Hablar de suerte para narrar la vida de Carolyn Bessette (1966, Nueva York – 1999, Massachusetts) es un poco paradójico si tenemos en cuenta que perdió la vida a los 33 años, cuando sobrevolaba el Atlántico junto a su marido, John F. Kennedy Jr., y su hermana Lauren, para asistir a la boda de Rory Kennedy, primo de John. Pero no se puede utilizar otra palabra para describir la corta vida de Cenicienta que esta publicista de Calvin Klein vivió desde que terminara sus estudios de Magisterio en la Universidad de Boston en 1983 y fuera descubierta profesionalmente por Susan Sokol, alta ejecutiva de la firma de moda que vio en Bessette la figura indicada para atender a los clientes más vip de la marca, puede que por su encanto innato y su elegancia natural. Aunque entró en la firma como dependienta de la tienda de Chestnut Hill Mall, en la ciudad de Newton, Massachusetts, antes de desempeñar su último cargo para la americana, directora de publicidad de la tienda insignia de la firma en Manhattan.
Allí comenzó o terminó todo. Según se mire. Acabó su vida de asalariada con sueldo de seis cifras y arrancó su nueva etapa como lo que hoy llamaríamos ‘influencer de moda’ y miembro importantísimo de la alta sociedad de la Nueva York de la época. Sin embargo, aunque su vida estuvo marcada por algún que otro polvo de hadas, dos en concreto, hay más dosis de dolor que de gloria. Para empezar, un noviazgo y posterior casamiento de visibilidad pública que incluyó tanto amor entre ellos como menciones en las principales portadas del mundo.
A sabiendas de el enamoramiento entre la publicista y el famoso abogado surgió en el mismo momento en el que Cupido disparó su flecha, no fue él quien posicionó a Bessette en el mapa de la fama, tal y como muchos pueden tener entendido todavía. La joven neoyorquina ya era famosa cuando conoció a este miembro de la saga familiar más conocida de Estados Unidos, por ser la directora de orquesta de los eventos más populares y mediáticos de la marca. Y, precisamente, fue en uno de esos célebres actos de 1992 donde ambos se pusieron cara, pero no fue hasta dos años más tarde cuando comenzaron una relación sentimental.
Si pudiéramos preguntarle, con total seguridad nos diría que 1994 fue el año más importante en su calendario vital. Disfrutaba de éxito laboral y en lo personal había conocido a quien dos años más tarde se convertiría en su marido. Pero si visitamos la hemeroteca y nos ceñimos a los hechos, la realidad es que aquel año fue el inicio de una edad dorada para la prensa del corazón, que alimentó sus páginas con noticias de la pareja más famosa del globo, hasta el punto de hacerles la vida imposible. Desde aquel momento dejaron de importar por separado para ser relevantes juntos. Fueron objetivo de periodistas y tuvieron las columnas de sociedad a su nombre, de interés público era lo que comían y lo que compraban, dónde viajaban y se alojaban, qué clubes de moda visitaban y hasta de qué manera se peleaban. Imposible olvidar aquel 25 de febrero de 1996, en Central Park, cuando un venido arriba John F. Kennedy Jr. arrebataba a Bessette el anillo de compromiso que ella lucía en el dedo. Todo en la vida de estos enamorados fue documentado, analizado y juzgado con la misma precisión que un investigador del FBI estudia sus casos.
Con el permiso de algunas fachadas, la del apartamento que compartían en Tribeca fue la más fotografiada y observada por la prensa y los paparazzi que merodeaban sus inmediaciones con el propósito de captar a la pareja en una de sus muchas escenas de matrimonio. Habiendo dejado Carolyn su cargo en Calvin Klein para enfrascarse en su nueva etapa como mujer del heredero de Kennedy, representante distinguida de la clase alta neoyorquina y sucesora de estilo de su suegra recientemente fallecida, Jackie Kennedy, apostarte en su domicilio para hacerle seguimiento era la única opción de la prensa para tener imágenes suyas a diario.
Día a día y haciendo gala de un impecable pero tímido estilo a imitar, Bessette se convirtió en fuente de inspiración a la que recurrir para vestirse de forma exquisita. No vestía nada de más ni nada de menos, y el ‘pero’ no se escribía al lado de su nombre. Como dice Sokol –la responsable del fichaje de Carolyn en Calvin Klein– en el libro homenaje que ya llega a las librerías, CBK: A Life in Fashion (Editorial Abrams), «Carolyn era guapa, pero no se lo creía. Era obvio que tenía un gran sentido del estilo y que destacaba sobre el resto». Así fue. Hasta el punto que pronto pasó a ser musa de la industria para diseñadores y aficionados, y embajadora de buena voluntad de un concepto imperante por entonces en el sector y que hoy vuelve a tomar más fuerza que nunca: el lujo silencioso.
