
El vino son sensaciones y emociones. Cuando abrimos una botella y olemos toda esa amalgama aromática tiene, ya sea un vino joven o más crianza con más meses de madera, esas sensaciones te pueden producir infinidad de estados de ánimo, como alegrarte o recordarte las emociones de tu juventud. Esos olores que se producen en la bodega en tiempos de vendimia siempre me recuerdan absolutamente a toda mi niñez y mi juventud, cuando iba con mi padre a esos lagares y empezábamos a descargar las compuertas, a pisar la uva. Eso me emociona y me pone la carne de gallina.
Igual cuando catamos un gran vino, que se vienen recuerdos entrañables. Siempre le digo al consumidor que cuando abra una botella “pierda” 2 minutos de estar en conversación con el vino, de estar hablando con él y analizar esos aromas que se producen. Y, aunque no descubra lo que es, si es una mora, una zarzamora, vainilla o regaliz, lo almacene en su mente. Porque almacenando todos estos aromas, vamos a conseguir que cada vez tengamos más criterios y sepamos mejor cuál es el vino que más nos gusta.
Lo mismo tiene que pasar con la boca, tenemos que ser capaces de meternos en ese vino en la boca, agitarlo y ver esas sensaciones que se producen en las papilas gustativas en torno a que son más potentes, menos potentes, si son astringentes… Esas sensaciones nos van a ayudar muchísimo a tener criterio. En definitiva, el vino es sensibilidad, emoción, son momentos. Y eso es algo maravilloso.