Algo que en este libro también lo confirman los testimonios de reputados nombres, como Yohji Yamamoto y Manolo Blahnik, quienes analizan los looks de Bessette, más recordados. Un ejemplo de esto son las camisas (tanto para tejanos como en las cenas de gala), el color beige, monocromatismo que adoraba, los abrigos de Prada que paseaba por las calles de su ciudad, los vestidos minimal que con tanta seguridad defendía o el estilo casual que cosechaba. Supo de su influencia pero jamás colaboró con las revistas ni posó para ninguna.
Aceptando que la moda es cíclica y que todo está inventado, reconocemos su estilo e impronta en la moda en las tendencias de ahora. Fue amante de los básicos de armario, de las tonalidades más sobrias, de la calidad frente a la cantidad y, en definitiva, de un armario hecho a su gusto y necesidades. Y de una naturalidad sin precedentes: nunca contó con estilista, todos su vestuario fue elegido por ella misma. Lo demostró el día de su boda, con su vestido de novia, un diseño realizado en crepe de color blanco perla y sin artificios, sello de Narciso Rodriguez, y su maquillaje, un resultado que se lo debió a ella misma.
Impoluto. Como su gusto para lucir prendas generando influencia entre las mujeres que buscaban huir de los excesos estéticos de la década anterior. Sobriedad y un toque cool, así se calificaba todo lo que esta joven de melena rubia, pudiente de Greenwich y con una madre de gustos refinados, ofrecía a sus iguales de los noventa. Fue discreta y humilde, dos rasgos que las voces de este nuevo libro reseñan a lo largo de su escritura. «Ni en sus mejores sueños Carolyn hubiese imaginado su poder de influencia o que alguien invirtiera su tiempo en escribir sobre ella a la vez que se alabara su estilo», comenta una amiga de la icono. Pero así fue y es, porque 24 años después de su repentina marcha de este mundo, las editoriales siguen dedicándole tiempo y espacio.
De todos modos, hablar de suerte y haberla tenido son dos ideas que no tienen que ir de la mano. Su cuento de Cenicienta no tuvo un final feliz. La tragedia y la desgracia llegaron demasiado pronto. La muerte llamó dos veces a la puerta de sus padres, William y Ann Bessette. El 16 de julio de 1999 el avión en el que viajaban con destino a Massachusetts, con parada en Martha’s Vineyard, se estrelló dejando tres decesos: el hijo del presidente Kennedy, Carolyn y su hermana Lauren, melliza de Lisa Bessette, la otra hermana mayor de la protagonista de este cuento.
Un suceso que volvió a poner a esta familia en el punto de mira, esta vez por una razón diferente. Los titulares hablaron de la desgracia, la desdicha o el infortunio que acechaban a la familia Kennedy y a todo aquel que tuviera algo que ver con su estirpe. Nadie salía ileso de ellos. Ni siquiera cuando la National Transportation Safety Board (NTSB) determinó que la causa más que probable del accidente fue la desorientación del piloto al mantener el control del avión durante el descenso del mismo, por realizarse durante la noche y sobre agua y no tierra firme. Un hecho que no tranquilizó a la prensa y que tuvo reacciones paralelas en busca de una razón mucho más morboso y ligada a una maldición en la saga, que llegó a convertirse en una puerta tan abierta que hasta Carolyn salió escaldada de su propia muerte: si todo aquello pasó fue por su demora en la elección de un determinado tono de color malva para el esmaltado de sus uñas, una decisión que retrasaría su sesión de manicura y provocaría que el matrimonio y Lauren tuvieran que retrasar su hora de vuelo en avión privado.
Pasen y vean, que diría cualquier animador de circo para atraer a curiosos. Todo valía en el imaginario de esta historia si así se mantenía con vida el poderío de Carolyn Bessette Kennedy para copar titulares. Estos se siguen sucediendo, incluso una vez fallecida la musa de estilo, el príncipe americano y, en sentido figurado, esos padres al perder a dos de sus tres hijas en la flor de la vida. En resumidas cuentas, aquel fatídico día estival murió aquella Nueva York guapa que sin hacer ostentación de su poder, imponía. Imponía estilo, carácter, gusto, necesidades. Como murió el futuro tan prometedor que le aguardaba a una chica de 33 años con toda su vida por desarrollar: sus planes de maternidad, que fuentes cercanas a la pareja aseguran tenían pensado abordar de forma inminente, y esa leyenda que situaba al matrimonio como candidato a la presidencia norteamericana. ¿Podría haber sido Carolyn primera dama?
Lo que nunca murió fue su estela, porque como dice Manolo Blahnik en este libro al referirse a Carolyn, la voz cantante de la pareja que formaron Kennedy y ella, «la única forma que tengo de definirla es esta: eterna».